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viernes, mayo 17, 2024

Guaraní, gauchos y esteros- La poesía de Francisco Madariaga

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Derian Passaglia escribe sobre Francisco Madariaga, poeta argentino de la provincia de Corrientes.

Francisco Madariaga es un poeta que logró lo que solo los grandes. Como la Italia de Dante, como la París de Baudelaire, su nombre está vinculado a la provincia de Corrientes. Madariaga escribe sobre un único lugar, tiene un solo tema: el lugar donde vivió hasta los quince años. Después, se mudaría a la gran ciudad, y alternaría una vida entre la ciudad y la provincia. Madariaga no escribe sobre Corrientes, la funda.

En Corrientes nació mi abuela Peti. Cuando se enojaba, cuando la voz se le perdía en el monólogo de sus años, de repente se le colaban palabras en guaraní. Como Paraguay, Corrientes es bilingüe, y esa indeterminación, formas de lenguaje que se contaminan unas a otras, constituye la identidad de un pueblo. Antes que un idioma, el guaraní se mete en el castellano a través de una sintaxis rara, casi barroca, con formas poco usuales para el habla cotidiano. Es el lenguaje propio de una comunidad.

La figura central de Madariaga es el gaucho. Pero este gaucho no tiene nada que ver con el Martín Fierro, no es un gaucho fuera de la ley, no es un gaucho matrero; el gaucho de Madariaga es imponente arriba del caballo, como si lo rodeara un aura celestial y fuera un animal mitológico desaparecido de un tiempo lejano. Es un gaucho-rey, un elemento integrado al paisaje que domina. Hay una canción muy hermosa que compuso Teresa Parodi, reversionando un poema de Madariaga.

Hay algo del canto en la poesía de Madariaga pero no de la elegía o la nostalgia. Antes que una imagen o una experiencia del pasado evocativo, Corrientes se transforma en el verso mismo, en el ritmo, en los esteros y los palmerales, los cielos, los caballos y las criaturas fantásticas como jaguares, el oro.

Si los temas son los que el poeta ve en su medio, la forma en cambio busca un lenguaje “no popular”, a través del surrealismo de vanguardia. Un surrealismo que no se propone como construcción, porque ya de por sí, según Madariaga, es un espacio surreal.

 

El bayo ruano

a Julio Traynor

 

Al fin de cuentas,

¿fui capaz de triturarlo todo por ti, vieja Poesía?

¿Y qué me habrá quedado?

¿”El almendro real de la esperanza”?

 

¿El duraznero blanco –con galas de abrojo-

que arde sobre

un mantel de sacrificios de otras sangres

de levedad purísima?

 

Pasa cantando el caballero de los Trinos,

¡pero aún no se ha bajado del caballo!

El caballero que en los granes corrales dirigía

la introducción

y el despegue de las tropas,

el errante doctor gaucho

con sus caballerías siempre rezagadas para la

despedida de los niños.

 

Oh viejo tropero azul, su compañero,

dibujado en el incendio de los rastrojos flotantes del

estero,

canta tu canto de espartillar que ardió con el alcohol del

desacuerdo

en el fuego de todos los parajes,

que también las fogatas de la bondad, móviles fantasmas,

cantarán la borde del Camino Real,

volviendo,

con el fuego,

el aire de alguien,

¿para mí?,

montado sobre el antiguo bayo ruano del emponchado

para la restitución del Trino Blanco en el

corazón del Trino Negro.

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