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jueves, noviembre 21, 2024

Sé tu mismo o muere

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Paranaländer ha sucumbido a un burn out tras leer la última obra del tecnocrítico francés Éric Sadin (traducida al castellano por Caja Negra este año), quizás por su secreta simpatía por los tiranos y caprichosos y su meridiano desdén social.

 

Por: Paranaländer

 

Leyendo el último libro de Ëric Sadin, “La era del individuo tirano. El fin de un mundo común” (Caja Negra editora, Bueno Aire, 2022), quisiera hacer hoy hincapié en especial el capítulo punk: Rotten y el fanzine Sideburns. Y, al final, un cotejo con Cioran y las ciudades asesinas.

Para la exégesis que Sadin realiza sobre la historia nefanda del mito del individualismo liberal durante el siglo XX, el punk es una revuelta nihilista con connotaciones políticas a pesar de todo, pues desenmascara las ilusiones del Partido Laborista en el poder entonces aún (las promesas incumplidas de su programa de bienestar social). Y vaticina nuestro futuro del 2020 como un mundo-esfera en donde vivimos aprisionados en la compulsión de una eterna (auto)satisfacción inmóvil: “El sueño futuro de ustedes es un centro comercial”.

A Tony Moon se le atribuye la producción del fanzine punk “Sideburns” (4 números), en particular, el número de diciembre del 76 que presentó el diagrama muy copiado de cómo tocar con 3 acordes (La, Mi, Sol) en una banda armada por uno mismo. Sadin trae a colación este fanzine que popularizó el “Do It Yourself” (DIY), “Hazlo tu mismo”, epítome del poder soberano de la filosofía punk. Luego metamorfoseado en un slogan aún más categórico: “DIY or Die”, hazlo tú mismo o muere.

“La fórmula ratifica la necesidad de salir de la situación por los propios medios sin esperar ya nada de nadie. Una constatación que, más allá de la escena punk, parece caracterizar más ampliamente el nuevo ethos”. Añado, de nuestra era del individuo tirano. Es decir, esa furia contra la farsa laborista ( a su vez hija de la ficción fundadora del liberalismo que profesaba la fe de conciliar expresión individual e interés general) incitó a una revuelta nihilista que terminó entroncando como un guante en los dedos tiránicos del individuo actual y su psyché “a mí solo me interesa mi deseo”. También da palos a los connotados evangelistas de la biblia de la filosofía del deseo. Deleuze, gurú de estudiantes de arte y marketing, es tildado de surfista de las líneas en fuga que llevaban a la fortuna y la luz.

Esta relectura que sigue desde Locke hasta hoy el axioma liberal, sobre todo en los capítulos que analizan acontecimiento paradigmáticos y supuestamente decisivos del siglo XX, coincide con las interpretaciones más nihilistas y desencantadas de Murena (“Homo Atomicus) y Houellebecq (Las partículas elementales”). En Houellebecq, por ejemplo, esta ecuación “yo (el deseo de mi yo) + sociedad realizada” falla de forma evidente en la promesa hippie de revolución sexual: para el franxute aniquilador nunca hubo revolución sexual durante los 60’s hippies, el ligón siguió ligando, el resto siguió tan reprimido o insatisfecho como siempre desde que el mundo es mundo. Aunque Sadin aún tiene nostalgia aparentemente del axioma originario del individualismo liberal -o lo he entendido mal, pues a la par que critica la búsqueda desenfrenada de singularización, el desmarcarse del individuo de la masa,  quiere y aún sueña con el regreso de la solidaridad y el bienestar social (aún animado por la firme intención de construir y el principio de la esperanza). Esto parece contradictorio con su pensamiento que tal promesa de las luces de por sí ya es una falla in nuce.

Otro capítulo que me deja desconcertado es su anatematización moral del individuo de la era digital (hipnotizado por Internet y los smartphones), lo pinta como un monstruo, engendro inédito (su palabra más usada en este libro) de la naturaleza actual.  Lo que para la escuela de Frankfurt representaba la industria cultural, para Sadin son las redes sociales. Se regodea destripando Instagram (Liberalismo de uno mismo), Twitter (Oulipo iracundo) y Facebook (Política del clic o altar del reconocimiento): trinidad suprema del capitalismo catártico. Dibujando una contrautopía regresiva, antihumanista, anti civilizatoria,  casi tecnófoba y moralista.Moralista (hasta la candidez en el ejemplo que voy dar y luego cotejar con Cioran) en su descripción del individuo digital (que nunca es ciudadano por negarse  a participar activamente en la sociedad apoltronado 24 horas delante de la pantalla), siempre malhumorado, resentido, plagueón, indignado, iracundo. Por un lado los flujos digitales no dejan de modelar nuestras existencias, pero queda flotando en el ambiente que el yo tiránico es un fondo monstruoso que entraña a todo yo deseante, toda que vez que no sufra una regulación social, comunitaria, humanista, política, ciudadana. Que esta tecnología ha comprendido profundamente esa psyché latente en todo yo desligado del mundo práctico, tiranizado por un psicologismo retorcido.

“¿Quién no ha sido testigo, o es objeto cada vez más, de comportamientos maleducados, de gestos de agresividad en los espacios públicos urbanos, en los transportes públicos, en las filas donde se está esperando algo?”

Esta pintura del hombre actual que ha perdido la paciencia, hipersensible hasta un jainismo grotesco, y la compostura social, sin embargo, en más de una aforismo de ese Buda parisino que fue Cioran, resulta lo más normal del mundo, y que él, emigrado de Europa eslava, echaba de ver, desesperando de la cortesía francesa y admirando en cambio la rudeza de los gestos (y el contacto hirsuto) de los rumanos o sudamericanos -a quienes admiraba justamente en no contener sus iras y emociones más agresivas, que no dudaban en explotar y llegar al puñetazo cuando la situación lo ameritaba. Como Leopardi, el aforista rumano decía que Caín después de matar a Abel, inmediatamente había fundado la primera ciudad,asociado desde entonces con  violencia y muerte. Así que cuando salía a dar un paseo por los bulevares de la ciudad luz, se repetía cómo ningún transeúnte demostraba su sed de matar al otro, estrangulado así mismo por una máscara social fundida en hierro dumasiano que lo sorprendía y decepcionaba profundamente. Un potencial slogan cioraniano (un poco antisadiniano) rezaría así: “No seas tú mismo o mata”.

 

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