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viernes, mayo 3, 2024

Vaciar el océano con baldecitos

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Luego de la designación de Horacio Cartes como «significativamente corrupto», toda la maquinaria comunicacional del expresidente ingresó en un violento cortocircuito neuronal, dando rienda suelta a disparatadas teorías del complot, penosas victimizaciones y un sinfín de mensajes que rozan la alucinación.

Una de las precarias líneas de defensa ha sido el intento de instalar la idea de que hay una persecución geopolítica contra los guardianes de la soberanía nacional. Según estos sagaces voceros, Cartes, en su carácter de encarnación de los más excelsos valores judeocristianos, estaría sufriendo el asedio del globalismo inmoral que busca exterminar nuestro ancestral modo de vida paraguayo.

Poco importa que Horacio Cartes haya sido el presidente que en los foros internacionales aseguraba que nuestro país «debe ser como una mujer fácil y bonita», al tiempo que invitaba a todas las naciones del mundo a «usar y abusar» de nuestros recursos estratégicos, mientras relegaba al capital nacional y entregaba los grandes contratos públicos a empresas extranjeras corruptas, como la encargada del tristemente célebre metrobus fantasma. 

Por otro lado, no está demás recordar que las razones del mal momento que vive el líder de Honor Colorado nada tienen que ver con algún proyecto de desarrollo autónomo nacional, sino más bien con las características justamente globales de sus negocios ilícitos, como lo es el contrabando internacional del cigarrillo y sus múltiples relaciones directas e indirectas con las redes trasnacionales del crimen organizado.

Otra línea «argumental» del staff en cuestión ha sido la de afirmar que al pueblo colorado no le interesan este tipo de agendas, por lo que su incidencia sería nula en la vida política nacional. Apelando a una suerte de sociología folclórica, con menos evidencia empírica que la quiromancia, el cartismo hace gala de lo que más sabe: subestimar, despreciar y degradar la inteligencia del pueblo colorado. 

El prejuicio de fondo detrás de estos devaneos es que el colorado y la colorada de a pie no son capaces de comprender el daño que representan el lavado de dinero y el terrorismo internacional para la seguridad de sus familias, la sustentabilidad de sus empleos y para la imagen del Paraguay ante el mundo. 

Para estos esclarecidos asesores, la visión amplia de la realidad es un patrimonio que solo detentan los empresarios de frontera, los gerentes expertos en uso de información privilegiada y tráfico de influencias. «Gente capaz, no seccionaleros», como decía Jiménez Gaona, ex ministro de HC que regaló concesiones por más de 50 años a Tape Porã, empresa luego devenida parte del grupo Cartes.

La confusión, el estado de impotencia ante lo inocultable, el miedo de vivir bajo la lupa de agencias internacionales de seguridad y la amenaza de las mafias rivales, estarían volviendo dificultoso el trabajo de desviar la atención ante un hecho de magnitud mundial. 

Solo así puede entenderse la humillante súplica que hicieran dirigentes de Honor Colorado a los congresistas norteamericanos de visita en el país días pasados, apenas horas después de haber repudiado a los Estados Unidos por su supuesta injerencia en las internas coloradas, en un registro retórico que recuerda a las «bombas coloradas» con las que amenazaba Montanaro al «imperio yanqui».

El clímax de la perturbación psíquica que hoy afecta a los publicistas del cartismo supera todos los umbrales imaginables del ridículo. Si el espectador de estos desvaríos no estuviera al tanto de la coyuntura política nacional, podría pensar tranquilamente que se trata de alguna puesta en escena, una performance, un pastiche torpe del teatro del absurdo, aunque no por ello menos desopilante.

Como ejemplo puede mencionarse la última ocurrencia de la propaganda cartista. Ahora resulta que Lilian Samaniego, en una movida diplomática superlativa, habría logrado que el departamento de Estado norteamericano declare a Cartes como «significativamente corrupto» y «ligado al terrorismo internacional» por la suma de 50 millones de guaraníes. 

De tener algún grado de veracidad esta «hipótesis», elucubrada en algún camarote inundado del titanic cartista, cabría rendirse ante el hecho de que la figura de Samaniego se posiciona no ya como como futura canciller del gobierno que fuera, sino quizás como la virtual primera secretaria paraguaya con chances de asumir la titularidad de la ONU.

La realidad es que la prensa internacional, desde el Wall Street Journal hasta el diario El País España, empiezan a hacerse eco de los graves sucesos que afectan a Cartes. De empresario jugador de las grandes ligas, pasó a ser considerado como un «activo tóxico»- como afirma un reciente artículo periodístico internacional- con el que nadie quiere relacionase por temor a una letal e irreversible contaminación.

La desmoralizada maquinaria comunicacional de Horacio Cartes busca vaciar el océano con baldecitos. Mientras sus socios internacionales le sueltan la mano, el tembladeral ya impacta a nivel local, como puede notarse en sus candidatos a gobernadores, senadores y diputados, quienes comienzan a hacer campañas puramente personalizadas, con nuevos logotipos en donde los nombres de Horacio Cartes y de Santiago Peña aparecen en tipografías cada vez más diminutas.

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