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domingo, mayo 5, 2024

La hoz de Marx y la katana de Kitarö. Parte 2

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El filósofo César Zapata presenta la segunda parte de sus reflexiones sobre la filosofía de Kitarö y su relación con Marx.

“Al pasar el tiempo llegué a comprender que la experiencia existe no porque haya un individuo, sino que un individuo existe porque hay una experiencia”[1]

  1. El atardecer

Tenía mucho frío, me fui a acostar relativamente temprano, me arropé y arropé, pero no había caso, el frío estaba por dentro, voy a resfriarme, pensé. No sé por qué en esa noche el departamento donde habitaba se me hacía inmenso, en fin el sueño me venció, al otro día me esperaba el cuento de todas las mañanas: trabajar y trabajar. A las tres de la madrugada me despertó el sonido de una llamada telefónica, un amigo borracho con un atentado poético de ésos, pensé. Miro la pantalla y marcaba: hermano, contesté enseguida: papá tuvo un derrame cerebral, me dice directo. Me levanto y comienzo a preparar mi equipaje para viajar hacia el norte de Chile, a ver a mi viejo, a apoyar a mi vieja, pues a mi hermano le era difícil viajar. A las 5:45 estaba partiendo hacia el terminal, a las 07:30 notifiqué al trabajo mi ausencia, a las 17 y fracción estaba en el hospital de Coquimbo abrazando a mi vieja y contemplando a mi papá dormido. Nunca más despertó.

Casi cuatro meses antes de morir estuvo en un sueño profundo, no obstante aunque no moviera un músculo yo notaba como de vez en cuando le cambiaba el rostro al escuchar (sentir) a mi madre, otra veces parecía tan contento como un niño, siempre sospeché que estaba mirando el futuro o recordando su vida, solo algo era seguro, mi viejo no tenía forma de comunicar lo que le pasaba en su interior, había perdido la consciencia, estaba impedido de realizar una acción para manifestarse con claridad hacia los otros, hacia el mundo.

Fueron tiempos difíciles en términos emotivos y de organización práctica, pero muy fecundos en el ejercicio de pensar, realmente me daba cuenta de que somos seres vivos en la medida que podemos objetivarnos como una experiencia comunicativa, mi viejo en su agonía estaba más próximo a las plantas que a los miembros de su especie.

  1. La experiencia pura

En tres ensayos anteriores, me he referido a algunos de los conceptos capitales del  filosofar de Nishida Kitaró[2], pero en esta oportunidad quiero profundizar un poco más en su concepto primigenio: “la experiencia pura”[3].

Recordemos en primer término, que Kitaró es hijo de un Japón ebrio por adquirir conocimiento y tecnología occidental con el fin de objetivar su proyecto de liderar la coprosperidad asiática (kukutai) que aceleradamente comenzaba a dar resultados. En  10 años vence en la guerra a dos gigantes: China (1895) y Rusia (1905), cinco años después anexa a Corea. Nishida no es un hombre de armas, pero, en cierto sentido también libra una batalla no menor: la de hacer dialogar el filosofar occidental con el reservorio de sabiduría oriental japonés y con ello entregar un aporte nuevo a la filosofía mundial.

Las primeras corrientes filosóficas que arriban al Japón son el positivismo francés y el utilitarismo inglés, posteriormente el idealismo alemán. Kitaró como profesor de filosofía se maneja muy bien en el espectro filosófico occidental, incluso con cierta ventaja, pues su pensar no está formateado totalmente por lo que él llama la lógica occidental (racionalidad). Pero, el pensador japonés no quiere ser continuador de una corriente en particular, antes bien, centra su atención sobre un problema, el problema de la experiencia, que consiste en lo siguiente:

Se trata de buscar un cimiento a partir del cual construir un conocimiento verdadero, dicho cimiento debe comenzar con  los sentidos, las ventanas abiertas al mundo, más exactamente con aquello que producen los sentidos: la experiencia, pero al contrario de lo que piensa el empirismo ingenuo, la experiencia no es algo dado y comprensible inmediatamente, la experiencia está cubierta de una capa de pre juicios que a la larga actúan como termitas que fagocitan la madera del conocimiento, por tanto es necesario investigar cómo se puede acceder a una experiencia incontaminada.

Kitaró, bebe de la teoría de la experiencia pura de Wilhem Wundt, del empirismo radical de Willam James y el empiriocriticismo de Ernts Mach. Trazando una línea bastante gruesa estos tres pensadores coinciden en que el conocimiento no debe apelar a una instancia transempírica para justificarse y constituirse como tal, en ese sentido se puede decir que adscriben a uno de los postulados principales de todo empirismo: destruir la posibilidad de un idealismo metafísico.

PERO, Nishida, tiene una katana que al contrario de aniquilar la metafísica puede volver a esculpirla desde la Nada, y acaso volverla inmune a los ataques empiristas. Vamos por parte, el pensador japonés destruye un supuesto base, que de tan evidente es incuestionable, este es: que la experiencia es algo que sucede al individuo o en otras palabras: que la experiencia sea un hecho individual. Por favor mucha atención con esto, pues occidente no puede pensar la experiencia de otro modo, para occidente el individuo es el sujeto que vive la experiencia: el yo. Pero no será esto un supuesto, una vestimenta más que no nos permite ver a la experiencia desnuda. Kitarö se atreve a cuestionar esta centralidad.

Le propongo el siguiente ejercicio, usted que amablemente está leyendo estas palabras, usted piense por un momento que también está siendo leído por estas palabras, que cada letra y cada coma lo está mirando con curiosidad, cada punto aparte lo examina rigurosamente para constatar su comprensión del texto, mientras los párrafos chequean libidinosamente la forma de su cuerpo. Si usted logra imagina eso, entonces considere lo siguiente:

  1. La Nada, la muerte y la individualidad

El individuo es una posibilidad que existe en virtud de la experiencia, pero no de la “experiencia individual”, pues efectivamente, lo que identificamos como las experiencias que a cada momento vivimos, no son puras, por el contrario están contaminadas por un batallón de presupuestos, de capas elaboradas por el pensamiento, las emociones, la cultura. Casi diríamos contaminadas por el hecho de que somos humanos y todo lo teñimos con algo demasiado humano, y al hacer esto alteramos nuestro conocimiento.

Pues bien la experiencia pura es una suerte de noumeno, de cosa en sí, que es condición de posibilidad para que exista está prerrogativa humana de generar una operación cultural e individual sobre aquello que conoce.

Qué es exactamente la experiencia pura, Kitaró, nos dice que en el momento de la experiencia pura no hay distinción entre sujeto y objeto, ni separación entre el conocimiento, sentimiento o volición, la experiencia pura es actividad total, independiente y autosuficiente. En otras palabras, me atrevería a decir, que es el principio activo de la Nada que iguala a todos los entes y les permite desde ese escenario máximamente común extraer su propia experiencia, su individualidad. Pues, cómo podría ser posible la individualidad, sino no surge a partir una comunidad fundamental.

Dos veces lo trataron de reanimar, y a la tercera le dije a la kinesióloga que lo dejara partir tranquilo. A mi viejo, los habíamos traído el día anterior a su casa a petición de mi vieja, lo mejor que le pudo haber pasado: morir en su hogar. El rostro de mi viejo cambió totalmente en esos segundos eternos antes de morir, parecía inmortalmente joven, más bien atemporal, parecía que por fin había dejado el maravilloso lastre de la individualidad, para convertirse en la Nada primordial que somos, en una comunidad de silencio donde el yo, ya no tiene sentido. Tal vez la meditación zen llega a este territorio sin pagar con la muerte, y, tal vez  Nishida, su riguroso practicante, intenta explicar en el ring de la racionalidad occidental, que hay una realidad fundante, cuya puerta de entrada es la experiencia pura, pues para él, la filosofía no tiene sentido si no es para transformar nuestra percepción de la realidad.

El materialismo dialéctico o la hoz de Marx, quieren transformar la realidad mediante una práctica revolucionaria, mientras que la katana de Kitaró aspira a acceder a lo verdadero de la realidad con el filo de la Nada, pero para ambos es el filosofar el instrumento que les permite operar sobre lo real.

Referencias:

[1] Kitaró Nischida. Indagación del bien (1911) Gedisa editorial. Barcelona 1995.

[2] https://eltrueno.com.py/2021/11/23/el-filosofar-japones-su-cercania-con-la-nada-tercera-parte/

[3] Problema desarrollado principalmente en el libro citado anteriormente.

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