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sábado, mayo 4, 2024

Osama bin Laden en el cyber de Gaboto y Buenos Aires

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«El mapa de Aztec, en el Counter 1.5, lo jugábamos al principio y al final, cuando ya habíamos dado toda la vuelta, una y otra vez, a todos los mapas del juego, y caía la tarde y se hacía de noche…» Por: Derian Passaglia

Si se empezaba como terrorista, en el mapa de Aztec, se arrancaba con ventaja. El traje era del mismo color que las paredes: gris, blanco, gris. Se podían tomar dos caminos. Uno, el tradicional, llevaba a un pasillo con dos puertas diferentes; el otro camino era por abajo, en un pantano, con lianas y musgo en los rincones. Las puertas del camino tradicional: por una se llegaba a un espacio común, de cielo abierto, donde se plantaba la bomba; por la otra puerta se accedía a un puente de sogas colgantes que se conectaba con el pantano.

El mapa de Aztec, en el Counter 1.5, lo jugábamos al principio y al final, cuando ya habíamos dado toda la vuelta, una y otra vez, a todos los mapas del juego, y caía la tarde y se hacía de noche, y no quedaba otra que volver a empezar. La tarde y el cyber eran el mismo lugar de diferentes palabras, porque no hacíamos otra cosa que pasar la tarde en el cyber, hablando de pads, de máquinas, de otros cybers en el centro que tenían mejores máquinas, más rápidas, nunca se lagueaba, nunca se tildaban.

Cada uno se llamaba a su vez por el nick en el juego, entonces era raro, aunque en ese momento no lo era, es raro ahora, porque uno podía llamarse Maverick, como se llamaba el que atendía en el cyber, y escuchaba que le decían:

-Maverick, habilitame la 10.

-Maverick, cargame el abono de cinco pesos.

Entonces Maverick, atrás del escritorio, el pelo largo y sucio, los granos de puntas blancas próximos a explotar en los cachetes, hacía click, y dos clicks, y habilitaba la máquina y cargaba el abono. Qué lindo era ser terrorista, estaba todavía viva la sensación de derrumbe de las torres gemelas, y qué odio cuando tocaba ser antiterrorista, y desactivar la bomba, y usar esos cascos y lentes ridículos. Y era Osama bin Laden, con su sombrero guevarístico y su larga barba guerrillera, el terrorista más buscado del mundo.

Osama bin Laden se podría haber ocultado en el cyber de Gaboto y Buenos Aires, a la vuelta de la casa de abuela Mabel, mientras tomábamos coca fría y comíamos palitos y escuchábamos Supermerk2, y Estados Unidos nunca lo hubiera encontrado. Lo íbamos a defender con las AK-47 y las Navy y las Desert, los fusiles de asalto, las granadas, las bombas de humo…

Mi cyber favorito, mi cyber de los veranos al pie de un plátano de tronco gris, gris y blanco, como los trajes de los terrors… En el cyber de San Martín y Tupungato, San Martín y Lamadrid, la Jesi tipeó algo en la barra de navegación y apareció Google, una página blanca, austera, sin pretensiones, con las letras del nombre en distintos colores. Teníamos que buscar información para un trabajo práctico en grupo. Google mostraba un link, y después otro, y otro, pero no leíamos más que los títulos de los links, e imprimíamos así nomás, cualquier cosa, y volvíamos a casa caminando o en bici, ella sentada en el caño de la playera amarilla, o yo sentado en su bici roja.

Algunos días la iba a buscar, porque vivía enfrente, golpeaba las manos por entre las rejas negras hasta que asomaba la cabeza por la ventanita de la puerta, y me decía:

-Ahí voy, aguantame.

Entonces salía después de un rato con el pantalón azul de gimnasia de la escuela, y la remera blanca, con el escudito rojo y blanco de la Jesús de Nazareth, y cantábamos canciones: la de los Mensajeros del amor, la de la comisaría, las de Amar y yo. El soy yo, cantábamos, el que te escribe canciones soy yo…

En el cyber de La Sandro, en un local que era todo un pasillo con cinco máquinas, Celeste estaba chateando, y mi cabeza tuvo que acomodarse a la realidad, tuvo que pensar de nuevo la realidad, mientras abría en la pantalla un recuadro celeste, celeste como su nombre Celeste, azul también, verde y blanco. Ponía su email en un recuadro y la contraseña en otro, y así la mariposa del logo aleteaba, y el MSN se abría. Celeste había iniciado sesión. ¿Pero cómo tenía que hacer para chatear así? ¿Cómo comunicarme a la distancia con los otros? Y fue Martín el que me dijo, volviendo del Barsa, la canchita de fútbol cinco, por Arijón:

-En unos años los cybers van a desaparecer.

Y me pareció que tenía razón, porque todo el mundo se compraba su computadora, y los modelos eran cada vez más nuevos, y había que actualizar el sistema operativo cada tanto, con el riesgo de perderlo todo… La Pentium II resistía con sus cuatro gb y su Windows 98 en el escritorio de la pieza. El brillo de la pantalla era la única luz prendida en la madrugada del barrio Irigoyen.

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