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sábado, mayo 18, 2024

La muerte en París de Heriberto Fernández

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Paranaländer viaja al París de los años 20, oh años locos, al Barrio Latino, para asistir a la muerte del poeta asunceno de Juventud.

 

En París, 1927, muere el poeta Heriberto Fernández (1903-1927). Había ido en 1923 para seguir Estudios Políticos tras fundar la revista Juventud (1923-1926), y haber publicado “Voces de ensueño” (1925) y “Visiones de églogas” (1926). Y dejó “Sonetos a la hermana” (muchos de ellos adelantados en la revista Juventud), que Plá considera el primer ejemplo de poesía moderna o vanguardista en la poesía paraguaya, sospechando algún influjo de César Vallejo que también entonces vivía en la capital francesa.

“Tú eres tan melancólica y suave/y yo siempre abatido/por el viento deshecho de todas las pasiones/que ¡alma mía! no somos sino dos pobres niños/tempranamente tristes,/perdidos en este inmenso laberinto/de nuestra vida amarga,/junto al borde traidor del Infinito”.

El final del poeta es descrito por Jaime Bestard en su “La ciudad florida. Memorias de un bohemio” (Buenos Aires, 1951), novela en clave de un pintor paraguayo llamado Daniel Arena, alter ego de Bestard. Su nombre está velado ligeramente como Hernández. Su compañera es Cristina. Es Juan E. quien avisa al narrador de la muerte del poeta en el hospital Cochin, pabellón Claude Bernard, Sala Chauffard. No creo que se trate de O’Leary, pues lo presenta como “joven amigo”, que en esos años ya era cuarentón el autor de “El centauro de Ybycui”. Antes de internarse en el hospital estaba viviendo en una pieza de hotel en la calle Champollion, cerca de la Sorbona. El tremendo mal al parecer era la tuberculosis.

El 24 de junio de 1927  se realiza el humilde entierro. Bestard lo describe así (pp. 162-170):

“Al día siguiente, a eso de las tres de la tarde, seguíamos hasta una docena de personas los restos del poeta desde el hospital hasta la iglesia de Saint-Jacques de Haut-Pas. Formaban parte del grupo Elvira, Elena y Adriana, que lloraban en silencio. De la pobre Cristina, que marchaba desolada, menudita, como si hubiese empequeñecido de repente, nadie hacía caso. ¿Para qué? Ella no fue del poeta sino la compañera, y éstas no cuentan.

Luego de haberse oficiado una misa, el ataúd fue sacado de la iglesia para colocarlo en un coche de servicio fúnebre. Yo, al ver que no había coches de acompañamiento, sugerí a dos o tres personas allí presentes, la conveniencia de hacer una pequeña contribución para alquilar un taxi; pero no pude obtener respuesta y como mis diez francos ganados en la venta del sobre se habían evaporado en su dos terceras partes, no tuve otro remedio que estacionarme allí, en la acera, en la esquina de la iglesia y esperar.

En ese lugar me quedé un rato. Vi que el coche partía veloz al trote de los caballos; que la oscura silueta del vehículo iba disminuyendo en una leve mancha azulosa a medida que se alejaba, y que solo lo seguía por todo cortejo, como único acompañamiento, en esa tarde lluviosa, inmensamente triste, un pálido y nacarado reflejo en el asfalto…”

En la página 22 es presentado el poeta Hernández:

“un amigo me escribía para presentarme al estudiante y poeta R. Hernández, que se hallaba de paso por Buenos Aires (…) Las estrechas callejuelas y la vista de alguno que otro tipo de sospecha catadura que se deslizaba en la sombras, le impulsaron a buscar con tesón por el Barrio Latino otra pieza, que le reportaría la ventaja, decía, de acercarle a la Facultad de Derecho (…) Una mañana, muy cerca del mediodía, pareció Hernández muy contento: -¡Ya está! -dijo al verme-. Encontré un hermoso cuarto en un hotel en la calle Lhomond: calefacción central, agua fría y caliente, luz eléctrica!”.

En la página 45, Hernandez escupe la frase de la novela: “La bohemia ya no existe…¡la bohemia ha muerto!”.

En la página 111 nuestro poeta es estafado por una yiyi: “A Hernández no volví a verlo por el barrio. Había publicado ya su colección de versos y frecuentaba, según supe, algunos cenáculos literarios. Un tiempo después llegó a filtrarse la nueva de que había sido miserablemente estafado por una mujer. A raíz  de un encuentro, un sábado, en lo de Elena, me confirmó la noticia: ‘Un abuso de confianza’, dijo, y pasó a otra cosa”.

 

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