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domingo, noviembre 24, 2024

El militante

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Con el cambio de siglo, la militancia quizá perdió esa “pasión de lo real” de la que hablaba Badiou, y se quedó solo con la “pasión” o solo con lo “real”. Por: Derian Passaglia

El siglo, una serie de clases que el filósofo francés Alain Badiou editó como libro, trata sobre una pasión que tenemos algunos: el siglo XX. El método que usa para leerlo está bueno, porque analiza el siglo XX desde sus propios ojos, cómo se vio el siglo así mismo, cómo se pensó. Para eso analiza poemas y fragmentos de Freud o de Mao a los que llama “documentos”.

Badiou se mueve entre dos o tres conceptos, uno de los más importantes es de “pasión por lo real”. El siglo XX, dice Badiou, realizó las fantasías y promesas del siglo XIX cientificista. Fue el siglo que pasó a la acción. Agarró las armas, simbólicas o reales, y se propuso crear un hombre nuevo. Nazis, comunistas, fascistas, socialistas… Todos proponían un hombre nuevo.

Hay un par de personajes que el siglo concibe como una creación original. Uno es el exiliado, ese ser trágico que sufre el destino por causas políticas. Si se queda en su tierra, lo matan; si se va se salva, pero va a sufrir el desarraigo en la lengua, las costumbres, en las formas de socialización. Es el personaje propio del siglo. Pero el más interesante tal vez sea el militante, porque es un personaje que no murió con el siglo, y que sigue vigente, reconvertido, transformado con el cambio de milenio.

Por ahí la primera diferencia o la primera pregunta que pueda hacerse es si todo militante es político, o si toda militancia implica una forma de la política. Hay militantes religiosos, militantes de la vida sana y natural, militantes de los videojuegos, de una marca de salchichas. La militancia se asocia al fanatismo ciego, un poco ridículo, a la ausencia de ideas, a la repetición vacía de consignas. Con el cambio de siglo, la militancia quizá perdió esa “pasión de lo real” de la que hablaba Badiou, y se quedó solo con la “pasión” o solo con lo “real”. Ya no parece haber ninguna nobleza en el hecho de tener un convencimiento ideológico y ofrecer la vida por una causa. El militante está loco.

Hay un cuento de Juan L. Ortiz, escrito en la década del cuarenta, que se titula justo “El militante”. Década del cuarenta, la pasión de lo real llevada al extremo, podría decir Badiou. En el cuento, un personaje está tensionado, contrariado por la realidad: quiere ser artista, quiere escribir, pero a su vez, también, quiere contribuir a la revolución, necesita tomar las armas y que el mundo mejore. La militancia, el siglo pasado lo supo, necesitó de la acción pura y dura. Pero hoy sabemos que necesita de las palabras para manipular la realidad a través de un medio determinado, un medio cualqui

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