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sábado, noviembre 23, 2024

Vindicación de 1990

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Tanto Proust como Borges presentan, así, una forma determinada de leer, donde la búsqueda por el pasado es una búsqueda por un tiempo lejano… Por: Derian Passaglia


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Textos recobrados (1931-1955), libro que editó la viuda de Borges y que reúne textos no publicados de Borges en vida, hay un ensayo muy lindo que se llama “Vindicación de 1900”. Borges habla del tiempo, uno de sus temas favoritos. Tal vez sea uno de los temas favoritos de toda la literatura del siglo XX, si se piensa En busca del tiempo perdido de Proust o en los juegos temporales de escritores como Faulkner. El tiempo fue, tal vez, la obsesión más grande del siglo pasado.

Con su “Vindicación de 1900”, de hecho, Borges me hizo acordar a Proust, que también reivindica el pasado, y lo piensa a partir de la literatura y el arte francés. Para Proust, al enfrentarnos al arte del pasado nos enfrentamos en realidad a un tiempo distinto del nuestro, con sus propios estilos y formas.

Por eso leer es como viajar en el tiempo, y lo mismo pasa cuando paseamos, como dice Proust, por “una ciudad como Beaune, que conserva intacto su hospital del siglo XV, con su pozo, su lavadero, su bóveda artesonada y pintada, su tejado de aguilones horadados por ojos de buey y rematados por estilizadas espigas de plomo repujado (todas esas cosas que una época al desaparecer ha dejado allí como olvidadas, todas esas cosas que eran propias suyas, puesto que ninguna de las épocas posteriores las ha visto nacer iguales), todavía sentimos algo de esa felicidad al pasear por una tragedia de Racine o un tomo de Saint-Simon”. Tanto Proust como Borges presentan, así, una forma determinada de leer, donde la búsqueda por el pasado es una búsqueda por un tiempo lejano, que ya no existe sino en restos olvidados.

Pero en Borges esta forma de leer el pasado tiene algunas variaciones. Se centra, principalmente, en una fecha: 1900. Desde ahí parte y ahí se queda, como si fuera solamente ya no una década, sino un año lo que quiere reivindicar. Y dice: “Lo característico de una época no está en ella; está en los rasgos que la diferencian de la época siguiente. Esos rasgos diferenciales sólo son perceptibles después. Así, los tranvías de caballos son típicos de 1900 porque han sido reemplazados por tranvías eléctricos; los buzones rojos no lo son, porque no han sido reemplazados. Para ver el año 1945 como lo verán los hombres de 1970, tendríamos que ver también el año 1970”. Borges, a diferencia de Proust, piensa el tiempo de una forma más sincrónica, casi matemática, a partir de opuestos y elementos negativos. Ve en el tiempo, en una época, una determinada forma que es lo contraria a otra. Un tiempo no es como se lo muestra tiempo después, dice Borges, porque eso produce en realidad una ficción sobre una época, como pasó en los años 80 cuando se recuperaron de los años 50 las camperas de cuero, las navajas, las motos y los peinados con gomina a lo Elvis Presley.

A mí también me gusta un tiempo en particular. Se trata de la década de los 90. Como una ficción, como una forma de conocer un tiempo en su profundidad, me gusta ver películas de la época y leer su poesía. Hay cosas que reconozco y espero de la estética de una época, de los 90, de la época de mi infancia, uno de los momentos más felices en la vida: las explosiones de autos, la música electrónica, la pobreza estructural, los shoppings, la cocaína, la desesperanza, una idea superficial de la existencia y los horizontes de deseos ocultos sobre el no futuro. Esta adoración por una época perdida no es simple nostalgia, o solamente nostalgia, sino más bien como decía Borges es una ficción, y como decía Proust, una forma de revivir el tiempo en un tiempo presente, de manera tal que hoy, en estos días de hoy, convivan todos los tiempos posibles de todos los espacios en una simultaneidad casi virtual.

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