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lunes, noviembre 25, 2024

La zanja

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Era la zanja el obstáculo que ofrecía un camino peligroso para los borrachos, y que marcaba los límites de un cuadrilátero cuando los pibes del barrio se peleaban… Por: Derian Passaglia

Si la zanja fuera un motivo de la literatura, o un motivo simplemente, que alguien, o cualquiera, se dignara a escribir, como hizo el poeta Juan Desiderio, podría ser muy placentero, podría ser una fuente, o un fuentón mejor, sí, un fuentón inagotable de felicidad, porque la zanja, a diferencia de lo que podría parecer, es hermosa… La zanja es hermosa, y el poeta Juan Desiderio, cuando vio una zanja desde el colectivo, cuando vio unas cáscaras de mandarinas en la zanja, flasheó, y cuando volvió a su casa escribió: “un viejo de sotana agujereada / sentado en la vereda de la fábrica / de botellas sopladas / tira cáscaras de mandarina / al agua de la zanja”.

Allá, en casa de mamá en Rosario, en mi vieja casa de la infancia y adolescencia, y en mi casa también de cada verano cuando vuelvo a mis pagos de vacaciones, está todavía la zanja, pero ya no brillante como en otra época, ya no reluciente… Es una zanja donde no corre el agua turbia que baja de los caños, no croan ni burbujean los sapos y las ranas, ni las ratas cruzan la calle desesperadas buscando algún bichito que llevarse a la cueva, es una zanja impersonal a la que le sacaron todo encanto. Fue la Municipalidad la que destruyó las zanjas cuando decidió pavimentar y construir la red cloacal en el barrio Irigoyen, en ese momento, sí, ahí fue cuando la zanja perdió su zapato de princesa callejera.

Pero en otro tiempo la zanja brillaba esplendorosa a la luz de la luna tibia, y el agua, podrida, perfumaba las calles de un regusto agridulce que solo puede reconocer alguien que haya crecido entre zanjas, entre pozos que había que saltar para no quedar hundido en el barro, al caminar hasta el Único, el supermercado, o al kiosco de la paraguaya, o a la granja de Don Pedro… Era la zanja el obstáculo que ofrecía un camino peligroso para los borrachos, y que marcaba los límites de un cuadrilátero cuando los pibes del barrio se peleaban. Y una vez que me agarré a las piñas con el Berti casi llegando a la esquina de Alzugaray y Pago de los Arroyos, me caí a la zanja, o me tiró a la zanja, no recuerdo sinceramente.

Habrá sido un resbalón, quizá, mientras los otros en ronda se divertían mirando, riendo, y yo con medio cuerpo negro de quién sabía qué sustancias nauseabundas, casi llorando, trepé por los bordes hasta llegar a la vereda, hasta tocar el pastito picante de la vereda, y me levanté con mi orgullo pisoteado, enfermo de agua de la zanja, herido, pero no muerto, me levanté y me fui hasta mi casa así, y doblé en la esquina, en la casa del Alberto, para caminar otra media cuadra y abrir la puerta y que mamá me pregunte asustada:

-¡¿Pero qué te pasó?!

Y yo:

-Nada, nada, me caí a la zanja.

Y había caminado hasta casa con toda esa bronca encima, y con el cuerpo de un fantasma, como si hubiera sido desenterrado y volviera de la muerte para vengarme de los actos cometidos, un zombie de piernas y brazos verdes de musgo y yuyos putrefactos que quedaban adheridos a la piel, como esos monstruos de las películas de clase B de los años 50, había caminado hasta casa con esa angustia en el pecho, pero también con una suavidad en los músculos que solo da el haberse cagado a piñas con alguien… El espíritu queda vacío, el cuerpo flojo, no hay pensamientos, se alcanza una especie de nirvana terrenal, un nirvana amigo, barrial…

Entonces me metí a la ducha, y me sacaba toda la mufa, me limpiaba bien, me quedaba un rato largo bajo el agua caliente, refregándome bien las rodillas y las piernas, para sacarme el agua oscura de la zanja que creía había penetrado hasta lo más hondo de mi ser, y que sentía no podría sacar con nada. Mientras tanto, mamá limpiaba con un secador y un trapo de piso las huellas podridas que había dejado en el comedor, porque a pesar de que me había sacado las zapatillas, a pesar de que había ido en puntitas de pie hasta la ducha, la huella del agua de la zanja había quedado en las baldosas granito, y formaban una hilera, un caminito asqueroso, como el de un Hansel y Gretel ya no del bosque, apenas de los bajos fondos de la ciudad, en la zona sur, cruzando la vía…

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