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sábado, noviembre 23, 2024

Claudio Eliano en la mochila maká de los paraguayos que fundaron Bayres

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Paranaländer descubre en la mochila maká de los fundadores míticos de Buenos Aires (1555 heí no 1580 un epílogo decimonónico) un ejemplar del sofista en lengua griega Claudio Eliano, puente entre las historias de animales del pasado y del futuro.

 

“En 1555 (sic) los españoles, que anteriormente se habían visto obligados á abandonar el Paraguay, volvieron con fuerzas más considerables y fundaron á Buenos-Aires. Bien pronto faltaron los víveres en la nueva colonia. Todos los que se atrevían á salir en busca de provisiones eran degollados por los salvajes, y hubo necesidad de prohibir, pena de la vida, que ninguno saliera del recinto del nuevo establecimiento. Una mujer, á quien el hambre sin duda había dado el valor de arrostrar la muerte , burló la vigilancia de los guardias que velaban al rededor de la colonia para preservarla de los peligros á que la exponía el hambre. Maldonada, que este era el nombre de la fugitiva, después de andar errante por desconocidos y desiertos caminos, entró en una caverna para descansar de su fatiga , y cuál fué su terror y su sorpresa cuando vio á una leona formidable aproximársele y comenzar á acariciarla, lamiéndola las manos y lanzando dolorosos rugidos, más propios para conmover que para espantar! La española conoció que la leona estaba embarazada, y que sus gemidos eran el lenguaje de una madre que reclama socorros al dar á luz á su hijo. Maldonada cobró valor, y ayudó á la naturaleza en aquel trance doloroso. Verificado felizmente el alumbramiento, la leona salió, volviendo con un alimento abundante , que depositó á los pies de su bienhechora. Los cachorrillos nacidos por la asistencia de la mujer, y criándose con ella, parecían manifestarla con sus juegos y mordeduras inocentes su reconocimiento por un beneficio que pagaba su madre con la más tierna solicitud. Pero cuando la edad húboles dado el instinto y la fuerza para ir á buscar las presas y devorarlas, los leoncillos se dispersaron por el bosque, y la madre , á quien ya no sujetaba el maternal cariño, se huyó á un desierto lejano, teatro de sus carnicerías. Maldonada, sola, sin subsistencia, vióse obligada á abandonar aquella caverna, que hubiera sido espantosa para otros, y que á ella le habia servido de refugio. La pobre mujer anduvo largo tiempo sin caer en las manos de los indios salvajes; pero andando el tiempo, fué hallada por sus compatriotas, quienes la condujeron á Buenos-Aires. Una leona habíala alimentado, y dos hombres la hicieron esclava. El comandante de las tropas, más feroz que los leones y los salvajes, no creyendo á la mujer bastante castigada por su evasión con todos los males y peligros que habia sufrido, dio la bárbara orden de que fuese atada á un árbol en medio de una selva, para dejarla allí morir de hambre, ó que sirviera de pasto á los monstruos sanguinarios. Dos dias después algunos soldados fueron á saber la suerte de aquella desgraciada víctima. Halláronla viva y  rodeada por una multitud de tigres, que abriendo la boca y olfateando su presa, no osaban acercarse á ella por respeto á una leona que con sus leoncillos estaba recostada á los pies de la mujer. Este espectáculo sobrecogió á los soldados, llenándolos de lástima y horror. Al verlos la leona, se apartó del árbol, como dando á entender que les dejaba espacio para que pudiesen libertar á su bienhechora ; y cuando vio que se llevaban á Maldonada, el animal vino á confirmar con sus caricias y dulces rugidos los prodigios de reconocimiento que la infeliz mujer referia á sus libertadores. La leona y sus leoncillos siguieron largo tiempo las huellas de Maldonada, dando las muestras de sentimiento y verdadero dolor que manifiesta una familia cuando acompaña á un padre ó á un hijo querido al puerto donde se embarca para el Nuevo-Mundo, de donde tal vez no volverá. Los soldados contaron el suceso al Comandante, y este, aprendiendo de las bestias salvajes los sentimientos de humanidad que faltaban en su fiero corazón, concedió la vida á una mujer tan visiblemente protegida por el cielo”.

 

fuente: “LEONA DE BUENOS—AIRES” en ANIMALES CÉLEBRES DE TODOS LOS TIEMPOS DE TODOS LOS PAÍSES, POR D. JOSÉ DE CASTRO Y SERRANO, MADRID, 1852, Librería de LA PUBLICIDAD, pasaje de Matheu, Farrugia editor

 

Esta historia previamente se popularizó con el relato  «Androcles y el león» de Claudio Eliano (siglos II-III d. C.) contenido en el libro “Historia de los animales”. Como buen autor sofista y tardío, Eliano la tomó de autores anteriores, quizá de Plinio o de Aulo Gelio. y  resaltaba, sobre todo, la memoria del animal antes que su agradecimiento o, aun, la compasión anacrónicamente cristiana.

“Un tal Androcles, esclavo para su desdicha, se escapó de casa de su amo, senador romano, por haber cometido una fechoría, no sé si grave o leve. Llegó a Libia y, procurando evitar las ciudades «cuyo emplazamiento señalaba sólo mediante las estrellas»[63] como ordinariamente se dice, se dirigió al desierto. Achicharrado por el mucho y ardiente calor del sol, se sintió contento al refugiarse bajo una cóncava roca, donde descansó. La roca era el cubil de un león. Pues bien, el león había regresado de su cacería maltratado por una robusta astilla que lo había atravesado, y, al encontrarse con el joven le dirigió una tierna mirada, empezó a mover la cola, extendía su pata y, de todos los modos posibles le suplicaba que le arrancase la astilla. El joven al principio retrocedió asustado; pero cuando vio que la fiera se comportaba mansamente y vio la herida de la pata, extrajo de ésta lo que estaba causando el dolor y libró al animal de su sufrimiento. El león, contento con su curación, pagó al joven sus cuidados dispensándole un trato de huésped y amigo y le hacía partícipe de cuanto cazaba. El animal comía los alimentos crudos según la costumbre de los leones, y el joven los cocía. Y disfrutaban de una mesa común, cada uno según su naturaleza. Durante tres años llevó Androcles este género de vida. Después, habiéndole crecido excesivamente el cabello y aquejado de un fuerte escozor, abandonó al león y se confió a su suerte. Después, unos hombres los apresaron cuando caminaba errante y, enterados de a quién pertenecía, lo enviaron atado a su amo. Éste castigó a su esclavo por el daño que le había ocasionado y decidió entregarlo a las fieras para que lo devorasen. Pero sucedió que aquel león libio cayó en poder de unos cazadores y fue dejado suelto en el circo lo mismo que el joven, destinado a morir, que había sido compañero de casa y albergue del animal. El hombre no reconoció a la fiera, pero ésta al instante reconoció al hombre y, moviendo la cola, le mostraba su afecto, al tiempo que, agachando todo su cuerpo, se echaba a sus pies. Al fin, Androcles reconoció a su huésped y, abrazando al león como a un amigo que llega después de una ausencia, lo acogió afectuosamente. Como este espectáculo parecía cosa de magia, se soltó contra el hombre un leopardo. Al abalanzarse éste contra Androcles, salió el león en defensa del que lo había curado, del hombre con el cual había compartido su mesa, y despedazó al leopardo. Como es lógico, los espectadores no salían de su asombro, y el ciudadano que ofrecía el espectáculo llamó a Androcles y oyó de sus labios toda la historia. Y el relato corrió por toda la multitud y el pueblo, enterado puntualmente, pidió a gritos que se dejara libres al hombre y al león”.

 

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