«La novedad ya no puede salir a tu rescate, en el instante en que aterriza queda convertida en lo mismo». Por: César Zapata
El tiempo de los relojes
“Allá al fondo está la muerte, pero no tengas miedo. Sujeta el reloj con una mano, toma con dos dedos la llave de la cuerda, remóntala suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo, como un abanico, se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan»[1].
Respecto a este hermoso párrafo, se pueden comentar muchísimas cosas. Por ejemplo, la consideración de la muerte como aquello en donde termina nuestro tiempo, lo cual implica que, en cierto sentido, no padecemos el tiempo como una fuerza ajena a nosotros, sino que nosotros mismos somos tiempo.
Pero aquí me interesa otro aspecto igual de tremendo: en este extracto de una de las historias de Cronopios y Famas, Cortázar poetiza una concepción de tiempo bastante dura, por decirlo de algún modo, pues lo considera como la estructura de la cual emerge nada menos y nada más que la realidad misma. El tiempo es quien genera constantemente el espacio, y todo lo que ocurre en él, ergo la realidad en su continuo despliegue.
Frente a estas magnas inquietudes y a la abismante sensación de inmensidad que suscita hablar de un tema como el tiempo, comienzo retomando una de las intenciones a las que llegamos en la primera parte. ¿Qué sucedería si fabricamos imaginariamente otro reloj, uno sin segundos, minutos u horas? Un reloj que indique únicamente lapsos de repetición y novedad. ¿Podríamos tener una visión distinta del tiempo?
Antes de ello, nos asalta la pregunta: ¿Qué marca un reloj, qué mide un reloj?
El reloj cuantifica el paso del tiempo, generando para ello un movimiento regular sobre una superficie esférica, es decir, sobre un espacio, un espacio circular.
Repitamos la pregunta desde otro matiz: ¿Cómo hace un reloj para cuantificar el tiempo? Es decir, ¿qué elementos lo validan como cuantificador del tiempo?
Primero: usa el movimiento, el movimiento que sucede cuando un ente se desplaza a un punto distinto en el que actualmente se encuentra. En dicha marcha ocurre que el pasar va dejando detrás de sí un pasado y proyectando delante de sí un futuro, ergo puede registrar un antes y un después.
Tercero: sin embargo, en el reloj los conceptos detrás y adelante, antes y después, pasado y futuro, son relativos, pues están girando en una circunferencia. Pero pueden establecer esa marcación, pueden indicar pasado y futuro, antes y después porque tienen el respaldo de un grandioso sistema que indica el adelante y el atrás por medio de cuantificaciones mayores: la semana, el mes, el año, el siglo, el milenio. En la sombra de cada reloj tradicional hay, por lo menos, un milenio respaldándolo.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, es posible, al menos, sospechar que el reloj no mide el tiempo, el reloj es una lectura del tiempo, una lectura cuya clave es el movimiento entendido como antes y después. De hecho, los filósofos y los físicos desde hace tiempo dudan de la existencia de un tiempo absoluto.[2]
El reloj del eterno retorno
Es imposible saber qué sucedería si vivenciáramos el tiempo desde otro reloj, pero es perfectamente factible plantear la alternativa de imaginar un instrumento con otra lectura posible del tiempo, una cuyo movimiento marque solo el contraste entre repetición y novedad.
Este reloj también debería servirse del movimiento, pero de un movimiento completamente irregular realizado por una aguja solitaria que en cada desplazamiento, por un espacio no circular, indicara una repetición o una novedad. El antes y el después en dicho reloj se confundirían en el magma de un movimiento constante como la repetición, pero irregular como la novedad.
Bauticemos este reloj como el reloj del eterno retorno, pues su indicador es binario, es decir, constantemente regresa desde la repetición a la novedad, y algo mucho más inquietante, este reloj podría vencer la concepción teleológica del tiempo que ha venido gobernando occidente, es decir, concebir al tiempo como una línea que avanza hacia algún fin, como queda consignado en las religiones absolutistas. Piénsese en el apocalipsis del catolicismo que justamente marca el comienzo del fin de los tiempos. En el reloj del eterno retorno no hay un fin, no hay un sentido, sino solo retornos, retornos con una finalidad en sí misma, no con una finalidad como una meta a la cual tarde o temprano se tiene que llegar.
Dejemos la tarea de construir dicho reloj para un verdadero ingeniero en filosofía o para un brillante físico teórico, pues sin duda un invento de tal índole se podría constituir como un instrumento epistemológico para entender mejor lo que comprendemos como tiempo.
Retornemos, el objetivo de este ensayo era testimoniar una manera de vivir el eterno retorno, desde una interpretación algo desvinculada del pensamiento de Nietzsche, pero queda claro que para hablar del eterno retorno, es indispensable pensar previamente en el tiempo, o más precisamente, cómo los humanos comprendemos el tiempo.
Pues bien, una de las maneras de vivir el eterno retorno de lo mismo es desde la perspectiva de lo igual, de la repetición, justamente de lo mismo.
Hace algunos meses, en un ambiente distendido de un bar, mi señora me presentó a una amiga, una chica muy simpática. No obstante, a poco andar, mi ánimo se descompensó de manera imperceptible, espero, pues la escuchaba conversar y tenía la impresión de haber escuchado a través de mi vida a tantas chicas iguales: misma corporalidad, mismos temas, misma forma de vestirse levemente retocada por la actualidad de la moda. De a poco, la sensación fue expandiéndose y pronto habitaba en el corazón de la mismidad. Hasta yo me percibía como una repetición de todo lo demás. Era como estar condenado a muerte pero de aburrimiento, una suerte de estrangulación por desazón, por falta de interés, por repetición del todo.
El nihilismo, pensé, esa noche con la misma luna, esto es el nihilismo individual, la extinción del tono vital, nada tiene sentido, pues todo es lo mismo. La novedad ya no puede salir a tu rescate, en el instante en que aterriza queda convertida en lo mismo.
¿Qué hacer?
Nada, esperar nada, pues la esperanza está amenazada de antemano por el desgano de lo mismo. Por suerte, todo pasa, hasta lo mismo pasa y tarde o temprano lo nuevo viene al rescate. Por último, allá al fondo, como diría Cortázar, está la novedad absoluta para todo organismo vivo: la muerte.
Referencias
[1][1] Cortázar Julio. Instrucciones para dar cuerda a un reloj. Historias de cronopios y famas. Alfaguara S. A. Buenos Aires. 1995
[2] El tiempo ha sido una permanente inquietud en el pensamiento filosófico, para nombrar a algunos notables: Platón, San Agustín, Bergson, Heidegger. Ahora bien en la física, la concepción newtoniana de un tiempo en sí mismo independiente de un ente que lo experimente, es decir de un tiempo absoluto, ha sido desplazada por la teoría general de la relatividad que incluye al tiempo como una dimensión más del universo deformable que explica la gravedad, y en la relatividad especial el tiempo también es considerado como algo elástico que depende de la posición y la velocidad de un observador. El físico y divulgador italiano Carlo Corvelli, en su libro: El orden del tiempo, editado en castellano por anagrama, ofrece un panorama muy iluminador respecto de las distintas concepciones del tiempo que ha atravesado la historia de la física. Les dejo aquí dos link bastante ambles como para hacerse una idea. https://www.bbvaopenmind.com/ciencia/fisica/existe-el-tiempo/ https://www.youtube.com/watch?v=7La1TLwaVEo&t=2692s