«…enseguida alguien pasaba las coordenadas, a través de un mensajito, de un galpón donde sonaba Gilda y vendían la cerveza en vasos de plásticos de un litro…» Por: Derian Passaglia
Era cosa de estar despierto, nada más, y sentado delante de la computadora, chateando, para que alguien a las once o doce de la noche zumbe en una ventana celeste del MSN, una ventana que aparecía inesperadamente por un costadito de la pantalla, por encima del incio, y quedara titilando en naranja, porque uno estaba ocupado simplemente eligiendo temas en Youtube, a pesar de que los zumbidos persistían. ¿Y quién era a esas altas horas de la noche, cuando el alcohol y la vagancia habían venido a visitarme al monoambiente oscuro de la calle Honorio Pueyrredón, aquella avenida ancha que las negligencias del pelado Larreta destruyeron con sus negociados? ¿Y qué quería?
-Hay una fiesta, ahora, en el Chaperío… -me escribía Adri o Luz, o alguna otra, algún otro, de Los Chukies.
Así le había puesto Ariel al grupito de la facultad de Ciencias Sociales de la UBA, en la carrera de Sociología, aquel grupito que había fortalecido sus lazos después de cursar una materia de verano sobre Nietzsche, y que se había disuelto, así como se formó, por las circunstancias habituales de la vida, en la que uno ya ha hecho su recorrido obligatorio por la educación formal, y no le queda más que continuar el rumbo impuesto por el destino siempre elegido a los tumbos por el azar, las obsesiones y las condiciones materiales de existencia… Eso aprendí, sí, de Los Chukis, porque aunque yo no era de la facultad de Ciencias Sociales, porque aunque yo llegara con mis libritos de literatura de otra ciudad y de otra facultad, aprendí de Los Chukis a decir “condiciones materiales de existencia”, mientras cantábamos la marcha peronista en algún balcón de Palermo, a la vista del gorilaje espantado que acababa de dejar un restaurante de lujo, y salía al frío de la noche porteña…
-Ya estoy en piyama -decía yo-, ya fue, me hubieran avisado antes.
-Dale, dale, que todavía ni empezó -me azuzaban desde la ventana del MSN.
-Todavía me tengo que bañar…
-Bañate rápido y vení.
El Chukismo no perdía el tiempo (“El Chukismo” le decía también Ariel, como si se tratara de un movimiento nacional y popular, un frente de liberación de masas), y enseguida alguien pasaba las coordenadas, a través de un mensajito, de un galpón donde sonaba Gilda y vendían la cerveza en vasos de plásticos de un litro, dispuestos en un stand, con los precios barato en un cartelito escrito a mano. Y entonces me iba corriendo a la bañadera, desesperado, y dejaba que el agua me corriera rápida por el cuerpo, así nomás, porque El Chukismo en ronda, con sendos vasos, de senda pureza en su burbujear, esperaba que la noche siguiera, y siguiera, y fuera eso, solo eso y nada más…
Y otra vez la reunión se concretaba en Salón Pueyrredón, o en algunos de esos antros de moda por la época, donde El Chukismo se congregaba a disertar sobre autores de la ciencia social, a reír de las manías de los jefes de cátedra, a desarrollar teorías intrincadas sobre personajes estrafalarios de Game of Thrones, o a escuchar a una banda, también del momento, como Los 107 faunos o Él mato o Franny Glass… Sí, eran los tiempos felices de El Chukismo, la época dorada de una juventud que coincidió con el alto kirchnerismo y la Asignación Universal por Hijo, y había plata entonces, había plata y corrían los vasos y las cenas y los almuerzos, y así seguiríamos, así seguiríamos por toda la eternidad, porque el futuro, se suponía, sería igual de hermoso y prometedor…