El protagonista de Una oportunidad está embrujado, o siente que está embrujado, y esa creencia, ficticia o no, lo lleva a tratar de romper el hechizo con tres brujas. Por: Derian Passaglia
Sin darme cuenta, leí casi todos los libros de Pablo Katchadjian, así que debo ser una especie de fan encubierto, que todavía no tomó conciencia. Katchadjian es un joven escritor argentino contemporáneo (¿hasta cuándo dura la juventud?), nacido en 1977, que tuvo una breve notoriedad pública desmedida (más de la que podría tener un escritor de vanguardia) cuando María Kodama, la viuda de Borges, le inició un juicio por plagio. Katchadjian había publicado un librito titulado El Aleph engordado, donde literalmente engordaba el mejor o más clásico cuento de Borges, agregándole palabras. Katchadjian, finalmente, ganó el juicio. Como los grandes escritores, Flaubert en su época, Katchadjian tuvo su juicio por escribir un libro.
La literatura de Katchadjian no tiene referencias temporales ni espaciales, y todo pareciera que pasa en un universo paralelo, donde hay gigantes, esclavos, brujas y personajes mitológicos, como si fuera un desprendimiento del género maravilloso, asociado a la niñez y la adolescencia. Como en Harry Potter o El señor de los anillos, todo puede pasar en los relatos de Katchadjian, cualquier cosa puede pasar, y esos límites se cruzan y se tantean permanentemente. Ahora bien, en Una oportunidad (publicada por Blatt&Ríos el año pasado), quizá por primera vez, hay referencias espaciales: el personaje vive en Mar del Plata y hay un viaje a Cancún. Esta es otra forma de Katchadjian de romper sus propios límites: lo que no podía hacer o lo que no hacía, ahora lo hace. Su escritura no es de improvisación, sino de incertidumbre y sorpresa.
Una vez le escuché decir a Katchadjian que escribe desde cero, de la nada, como si inventara no el mundo otra vez, sino un mundo aparte que vive en este. El protagonista de Una oportunidad está embrujado, o siente que está embrujado, y esa creencia, ficticia o no, lo lleva a tratar de romper el hechizo con tres brujas. Otra diferencia con anteriores novelas suyas es que sus personajes solían ser arquetípicos, como en César Aira, meros dibujitos animados vaciados de psicología. Pero el personaje principal de esta novela, al menos, tiene cierta complejidad, tiene una conciencia, cree cosas, se desdice, se equivoca y vuelve a probar. Pero no deja de ser un personaje arquetípico, al final, porque como todo arquetipo se define por un rasgo: está embrujado y embruja la narración.
La velocidad es otro de sus rasgos distintivos. Como se dice de las pelis de acción, sus relatos son “trepidantes”, avanzan como si cayeran por un abismo, vertiginosamente. A esa velocidad permanente de la acción, Una oportunidad suma algo de la psicología del personaje, pero no como se la suele entender comúnmente, como una acumulación tortuosa de traumas, sino cruzado con la misma narración, porque el embrujo tiene un efecto sobre el lector: esta novela no se puede dejar de leer hasta el final.