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sábado, noviembre 23, 2024

El murciélago en la cocina del departamento

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Se habría metido por la puerta entreabierta, habría caído como un dron roto al patio, y habría buscado ayuda, esa que yo le negaba… Por: Derian Passaglia

Esa aparición negra en el pasillo de la cocina, justo en el borde de la heladera, como si buscara un refugio para la luz, me enfrentó a mis propias limitaciones, a mi pobre experiencia de la realidad, a todo mi asco durmiendo en alguna parte de mi ser. El asco, ¿duerme dentro de uno? ¿Y de repente, sin darnos cuenta, emerge como una ola que cubriera una ciudad costera en cuestiones nomás de minutos? ¿Será que Sartre tendría razón cuando se puso a hablar de la náusea? Quizás a alguien, a otro, le produzca un rechazo instintivo y animal el mirar una rosa, una manifestación que corta la avenida, la caca verde de un bebé; a mí me produjo asco el murciélago que se arrastraba con sus alitas maltrechas sobre las baldosas frías de la cocina…

Ahí estaba, desnudo y oscuro, perpetuamente agonizante, silencioso en la aceptación madura de su destino, aunque aquel animalito no tendría más que algunos meses de vida, y estaba ahí, sin familia ni amigos, en un departamento de planta baja, en una cocina que tampoco me pertenecía, era nada más que otra de mis ocasionales viviendas temporarias donde busco refugio cada vez que se vence el contrato de alquiler. ¿Pediría agua, tal vez que apagara la luz para recrear la noche, un poco de comida? ¿Qué comerías, amiguito desorientado, qué comerías si tuvieras que pedirle a un humano algo de lo que llamamos compasión? ¡Pobre, pobrecito! El murciélago estaba herido, y yo, en vez de pensar en sus problemas, problemas de vida y muerte, pensaba en los míos. Se habría metido por la puerta entreabierta, habría caído como un dron roto al patio, y habría buscado ayuda, esa que yo le negaba…

Lo junté con una palita como se junta la basura, manteniendo la distancia en una época donde la distancia era la norma en la sociedad, y había que trabajar remotamente, sin salir de casa, sin ver a nadie, sin familia ni amigos como el desgraciado murciélago que cayó a visitarme sin pedir permiso. ¿Una sopa de murciélagos habría provocado toda esa irrealidad que nos confinaba todas las horas de todos los días y de todas las semanas a permanecer guardados y en reposo? ¿Era la culpa, entonces, ya casi ensombrecida, apenas lúcida, la que se manifestaba en la cocina de mi departamento de la calle Agüero? Era, más bien, como un primito de Batman perseguido por los villanos de Ciudad Gótica, que había tenido la mala suerte de chocarse con algo y romperse las alas, o contraer una horrible enfermedad, quizá ya desde el vamos, desde el nacimiento, no había tenido la aptitud de los más fuertes, según las leyes que dominan la naturaleza.

Dormimos así, separados por una pared, casi juntos, ¿no? Desde la ventana del monoambiente bajaban los motores de los aires acondicionados, las películas a trasnoche, las videollamadas en otros idiomas, y el silencio de mi nuevo amigo, el murciélago, que tendría que arreglarse con sus cosas y desenvolverse por sus propios medios, sí, puede que sus alas frágiles se curaran durante la madrugada, y pudiera emprender el vuelo y reencontrarse con los de su especie. Así se pasó la noche, otra noche más de la pandemia, parecidas pero no iguales, y al otro día abrí la puerta, pensando otra vez en él. No había rastros de su horrible cabecita por ningún lado, sus ojos negros de terror moribundo no llenaban de tristeza el triste patio interno de mi monoambiente de planta baja, con tres o cuatro plantas que no necesitaban mucha agua para sobrevivir en la adversidad…

Hasta que lo vi abajo de una maceta, trepado con uñas y dientes a las pocas horas que le quedarían de vida, sin agua ni pésame que consolaran su breve corazón, y resistía porque eso dicen que hace la vida en condiciones desfavorables, se adapta a su entorno, piensa estrategias y tácticas de defensa y ataque, como esa planta que simula poner huevos de mariposa para que las mariposas no la llenes de huevos, y larga un líquido que atrae a las moscas, así las mariposas no la joden. ¡Su cementerio sería el hueco cóncavo de una maceta! Tenía las horas contadas el pobre murciélago, y yo estaba vivo para darle sepultura en una bolsa plástica que se llevaría el camión de la basura, que pasaba religiosamente durante la noche, antes o después del toque de queda.

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