“La “no ficción” se sirve de mecanismos narrativos que provienen de la ficción, de los más característicos y típicos, como la invención de una trama, un argumento, personajes, capítulos o descripciones para contar un hecho que se supone real…” Por: Derian Passaglia
¿Cuándo fue que dejó de importar la ficción? ¿Y cuándo fue que la no ficción, los documentales, lo que parece “más real” que la realidad misma, empezó a dar grandes ganancias en las plataformas de streaming? Puede ser que el ritmo frenético de la vida moderna, la aparición de internet, las pantallas, la realidad virtual, la vida en bits, en otra parte, lo instantáneo, hayan contribuido a que la barrera entre ficción y no ficción se diluyera cada vez más, hasta el punto en donde estamos ahora, cuando la ficción directamente pasa por lo real. ¿No es eso, tal vez, la inteligencia artificial? Un mecanismo tecnológico creado por los seres humanos para engañar a los seres humanos.
A sangre fría, la novela de Truman Capote publicada en 1966, dicen los libros que es la primera novela del género “no ficción”, aunque todos sabemos, en esta parte del mundo, que la primera fue Operación masacre, del argentino Rodolfo Walsh, publicada en el 57. La “no ficción” se sirve de mecanismos narrativos que provienen de la ficción, de los más característicos y típicos, como la invención de una trama, un argumento, personajes, capítulos o descripciones para contar un hecho que se supone real. Es exactamente lo contrario a la ficción, o al menos eso parece, así se presenta, porque usa sus herramientas. La ficción, en cambio, quiere parecer real: la ficción penetra la realidad.
Se trata de una familia típica de un pueblo rural del oeste de Kansas que fue brutalmente asesinada por Richard Hitchcock y Perry Smith, quienes fueron condenados, posteriormente, a morir en la horca. Todo esto se sabe ya desde el inicio, desde antes de abrir el libro, porque la noticia salió en los diarios de la época, y si se googlea el nombre de Perry Smith, o el de Richard Hitchcock, aparecen sus fotos en internet, incluso hay una en la que posa Smith con el autor del libro, Truman Capote, y entonces uno se pregunta: ¿qué onda? ¿Qué pasa acá? ¿Por qué Truman Capote se codeaba con los asesinos? Se cuenta que para ganarse su confianza y reunir material documental para la escritura del libro, Capote le escribía cartas a los asesinos y hasta tuvo algún acercamiento sexual con alguno de ellos.
Bien, es un caso real, un libro periodístico. Hay incluso un misterio: ¿por qué asesinaron de una manera tan cruel a una familia inocente sin llevarse nada siquiera? Es un caso típico de documental de Netflix pero escrito en una época tecnicolor, en plena expansión del jipismo y el comunismo. De fondo, pareciera haber dos cuestiones que el narrador nunca aborda directamente, porque le sobra con la alusión, con presentar la escena, para que sea el lector quien juzgue.
La primera tiene que ver con el origen del mal. Tanto para estos dos asesinos, como otros tantos que desfilan por las páginas de A sangre fría, no parece haber más motivación para asesinar que el simple hecho de asesinar. ¿Es el sistema, al final, el que termina creando individuos con esta disposición psicológica? La otra cuestión es la pena de muerte. Los asesinos nunca son juzgados por el narrador. Aparecen con sus miserias, sus frustraciones, sus ilusiones perdidas. Aparecen las voces de los asesinos y no tanto las de las víctimas. Entonces, el lector se pregunta, ¿realmente es necesaria la pena de muerte para estos dos desgraciados que no tuvieron suerte en la vida?