Al presidente Javier Milei le pusieron de apodo presiduende, porque tiene los pies muy chicos. Por: Derian Passaglia
2024. El personaje más icónico del bosque es el duende. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? También están las hadas, en la versión femenina de estos seres mágicos. Es raro que Borges, en el Libro de los seres imaginarios, le dedique una entrada, de pocas páginas, a las hadas, pero no a los duendes. La palabra hada, dice el escritor de Palermo, proviene del latín, de fatum o hado, que significa destino. Es gracioso Borges, porque escribe serio sobre las hadas, como si fuera un copista en una abadía, o el editor secreto de una enciclopedia. ¿Se puede ser serio escribiendo sobre algo que sabemos que no existe? Que sean imaginarias no significa que las hadas no existan, así como las brujas no existen, pero que las hay, las hay…
En Sueño de una noche de verano, obra de la que quiero hablar más adelante, Teseo dice en el quinto acto que la imaginación produce formas desconocidas, la pluma del poeta las diseña y da nombre y habitación a cosas etéreas que no son nada. Le basta concebir una alegría, sigue Teseo, para crear algún ser que se la trae; o en la noche, si presume algún peligro, ¡con cuánta facilidad toma un matorral por un oso! Teseo no se equivoca, la imaginación es creadora, y en ese tren de crear cosas, también puede crear la realidad, y darle forma al mundo. ¿De dónde salen si no nuestros sistemas de valores y creencias? ¿Nuestros miedos, nuestras angustias, nuestra idea del sol y de la luna? ¿La teoría de la relatividad, el conocimiento sobre el universo, las toallas y los tanques de agua, las velas, las medias, el Sega Génesis y el teléfono?
Lo más parecido a los duendes que hay entre los seres imaginarios de Borges son los elfos y los gnomos. De hecho, comparten características esenciales, como que los tres son criaturas de la tierra y de los bosques; los tres son diminutos, chiquititos; y los tres, justamente, no existen. Aunque sí existen, ¿no? Por algo se los puede nombrar, y si tienen nombres es porque existen. No se puede escribir de lo que no existe, dice un poema de Daniel Durand. Los dos tienen un origen germánico, todo esto según el poeta de los almacenes rosados (Borges), y los gnomos son más antiguos, provienen de la cultura griega clásica. Mientras que los elfos son siniestros, roban haciendas y chicos y se divierten con travesuras, creando el caos en diabluras menores, tirando flechas malévolas y minúsculas que causan dolores de cabeza; los gnomos son enanos barbudos, de rasgos grotescos, que tienen la misión de custodiar tesoros ocultos. Los gnomos conocen y pueden revelar a los hombres dónde se esconde el oro. Estas características las comparte también el clásico duende celta, que es el duende que nos imaginamos cada vez que pensamos en uno.
Al presidente Javier Milei le pusieron de apodo presiduende, porque tiene los pies muy chicos, y el payaso no lo acepta, y se pone zapatos dos o tres tallas más grandes, y va por ahí caminando en alfombras rojas al lado de primeros ministros o de Elon Musk con sus piecitos que se zarandean como pescados afuera del agua. También el Loco, mi gato, mi hijo no sanguíneo y de otra especie, es una especie de duendecito con cola y bigotes. Llegó a casa un mediodía de domingo lluvioso. Gala había bajado a comprar facturas, y cuando volvió, volvió con las facturas y un gato. Dijo que estaba en el techito del edificio, que maullaba y se le trepaba.
-Bueno -le dijo ella, o si no le dijo lo pensó-, si seguís acá cuando vuelvo de la panadería te llevo arriba.
Entró asustado y con la cola inflada, sucia, los pelos colorados duros. Ni me saludó, ni me miró.
-Pobrecito -dijo Gala.
¿Qué íbamos a hacer con un gato si apenas nos alcanzaba para vivir? ¿Qué iba a hacer yo solo con un gato, semanas después, una vez que Gala se fuera para siempre y no volviera más que para buscar sus cosas?