29 C
Asunción
viernes, noviembre 22, 2024

Sobre Días de lectura, de Marcel Proust

Más Leído

Proust es el escritor menos libresco de cuantos escritores existieron, y cuando habla de los libros no está hablando de los libros sino de la vida, porque en la vida lo único que existe para Proust son libros. Esta paradoja es lo que no comprende la mal llamada y extendida literatura del yo, afirma Derian Passaglia en este artículo.

*

Por: Derian Passaglia

Leí Días de lectura, de Marcel Proust, un libro que recopila algunos ensayos sobre la obra del escritor inglés John Ruskin, la práctica de la lectura y una selección de fragmentos de explicaciones sobre su propio proceso de escritura. No es un libro que haya publicado el autor en vida, sino una traducción de la editorial Taurus, que se inserta dentro de la colección Great ideas, publicado originalmente en inglés, traducción de una traducción, por la editorial Penguin en Gran Bretaña. La tapa es hermosa, de flores y hojas verdes que cubren todo el libro, diseñado por David Pearson. Las formas arabescas que dibujan los tallos que trepan por el filo del libro, la tipografía terminada en puntas filosas de las letras del nombre del autor, le habrían sacado un suspiro a Proust, mientras tomaba el té en su pieza, hojeaba el ejemplar y se decía por lo bajo: “¡pero qué lindo!”.

La manera en que lee Proust cambia la forma de pensar y escribir la literatura en el siglo XX. ¿Existirá un lector más sensible? A veces, las cosas que dice me hacen acordar a Borges, pero no sé si porque Borges está influenciado por Proust, o si Proust está influenciado por Borges aunque no lo haya leído (murió cuando Borges tenía veintitrés años), o si soy yo el que está influenciado por los dos y cuando me siento influenciado por algo veo, siento, percibo y juzgo el mundo a través de esa influencia. La lectura es conversación con personas muertas, y los libros son amigos de los que recibimos la comunicación de otro pensamiento. Debe ser que ando sensible últimamente, pero un poco me emociona que Proust piense así. Me encanta conversar con libros y hablar con las películas. A veces me río de ellas, y a veces me río de libros. Cuando un libro me afecta mucho busco otro del mismo autor, y cuando son varios libros del mismo autor los que me emocionan miro sus fotos o veo entrevistas por Youtube, si no es tan antiguo, y le pregunto a la imagen en la pantalla: ¿quién eras? ¿Por qué pensabas así? ¿Qué te gustaba comer? ¿Qué te hacía feliz? ¿Cómo puede ser que sintamos la vida de forma tan parecida? El hecho de conocerlos a fondo, de forma integral como un arroz, me da un placer mucho más grande cuando adivino lo que va a decir, cuando descubro un adjetivo que siempre usa, una sintaxis que se repite, una idea que ya había dicho en otro lado, en otro momento, en otro texto o género. El otro día, en un paseo por la ciudad, pensé que cuando leemos un libro que nos gusta mucho, una página que nos encandila, un verso que nos vuelve locos, un párrafo con el que decimos: “¡mierda, cómo se puede escribir así!”, es porque eso que leemos ya estaba dentro de nosotros y solamente, por casualidad, lo encontramos escrito en otro lado, gracias a que el destino metió la mano y permitió esa conexión única, milagrosa.

La lectura le trae a Proust la imagen del pasado, que a su vez es la misma imagen que le trae cuando escribe, pero en realidad son dos imágenes distintas, la relación está en la forma en que concibe la lectura, que es la misma forma en que concibe la escritura. Cuando lee Proust no quiere que lo molesten, es como un lector total, un lector que sueña con ser ininterrumpido, el que no quiere ni puede parar de leer. Una vez vi una foto de una persona que se había llevado un libro a la cancha. A los dieciocho, antes de mudarme a la gran ciudad, fui con un libro a la milonga en la que mis abuelos bailaban tango. ¿Habrá sido Dostoievski? ¿Cómo me imaginaba que iba a poder leer con música fuerte y en la oscuridad, entre el griterío? Proust no menciona los libros que leía porque más importante que los autores, que la trama y que los personajes, era el acto de seguir leyendo, de no ser molestado, de permanecer en ese universo que lo absorbía en cuerpo y espíritu. En el colectivo siempre me debato si leer o mirar el paisaje. Los viajes son largos hasta el trabajo. Lo que más me gusta es levantar la cabeza y mirar las fachadas de los edificios antiguos y dejar de mirar las fachadas de edificios antiguos y volver al libro. Es un pasaje, un instante, apenas perceptible, en el que siento que lo que pasa por la ventanilla pasa también entre las palabras y lo que pasa entre las palabras pasa también por la ventanilla. Las imágenes se superponen, las impresiones se mezclan, la lectura se ve afectada por todo lo que me rodea y en lo que me rodea está lo que leo. Proust define a la lectura como el acto psicológico original. Los libros dejan en nosotros la imagen de los lugares y los días que las realizamos. Esto es Proust en su esplendor, una huella del pasado que cobra forma en el presente a través de su recuerdo. Qué lindo cuando dice que al querer hablar de sus lecturas habla de algo totalmente distinto de los libros, porque no es de ellos lo que las lecturas le hablaron. Proust es el escritor menos libresco de cuantos escritores existieron, y cuando habla de los libros no está hablando de los libros sino de la vida, porque en la vida lo único que existe para Proust son libros. Esta paradoja es lo que no comprende la mal llamada y extendida literatura del yo.

No se debe buscar respuestas en la literatura sino deseos, que es lo único que puede darnos un autor, y a mí Proust me despierta deseos. Las mentes más ilustres de una época sienten predilección por obras antiguas, en las que ven un espejo de la vida. La comparación que pone Proust es hermosa, dice que leer una de estas obras es como la felicidad que sentimos al pasear por una ciudad como Beaune, que conserva la arquitectura de siglos pasados intactos, formas que ya no se fabrican ni producen y que guardan el recuerdo de usos o maneras de sentir que ya no existe, huellas persistentes del pasado a las que nada del presente se parece, dice la traducción de la traducción, y cuyo color sólo el tiempo, al pasar por ellas, ha podido embellecer. Nunca había pensado así en la literatura ni en una fachada de los edificios que me gusta mirar por la ventanilla del 152 cuando voy al trabajo: estoy viviendo en el pasado al mismo tiempo que en el corazón del presente, y sentirme vivo es recrear lo que hay de muerto en todo lo que me rodea, en todo lo que fui y voy a ser, en el lenguaje que uso, y que algún día ya no se va a usar, pero que quedará como el registro vivo de una comunidad, de una época, de un modo de sentir el mundo, de unas preocupaciones, de lo que nos tocó vivir, de lo que experimentamos, que es lo mismo pero diferente a lo que vivieron otros, un momento determinado del tiempo en el espacio. La lengua es como un museo del tiempo para Proust, donde va a pasear y a sacarse selfies. La lectura tiene la misma realidad que la realidad de la vida.

 

Más Artículos

13 COMENTARIOS

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

dieciocho − cinco =

Últimos Artículos