Derian Passaglia analiza el perfil del actor y presentador argentino Guido Kaczka en tanto conductor del show Bienvenidos a bordo (Canal 13), éxito de la TV de su país.
Por: Derian Passaglia
Guido Kaczka es uno de los mejores personajes televisivos de la actualidad en mi país. Si no es el mejor, pega en el palo, y solo podría ser superado por otro personaje en pleno ascenso, pero con características y origen muy distinto, como Esmeralda Mitre. En otro momento vamos a hablar de Esme. Hoy quiero rendirle homenaje a uno de los seres humanos más humanos que existen en la tele.
Ayer vi un video muy gracioso de Guido que habla sobre su recorrido hasta llegar a lo que hoy es, un estilo, una marca, una sintaxis, el dueño de mis risas cada vez que me siento a comer. Guido nació en La Paternal, un barrio de la Ciudad de Buenos Aires, el 2 de febrero de 1978, y desde muy chico que anda dando vueltas en programas y novelas de televisión. En determinado momento de la década pasada se convirtió en conductor de programas de juegos y desde ahí que no hizo otra cosa que consolidar su figura. Guido Kaczka suena casi como Franz Kafka y tienen en común el sentido del mundo absurdo, el gusto por la improvisación y el pensamiento, o mejor, un pensamiento que cobra su forma en la improvisación, una neurosis inquieta, la mirada profunda y pícara.
El programa de Guido se llama Bienvenidos a bordo y trata, como quería Flaubert para la novela, sobre la nada. El decorado es la trompa de un avión por el bajan los invitados random de cada día. Por ese outlet desfilan bailarines de showmatch, mediáticos medio pelo, Nati Jota, extras de los medios. Bienvenidos a bordo podría llamarse Bienvenidos al bondi y el decorado podría ser un colectivo de frente, o Flora y fauna y los invitados podrían vestirse de chimpancés y lapachos y el contenido del programa no cambiaría. Lo que importa es Guido y su carisma, la conversación que entabla con los participantes, las reflexiones existenciales que tira en medio del piso del canal, en el prime time de la tele.
Guido tiene un némesis. Se trata de Iván Drago. Se llama Hernán Drago, pero a veces, algún participante distraído, o algún otro que simplemente quiere hacerse el gracioso lo llama Iván Drago, como el rubio aparato al que se enfrenta Rocky en la Unión Soviética. Iván Drago es el complemento de Guido. Sin Iván Drago, Guido no podría alcanzar todo su potencial. A principios de los dos mil Iván Drago fue modelo. Restos de ese pasado sobreviven en esa cara perfecta de rasgos angulosos, en la mirada penetrante, en la pose canchera, en la combinación de ojos claros y pelo negro, en la barbita entrecana de tres días. A Guido le da bronca, como a cualquier hombre en esta tierra, que Iván Drago sea tan perfecto, entonces lo burla, se le ríe, mira a cámara como si él también fuera un modelo ante quienes el resto de los mortales debe rendirse, con su cara redonda, inflada, de cachetes simpáticos. La relación de Iván Drago y Guido es tensa, pero es Iván Drago el que suele romper esa tensión por medio de alguna salida canchera, porque Iván Drago a pesar de que es modelo es un capo, rompe los esquemas, es lindo pero no tarado.
-Está Hernán Drago para las dominadas, Hernán Drago para las dominadas -dice Guido con su voz de suspenso permanente-, guarda, Hernán, que me parece que se te levantó el cuellito.
Iván Drago lleva puesta una camisa de jean con el cuello levantado. Sin hablar, Iván Drago se muerde la boca y dice que no con la cabeza.
-¿No qué? -dice Guido.
-A partir de cierta altura se puede usar así el cuello -dice Iván Drago señalando con una mano debajo de su cuello.
-Noo, noo -dice el locutor mientras se ríe.
-Si lo dice… -dice Guido mordiéndose el labio y levantándose el cuello del saco color beige como si estuviera en 1995.
Guido se mira en la cámara mientras hace caras con el micrófono en la mano.
-Guarda, eh, al final no es un tema de genética… Son algunos tips lo que te hacen más fachero.
Iván Drago lo mira a los ojos levantando la pera, sin decir nada.
Los participantes del programa son todos taxistas. Desde que empezó la pandemia y no se puede salir de casa, los productores se la tuvieron que ingeniar. Los taxistas son uno de los pocos que pueden salir de casa legalmente. Me parece una incorporación increíble a la televisión. Algunos, no todos, los que pueden quebrar ese momento de parálisis que puede producir el enfrentarse a una cámara rodeado de luces, muestran la esencia de la estereotipación del argentino en el mundo: revelan sus gustos de música melódica, hablan de sus saberes que abarcan todos los campos del conocimiento humano, cancherean, son graciosos y queribles. Como espectador, uno quiere que ganen todos.
-Te vengo a visitar, vos sos mi amigo, pollo -entra con las manos a los costados como si el espíritu no le entrara en el cuerpo un taxista vestido con una remera violeta. Disimula una calvicie avanzada con el pelo largo colgando a los costados con un flequillo.
-¿Cómo? -dice Guido.
-Te vengo a visitar, pollo -repite el taxista. Para mí vos sos el pollo, no sos Guido -le dice. Los dientes chuecos y amarillos en una sonrisa enorme lo vuelven un personaje entrañable.
-Después te voy a contar la anécdota. Si vos me permitís te la cuento -dice.
-¿Cómo? -repite Guido-, ¿vos sos amigo?
-Ehhh -dice el taxista quebrando la cabeza en una sonrisa pícara. Sos amigo mío vos.
Guido se agarra la cabeza. Le gusta el taxista. Se peina. El locutor dice riéndose:
-Eh, ¿qué paso?
-¿Pero qué? ¿Nos conocemos, eh? -dice Guido que no entiende nada.
-Pasa que hace mucho que yo te conozco. Si vos me permitís te cuento la anécdota. Una buena, eh.
-Yo no te permito -dice Guido sin aguantar la risa. Yo no te permito.
-Te juega a favor -dice el taxista.
-¿De dónde sos? -pregunta Guido.
-Almagro -dice el taxista.
-Almagro… -repite Guido revoleando los ojos como pensando.
-No, pero la anécdota es de Flores. Del barrio de Flores. Boliche Amadeus. Ahí está.
-Upaaa -interviene el locutor.
-Ahí está -dice el taxista.
Los dos se señalan. El taxista grita excitado. Guido no sabe dónde meterse.
-Te tocó, te tocó -dice el locutor.
-Te tocó, te tocó -repite el taxista.
-Sabe -reafirma el locutor en éxtasis. Sabe dónde.
El que no sabe dónde meterse es Guido.
-Me debés una, pollo -dice el taxista.
La anécdota no es surrealista, pero el contexto del programa la convierte en surreal. Un taxista que encontró al famoso Guido Kackza, que en esa época tenía pelo largo y trabajaba en Grande Pa!, en un boliche de Flores. Una amiga suya estaba enamorada de él. Entonces, cuando se lo cruzó en el baño, el taxista lo increpó:
-Pollo, escuchame, hay una piba, loco, que está muerta con vos. Hay una amiga nuestra que está muerta con vos. Pero era linda, eh. Te vas a acordar el nombre. Vos contento, porque habías ganado. Entonces contento me dijiste: ‘mostramela, mostramela’. Y salimos y te digo: ‘esa es’. Y vos agarraste, estuviste recontra bien, porque a los cinco minutos te vimos que salías de la manito con ella y no te vimos más.
El locutor se ríe, Guido se tapa la cara.
-¡Ese es mi pollo! -dice Iván Drago.
A veces me imagino que soy taxista y tengo una conversación con Guido en el programa: si llevé famosos, cuántas horas trabajo, qué hobby tengo, etcétera. Guido me da ganas de ser taxista. Además de Iván Drago, los personajes secundarios son el locutor (el Sancho Panza de Guido) y Rodrigo Vagoneta, uno de los seres humanos más especiales de esta Tierra, que puede contar chistes malísimos mientras se ríe nerviosamente y hace la grulla.
Los juegos son lo que menos importa del programa y algunos de ellos acentúan el carácter surrealista del programa, como el de los lingotes. Los participantes tienen que meter la mano dentro de un cubículo con un orificio en el medio en el que tienen veinte segundos para sacar un lingote de oro u otro de plata. Lo que verdaderamente importa es Guido, el recurso vanguardista autoconsciente de la repe (cada vez que un participante saca o no saca el lingote, gana o pierde, Guido repite: “poeneme la repeee”), su forma de entrar y salir con naturalidad de cualquier tema que se hable, la manera en que mira a cámara, su cara redonda y su pelo al viento que parece sucio, su sonrisa pícara, sus ojos celestes que crean una complicidad extraña y perfecta con cualquier cosa que mire.