Derian Passaglia continúa su análisis sobre los cuentos completos de Franz Kafka, poniendo su foco en los cuentos de Contemplación.
Por: Derian Passaglia
El libro empieza en realidad con los cuentos de Contemplación. Me impresionaron mucho esos cuentitos. Kafka lo publicó cuando tenía treinta años. Sobrevuela un fondo de misterio siniestro ante cada una de estas pequeñas viñetas que me hace ruido llamar cuentos. Un sentido que no se llega a abrazar del todo, en la que la sola lectura no basta, ni la relectura, que pareciera exceder el discurso y entonces se vuelve necesario adoptar otro punto de vista, otra forma de leer que no aplica a textos convencionales. Más que cuentos podríamos adoptar momentáneamente el nombre de visiones. El narrador de los relatos de Contemplación mira, está siempre mirando. Uno de los cuentos se llama Mirando afuera distraídamente y ese título parece el motivo estético que guía la escritura. La contemplación es un estado en el que se manifiestan las cosas del mundo.
La contemplación remite al estado del sujeto que narra, casi siempre testigo de algo que pasa detrás de una ventana, en la calle, en ese mundo al que no pertenece; pero también evoca el sentido religioso de la palabra. Los personajes no acceden a esta elevación espiritual de la palabra, es el narrador quien los mira desde un lugar que intenta descifrar conductas, como si llegara de otro universo y de repente se encontrara con niños en una calle de campo, con trabajadores volviendo a casa por la noche, con mujeres hermosas que pasan de largo ante su vista. Me da la sensación de que este narrador no sale de su casa. Borges tampoco salía de su casa, se quedaba leyendo. Pero al barrio lo idealizaba. Kafka lo mira a través de una ventana, su única conexión con el mundo exterior. Como Borges también, la relación con ese afuera, que parece representar la vida, es tensa. Quiere y no quiere estar ahí, busca integrarse, no sabe cómo. En el espacio de esta contradicción aparece el relato.
¿Cómo salir de casa? ¿Cómo integrar la literatura en la vida, cómo integrar la vida en la literatura? parecen ser las preguntas que hay por debajo de los cuentos. Se escribe sobre lo que se mira, pareciera también que hay un deseo de atrapar ese instante, de ser ese instante, de salir afuera. Pero el narrador no sabe cómo. Ese hecho lo lleva a escribir. Estoy parado en la plataforma del tranvía, dice el narrador en el relato “El pasajero”, y me siento completamente inseguro respecto de mi situación en este mundo, en esta ciudad, en mi familia. El narrador busca su lugar y no lo encuentra, sobrepasado por una incomodidad que lo lleva a recluirse detrás del cuadrado de una ventana. El punto de vista de los cuentos de Contemplación es el de una ventana. En Ser infeliz, el último cuento de este primer librito de cuentos, al narrador se le aparece una niña fantasma, como si esta presencia sobrenatural fuera el indicio de lo que iba a venir.
EL PASAJERO
Estoy en la plataforma de un tranvía y me siento totalmente inseguro con respecto a la posición que ocupo en este mundo, en esta ciudad, en el seno de mi familia. Sería incapaz de decir, ni siquiera vagamente, qué reivindicaciones tendría derecho a invocar en un sentido u otro. No puedo justificar el hecho de estar en esta plataforma asido a este manillar, de dejarme llevar por este tranvía, de que la gente lo esquive, o camine tranquilamente, o se detenga frente a las vidrieras. Cierto es que nadie me lo exige, pero eso no importa.
El tranvía se acerca a una parada; una muchacha se instala junto a la escalera, lista para bajar. Se me muestra tan nítida como si la hubiera palpado. Va vestida de negro, los pliegues de su pollera casi no se mueven, la blusa es ceñida y lleva un cuello de encaje blanco y punto pequeño; mantiene la mano izquierda pegada a la pared del tranvía, en su derecha un paraguas descansa sobre el segundo peldaño contando desde arriba. Su cara es morena, la nariz, levemente achatada a los costados, es ancha y redonda en la punta. Tiene el pelo castaño, abundante, y en su sien derecha se agitan unos cuantos pelitos. Su pequeña oreja está muy pegada a la cabeza, pero como estoy cerca, veo toda la parte posterior del pabellón derecho y la sombra en la raíz.
Y entonces me pregunto: ¿cómo es que no se asombra de sí misma, y mantiene la boca cerrada sin decir nada parecido?
VENTANA A LA CALLE
Aquel que vive solo y, sin embargo, desea en algún momento unirse a alguien; aquel que en consideración a los cambios del día, del clima, de sus negocios y de otras cosas semejantes, anhela ver, sin más, un brazo cualquiera en el que poder apoyarse, esa persona no podrá seguir mucho tiempo sin una ventana que dé a la calle. Y le ocurre que no busca nada, sólo aparece ante el alféizar de la ventana como un hombre cansado, abriendo y cerrando los ojos entre la gente y el cielo, y tampoco quiere nada, e inclina la cabeza ligeramente hacia atrás; así le arrastran hacia abajo los caballos con el séquito formado por el coche y el ruido hasta que, finalmente, alcanza la armonía humana.
MIRANDO AFUERA DISTRAÍDAMENTE
¿Qué haremos en estos días de primavera que ahora vienen llegando de prisa? Hoy temprano el cielo estaba gris, pero si ahora va uno a la ventana se sorprende y apoya la mejilla contra el picaporte.
Abajo ve la luz del sol -que por cierto ya se está poniendo- sobre la cara de la infantil muchacha, que se pasea y mira en torno suyo, y al mismo tiempo uno ve sobre ésta la sombra del hombre que viene rápido tras ella.
Después el hombre ha seguido ya de largo, y el rostro de la niña está completamente claro.