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sábado, noviembre 23, 2024

Piedras de la edad del universo

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La tradición de Herzog no es solamente el cine, y por eso es uno de los mejores, se remonta al romanticismo, al existencialismo y a una mística propia que forjó en base a vivencias religiosas, como las grandes caminatas que realizó a pie, cruzando fronteras de países, una ofrenda espiritual hacia una amiga enferma.

Por: Derian Passaglia

Werner Herzog es el mejor cineasta vivo. Caer en el género para hablar de sus películas es reducirlo, porque no hace documentales ni hace ficción, filma preguntas existenciales y formas del saber humano a través de imágenes en movimiento. Fireball, su última película, habla de meteoritos y estrellas fugaces que caen a la Tierra. Pero ese es el tema, que podría haber sido cualquier otro, aunque este es uno de los que más le gustan: la naturaleza en relación a la humanidad; la representación que el hombre se forma sobre los fenómenos naturales. La tradición de Herzog no es solamente el cine, y por eso es uno de los mejores, se remonta al romanticismo, al existencialismo y a una mística propia que forjó en base a vivencias religiosas, como las grandes caminatas que realizó a pie, cruzando fronteras de países, una ofrenda espiritual hacia una amiga enferma.

En Fireball hay científicos que explican que el meteorito que cayó en un pueblo perdido de Europa en 1942 tuvo un significado religioso para la gente del lugar, que lo vio como una señal divina; hay un músico de jazz noruego que creó por casualidad una rama de la ciencia de un hobby por estudiar los micrometeoritos, piedras chiquititas, minúsculas, que caen cada día en el planeta y que provienen del espacio; hay indios, como siempre en los documentales de Herzog, que recrean un ritual solo para las cámaras y que no habían practicado en medio siglo; hay guardianes del planeta que monitorean las 24hs si algún meteorito anda cerca y hay ciudades costeras de México, lugares hoy olvidados, donde se descubrió en la década del 70 donde cayó el meteorito que provocó la extinción de los dinosaurios. Me olvido de varios, como el grupo de coreanos que buscan meteoritos en la Antártida y que cuando lo encuentran lloran de la alegría y se revuelcan en el hielo.

Herzog no ve a estos personajes como medios que transmiten información sobre el tema de lo que filma, lo que haría cualquier documental promedio de Netflix. Los pone delante de la cámara y los filma como lo que realmente son, personas con ideas y convicciones determinadas sobre las que se pregunta las causas que los llevaron a ese lugar, a ese momento, en un estado particular del mundo. La cámara no solo los registra, también indaga lo que piensan, busca atravesar el pensamiento, los deseos, las necesidades, las angustias, el pasado y el presente, las motivaciones, las frustraciones, los dolores, lo que aman y odian. Todo esto lo hace dejando la cámara estática sobre la persona sin editar ni cortar, el tiempo suficiente para que pueda verse el mundo con los ojos del que mira. Observa, y al observar, la mirada se vuelve sobre la propia subjetividad, en la que cualquiera puede reconocerse.

El planeta Tierra se vuelve extraño en el cine de Herzog. El músico de jazz noruego despuntó el vicio de los micrometeoritos un día en su casa, mientras comía en familia, cuando vio al lado del vaso una piedrita brillante, diminuta, de la que se preguntó su procedencia. Esa piedrita no era de ese lugar, nunca había visto una igual. Son piedras de la edad del universo, polvo de estrellas muertas, diría después, tengo en mis manos el objeto más antiguo que existe en la Tierra, que pueden tener hasta 4500 millones de años. Así empezó a subir a los techos de uno de los estadios de fútbol más grandes de Oslo, equipado con un imán casero, a recolectar piedritas que posteriormente investigaba en una computadora con un compañero texano igual o más excéntrico que él. Estas personas habitan nuestro mismo suelo, y al ponerlos delante de la cámara, Herzog se transforma en un antropólogo que muestra que toda cultura humana es una construcción de las creencias, y que lo único que puede revelar el cine es la condición del ser humano en un mundo que refleja su extrañeza en el propio espíritu de la humanidad.

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