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sábado, noviembre 23, 2024

Álbum de figuritas de rock

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«Las imágenes del mundo nos obligan a pensar y sentir de acuerdo a ellas, a negarlas o reafirmarlas, porque es imposible, no se puede, en determinado momento de los cambios socio culturales se volvió imposible ignorarlas», por Derian Passaglia.

Por : Derian Passaglia

 

Las imágenes que se recortan en la memoria también son objetos, pedazos de objetos, que construyen un determinado yo, no el yo que soy, sino la imagen de mí mismo que se proyecta hacia afuera. ¿Por qué son esas imágenes y no otras las que insisten en volver a la mente? El valor de lo que se dice no está dado por la honestidad o la sinceridad, porque se trata de una construcción, un recurso para modular la manera de decir. Ser honesto es solamente decir que se es honesto, todo depende de la fe del lector, quien cree o no lo que se le cuenta. Voy pegando esos pedazos de yo que forman al que creo que soy, no al que de verdad soy, porque todas esas imágenes son parte de un yo al que veo desde afuera y que por alguna razón relaciono con la escritura; pedazos de objetos que crean un objeto que soy yo y a la vez no, nace de mí y a la vez se separa de mí, vive en mí y a la vez está fuera de mí; tiene una habilidad que no tengo, una sensibilidad que me sorprende y escapa a mis capacidades, porque no solo selecciono materia de lo vivido, sino que puedo transformar esa materia en palabras, y esas palabras se estructuran en un discurso coherente y ordenado, en un texto, en literatura. Estoy viendo todo, no participo más que acompañando la birome sobre el renglón mientras siento el vientito del mediodía en verano, sentado en los sillones del fondo de la casa de mi mamá.

Espectador de los objetos que me volvieron la persona que proyecto ser, sobre el piso de la peluquería donde se atiende mi mamá hay un álbum de figuritas de rock. Entre ese álbum y yo no hay ninguna relación, no junto más figuritas y las pocas que tengo las compré hace cinco años atrás en el Barrio Chin para usar de señaladores, en realidad son cartas de Dragon Ball. El chico que mira el álbum de figuritas de rock es el álbum, su cuerpo no puede separarse de esa tapa negra que lo fascina, porque le parece que está haciendo cosas de más grandes y que toda esa música, envuelta en un halo de misterio, no le pertenece, no la conoce, no sabe de qué se trata, cómo suena. El chico soy yo, yo como un objeto de la escritura donde creo el tiempo y el espacio para un sujeto que creció sin imaginarse este presente en el que vuelve a existir. Con el álbum de figuritas de rock entre las manos yo era un adulto. Era pesado, gordo. Las figuritas no eran autoadhesivas, eran cartoncitos que se pegaban con plasticola. En las primeras páginas estaban las bandas más importantes. El álbum arrancaba con Queen, Guns and Roses, AC / DC, Metallica, Megadeth, Aerosmith, los Stone… Me encantaban los escudos de las bandas: enormes calaveras y serpientes, gusanos que se enroscaban en huesos, pelos pomposos y largos hasta la cintura. Los músicos estaban transpirados, desnudos, vestidos con calzas negras. Los integrantes de otra banda se pintaban la cara de blanco y negro, usaban trajes y sacaban la lengua para la foto. Me fascinaba y me daba miedo y no podía dejar de mirarlos. ¿Cómo sería su música? No podía más que vincularse con algo siniestro, oscuro y secreto que perturbaba.

Esas imágenes de guitarristas enloquecidos, cantantes de pelos largos y lacios estaban en relación con el mundo, con otras imágenes del mundo, y esa similitud que aparecía entre imágenes mostraba un estado de la cuestión, de manera que revelaba la sensibilidad de una época. Por ejemplo, la oscuridad en la vestimenta y en los escenarios transmitían la idea de una forma estética determinada, creaba un ambiente lúgubre, que en ese entonces yo no podía poner en palabras ni juzgar, lo único que podía hacer era sentirlo, y lo sigo sintiendo a través de la distancia, y esa distancia es la que me permite verlo como un objeto más, cerrado, completo, con sus propias reglas. Esa oscuridad está presente también en películas como Las tortugas ninjas, donde las locaciones preferidas son nocturnas en una ciudad de Nueva York vacía y sucia; de las alcantarillas sale humo, y hay vagabundos viviendo en callejones húmedos, reunidos alrededor de un fuego que no calienta, y en las manos tienen puestos guantes cortados de los que se ven las primeras falanges de dedos. En Mi pobre angelito 2, Kevin recorre las calles de Nueva York de noche y un par de prostitutas se le insinúan entre risas, y Kevin corre desolado y perdido, parece tan frágil la vida cuando se está solo de noche en una ciudad desconocida. Esas imágenes, producto de una época, al ser tan masivas, se proyectan sobre el mundo y dan la idea de que el planeta entero es así, oscuro, desolado, triste, pobre, peligroso, húmedo, terrible, espectral. La repetición de estas imágenes en la música y en el cine, en una de las industrias culturales más grandes y poderosas, crean una forma de sentir el mundo, al punto en que no se lo puede experimentar de otra manera y es muy difícil escapar de su influencia porque lo abarca todo y está en todos lados, como una presencia fantasmal que pareciera nacer del propio espíritu pero que en realidad viene de afuera. Las imágenes del mundo nos obligan a pensar y sentir de acuerdo a ellas, a negarlas o reafirmarlas, porque es imposible, no se puede, en determinado momento de los cambios socio culturales se volvió imposible ignorarlas. Humo emergiendo de las alcantarillas, la noche oscura de una gran ciudad, las largas cabelleras lacias, las calzas negras y las de colores, quedarán asociadas por siempre al sentimiento de un tiempo en el espacio, y ese hecho me maravilla y me aterra, porque el pasado puede volverse un museo de la propia vida donde se exhiben formas de sentir en desuso.

Hacia el final del álbum, a las bandas menos conocidas se les dedicaba media página. Ahí estaba Poison, que me llamaba la atención por el nombre, una banda al parecer menor por la ubicación en el álbum. Poison, poison… Me imaginaba que la traducción de la palabra era poción, una asociación fonética que me llevaba a un mundo de músicos magos vestidos como Gandalf en El Señor de los anillos: túnicas largas, sombreros, barbas exóticas y las pociones maravillosas que les daba a los integrantes de la banda el poder de la música. Los músicos de Poison no parecían magos, y no se diferenciaban tanto del resto, ni de los jóvenes de pelo largo de ese momento que aparecían en la tele ni de los jugadores de fútbol ni del novio de la Tuti, el que después fue mi tío.

 

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