Paranaländer dedica su columna al escritor suizo Henri-Frédéric Amiel (1821-1881), célebre por haber redactado un diario íntimo que consta de 17.000 páginas, en el que se manifiesta la influencia que la filosofía idealista alemana tuvo en él. Asimismo, fue autor de numerosos poemarios y ensayos filosóficos.
Por: Paranaländer
«Mi ‘patria de elección’, para hablar como Madame de Staël,
es con los individuos selectos»
Henri-Frédéric Amiel (1821-1881) conoció el pensamiento de Maine de Biran por intermedio de Ernest Naville, pero la influencia principal de este poeta y filósofo ginebrino ha sido el pensamiento alemán: Leibniz, Hegel, Krause y Schopenhauer. Critica severamente la vida e ideas de Biran desde una posición metafísica y espiritualista.
Su obra maestra es el “Journal intime” constituido por notas confidenciales escritas en ocasiones diferentes a lo largo de medio siglo. De las 17 mil páginas del manuscrito, Edmond Scherer ha publicado en colaboración con Fanny Mercier los “Fragments d’un Journal intime”. Una nueva edición revisada y aumentada se ha publicado en 1923 por Bernard Bouvier.
De una manera general, se puede designar la actitud filosófica de Amiel como un estoicismo cristiano y místico. Toma partido por Sócrates, Aristóteles, Zenón contra el materialismo, la religión del azar, el pesimismo y el nihilismo budista.
“Socii Dei sumus”, repite Amiel desde Séneca y Cleantes. A diferencia del estoicismo racionalista, el sentimiento juega un rol decisivo en Amiel. Al igual que su gran precursor Rousseau, él es antirracionalista y antiintelectual. Se lamenta de que la reflexión y el análisis aniquilen el sentimiento. La tendencia a comprender y explicar todo es para él intolerable. “Ah, sintamos, vivamos, y no analicemos siempre. Seamos ingenuos antes de ser reflexivos. Experimentemos antes de estudiar. Dejemos ir a la vida”.
“El principio de toda vida individual o colectiva es un misterio, es decir, alguna cosa de irracional, de inexplicable, de indefinible”. Pero siente antipatía por el sentimentalismo subjetivista. Lo que busca es la vida interior. Y un deseo ardiente de infinito. Crea neologismos como “despersonalización, impersonalización, deplicación, reimplicación, etc. Ese deseo ardiente de absoluto toma a veces en Amiel la forma de un éxtasis místico. La moral constituye para él en una suerte de sal de la vida. “En el fondo, no hay más que un objeto de estudio: las formas y las metamorfosis del espíritu”, escribió durante sus años de estudio en Berlín. ” Todo no es más que espíritu, pues el espíritu está en todo y contiene todo. Es la conciencia del ser, es decir, el ser a la segunda potencia”, escribió en su Journal un año antes de morir. La filosofía es para Amiel una metafísica moral, de suerte que filosofía y religión coinciden. “La filosofía es una manera de capturar la realidad, un modo de percepción de la realidad”.
La belleza es en Amiel la compenetración mutua del naturalismo y el idealismo, del cuerpo y del alma, de la Tierra y del Cielo, de lo finito e infinito. El genio de las artes es poder ver siempre lo ideal en lo real y lo real en lo ideal. “La belleza es un emparaisamiento momentáneo del objeto o del ser privilegiado y como un favor caído del Cielo sobre la Tierra para convocar el mundo ideal”.
El sentimiento cósmico de Amiel nos ayuda a apreciar su lucha por un tipo de vida europea y cosmopolita. “La vida eterna no es la vida futura, es la vida en el orden, la vida en Dios, y el tiempo debe aprenderse a ver como un movimiento de la eternidad, como una ondulación del océano del ser”.
Fuente: “Les sources et les courants de la philosophie contemporaine en France”, J.Benrubi, Tome II, 569-575 pp, Libraire Félix Alcan, Paris, 1933