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sábado, noviembre 23, 2024

Lo realmente real. Primera parte

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En un profundo ensayo sobre aspectos fundamentales de la filosofía antigua, el filósofo César Zapata, en conversación con Parménides y Platón, piensa el estatuto que tiene la mentira, más allá de sus aspectos morales o psicológicos.

He tenido que aguantar, lo cual en verdad se me ha hecho muy simpático, que personas cercanas me apoden “el realmente real”. Es más, que por el hecho de ser chileno, suelan agregar: “el gueón realmente real”; eso me parece todavía más cómico, aunque cuando la palabra gueón no viene de un chileno, me suena con un sedimento ofensivo, pero en realidad es cosa de oído.

La expresión “realmente real” la escuché por primera vez en boca de un profesor de posgrado, cuyo nombre no recuerdo, pero sí tengo en la memoria que la usó para refutar una fórmula de otro de mis profesores, Jorge Eduardo Rivera. Él era para mí y para muchos un genio, que por ese entonces había escrito en la revista de filosofía El faro[1], de la universidad donde hice el pregrado, un notable artículo sobre Platón en el cual hablaba del mundo de la ideas como lo “sientemente siente”, expresión que, según su colega detractor, resultaba una ridiculez influenciada por Heidegger, pues lo correcto era: lo realmente real, y citaba a un historiador de la filosofía cuyo nombre tampoco recuerdo, pero que apoyaba indirectamente el eventual reclamo contra Rivera.

En ese mismo escenario de estudio y bohemia endémica de Valparaíso Chile me saturaron con contundentes cucharadas de la filosofía de Xavier Zubiri, otro genio, pero que para mí resultaba un verdadero fastidio (¡qué manera de escribir tan espantosa!). A pesar de ello, percibí, creo, sus notables observaciones sobre “lo real” y la discusión acerca de qué es primero, el Ser o la Realidad.

Sobre por qué me apodaron el realmente real, la historia es la siguiente: el 2016 me encontró con un hijo de 9 meses y una antigüedad de 4 años en Asunción y entonces tuve la impresión de que debía escribir aquello que desde hace tiempo estaba enseñando, acerca del concepto mismo de filosofía. Sin embargo, en el intento choqué de frente con una vieja e irresoluta cuestión en filosofía: qué diablos es, en realidad, la realidad.

El problema, por supuesto, me quedó grande en todo sentido, y lejos de resolverlo o entenderlo cabalmente, por lo menos recordé lo que había aprendido acerca de la realidad en la universidad y trasmití tanto con ello que me valió el apodo. Este esfuerzo quedó medianamente plasmado en un librito que titulé El principio de irrealidad [2].

Pues bien, en este ensayo de dos partes quiero referirme sólo a una de las imaginaciones (porque hay muchas) que he visto brotar dentro de mi claroscura percepción acerca de la realidad en sí misma.

La intransitable ruta de lo irreal

Vamos por el intento de aterrizar la cuestión en el territorio de dos pensadores antiguos: Parménides y Platón.

Uno de los episodios más hermosos de mi vida como padre maduro de dos peques, fue cuando mi beba menor de año y algo aprendió a mentir. Hurtaba cualquier cosa prohibida y le preguntábamos, por ejemplo: “Jerutí, ¿tú tienes el control?”

“¡No!”, decía mi hija al tiempo que movía su cabeza corroborando y ocultaba el control de la TV en sus manos. Su inocencia la hacía adorable.

Pues bien, creo que se ha explotado mucho el significado moral y psicológico de la mentira, por lo tanto, sobre eso no voy a escribir palabra alguna. En cambio, trataré de balbucear acerca de algo que llamaré la representación ontológica de la mentira.

Viajemos unos 2500 años antes del presente. Vamos a Elea e intentemos conversar con el anciano Parménides. Para eso, tenemos que escuchar su lenguaje (logos) de oráculo escrito en un precioso  poema arropado con un traje de noche y encajes de sol[3]. Un poema que contiene todos los problemas que el devenir de la riqueza del filosofar griego puede escenificar.

Parménides  tiene un arrojo extraordinario, mientras los chinos se concentraban en la ética y no se atrevían, o tal vez no querían, explicar el caracú (médula) de la realidad, el eleata inaugura junto con Heráclito (al que probablemente nunca conoció o leyó) la ontología, es decir, el atrevimiento o delirio por querer explicar aquello que hace que todos los entes sean lo que son: el Ser.

Parménides de Elea

El Ser es el escenario donde habitan todos los entes, o dicho de la manera que creo más adecuada: el Ser es “la realidad en sí misma”, no se trata de hablar de tal o cual cosa, se trata de comprender lo que hace que todas las cosas (ya sean materiales, imaginarias o conceptuales) sean reales.

Por favor mire a su alrededor. Todo lo material, todo lo que puede percibir con los sentidos es real, todo lo que imagina, aunque no lo comunique es real, todos los conceptos creados por la inteligencia humana son reales. Y son reales porque Son, porque todo ente Es en el Ser y el Ser es la realidad en sí misma. En una fórmula directa: todo es real.

Pues bien, compliquemos un poco más el asunto. El eleata inicia contándonos cómo el pensamiento debe pensar para descubrir, no lo real, sino lo verdaderamente real. Todo comienza con un místico viaje en un carruaje escoltado hasta las puertas de la casa de la misma Diosa, quien le indica tres caminos (generalmente en las historias de la filosofía escolar se mencionan dos, pero son tres): El camino de la verdad o lo que Es (verdaderamente real), El camino de lo que No Es (irreal e inviable) y el camino por el cual suelen transitar los embrutecidos mortales bicéfalos que confunden lo real con lo irreal: la ruta del Parecer, lo que parece real pero no lo es, pues el humano vulgar atribuye a los entes cualidades que no tienen.

Aquí nos interesa el camino del No Ser, de lo irreal; para Parménides ese sendero es completamente intransitable  ¿Por qué el camino del No Ser aterraba tanto a Parménides?

Parménides es un genio, entre otras cosas, porque nos relata cómo va pensando su filosofar. En pleno deslumbramiento con el Ser, lo asalta por detrás, a lo Delueze, el No, el único posible desintegrador del Ser: el No Ser.

La vía de los humanos bicéfalos no es la del No Ser, porque ellos habitan en el Ser, y todo ente de cualquier índole también. El problema de los hombres es que confunden las características de los entes, dicen cosas que no corresponden a tal o cual ente. No saben qué es la valentía, ni el número dos, ni los dioses. Todo lo confunden, su problema es óntico (de entes) pues tiene que ver con los atributos, con la verdad y falsedad, no se trata de un problema ontológico (del Ser). Desde otro punto de vista, los humanos simplemente confunden sus juicios respecto de las cosas.

El No Ser, en cambio, es ontológico, pero es una vía intransitable, porque “Ser y pensar es lo mismo”. Dicho de otro modo, desde que piensas el No Ser, le otorgas el Ser, pues automáticamente lo colocas en el escenario de lo que “es”, el No Ser queda siendo un ente conceptual dentro del pensamiento. O sea, si piensas el No Ser es porque ya Es y, por lo tanto, habita en el escenario del Ser. Brillante, querido Parménides, gran maestro has asesinado al No Ser.

Hay un fantasma que recorre la realidad

El divino Platón es bastante obediente con su remoto maestro Parménides y definitivamente casi no habla de la vía intransitable del No Ser. De hecho, deja el asunto en manos de su discípulo díscolo, el meteco Aristóteles, quien saca una dupla de conceptos, acto y potencia, que aparentemente aplastó este horror provocado por el No Ser: el hijo no deseado del filosofar griego.

Para Platón la cosa era clara: el mundo que puedes tocar, oler, gustar, mirar es una hermosa flama que baila y cambia, pero cambia porque existe algo estable, algo que no está sometido a las vicisitudes de la transformación y los caprichos del tiempo. Eso estable no habita en el mundo que pisamos, pues si lo hiciera sería un ente, una cosa más. Lo estable es un NO mundo, sin espacio, ni tiempo; es un mundo que se relaciona perfectamente con el pensamiento que capta aquello que no captan los sentidos, el pensamiento puede atrapar lo universal.

SÍ, existen los árboles concretos que los ojos observan día a día, claro que sí, pero el pensar no se limita a ellos. Éste contempla no al árbol concreto, sino que al concepto árbol, es decir, a lo universal que reúne a todos los árboles, contempla la esencia, el eidos como diría Platón. Pues bien, he ahí lo estable, eso es lo realmente real, mientras que lo que captan los sentidos es el mundo de la apariencia.

Platón

Nótese que la apariencia no es expulsada de la realidad, la apariencia es real, pero no es lo realmente real. Dicho de otra forma, es imposible que el pensar captara lo universal si no fuese porque los sentidos captan lo concreto, el perro que escucho ladrar es necesario para que mi pensamiento lo nombre (en el caso de Platón, lo recuerde) con el concepto universal de “perro”.

El asunto quedaría más o menos así: lo Aparente y el Ser son dos capas de la realidad, la primera es una confusión propia de los entes  y el otro es la verdad absoluta. El único que queda fuera de la realidad, o por lo menos huérfano, es el No Ser.

Hay un fantasma que recorre el mundo de lo real para los insignes griegos, el cosmos del No Ser. Creo que no es menor la sospecha de que el No Ser, el hijo deforme de la brillante filosofía griega, el incómodo bastardo bárbaro, no puede ser objetado, pues reflota como una exhalación porfiada en la mentira cotidiana que a cada momento usan los humanos. En la mentira y en el No hay una representación ontológica del No Ser.

La mentira no es solo una ruptura con la moral, no es únicamente un fenómeno psicológico, la mentira es el laboratorio de experimentación donde podemos constatar la presencia del No Ser, la mentira es posible porque la realidad misma (el Ser) se presenta infectada de No Ser. Mi hija bebé no falsea la realidad cuando miente, más bien descubre nuevamente al hijo indeseado del filosofar griego.

Pues bien, en la segunda parte de este escrito intentaremos profundizar directamente en la relación de la mentira con el No Ser.

*Foto de portada: obra del pintor chileno Roberto Matta

Referencias

[1] Revista de Filosofía de la Universidad de Playa Ancha. N 1 año 1985. Valparaíso Chile. Me da la impresión que está revista fue vuelta a publicar  el 1995, que fue en año en que llegó a mis manos.

[2] Zapata Cerezo, César. El principio de Irrealidad. Editorial Arandurá. Asunción Paraguay 2019.

[3] En internet  se puede encontrar una traducción con el texto original en griego, y una interesante introducción al Poema doctrinal de Parménides .Martín Zubiria y Juan José Moral. Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza Argentina.

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