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sábado, noviembre 23, 2024

Monólogo de la culpabilidad infinita

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Paranaländer en su columna de hoy nos deja un poema—monologal que busca conjurar culpas y sobreponerse a las pérdidas que nos propinan estos inmisericordes tiempos.

 

Por: Paranaländer.

 

Murió (ayer) –hoy, que estoy escribiendo esto– mi hermano y nunca nos reconciliamos. La vida es entonces para mí la irreconciliación infinita.

«Ha llegado tu hora de demostrar tu ñembo talento literario, eres el letrado de la familia, semianalfabeta, gua’i», me sopla el demon sub specie aeternitatis. ¡Erige tu Discurso a Helena ahora o desaparece de la faz de la tierra ipso facto! Tengo que dejarlo, con mis pobres letras, convertido en un dios que ha perdido la tierra. Ha muerto mi hermano, ahora entiendo por qué casi éramos cada día que pasaba uno copia del otro físicamente, es que yo le voy a prolongar de contrabando. Me miraba al espejo y lo veía a él. Claro, su piel era atezada y limpia, no como la mía, avejentada y arrugada. Soy la continuidad de la especie, en menor. Mi madre siempre era convocada por los directores del Colegio Chaco Paraguayo. Él se peleaba todos los días con alguien. Era muy temperamental y camorrero. Está muerto, lo puedo decir sin fastidiar a nadie, siempre se quedaba con las yiyis del barrio. Tarea hercúlea para mí, el poeta de la casa. En vida fue un winner (con las chicas), desde mi punto de vista. Yo, un perdedor. Recuerdo de mi prístina infancia peleas muy bruscas y lesivas. Era más grande que yo, unos 7 años. También recuerdo que un día volvió del Club 6 de Enero con el brazo derecho quebrado durante una caída desgraciada en un partido de futbol jugando por Vencedor o Capitán Figari. Sí, vivió para que yo lo monumentalice hoy con mis pálidas letras. Es mi Aquiles. Era muy parlanchín, en tono quejumbroso. Mi veta literaria está ya ahí. Que conste que jamás caeré en el subterfugio de llorar por la vida. La vida no me simpatiza. El año pasado nos peleamos, desde entonces no nos veíamos. Supo por un tercero que nos enfermamos en la familia por el virus de moda. No me llamó, nada. Ahora, otro tanto yo. Era como mi madre un poco, según me cuentan, yo no lo puedo acreditar, hipocondríaco, y poseído por mil enfermedades en potencia. Eso es imaginación. Si se hubiera dedicado a las letras… quizá era mejor escritor que yo. Mi madre murió en su ley, vivió mucho temiendo morir por todas las dolencias que le flagelaron la santa vida durante 40 años. ¿Desde que nací yo? Hijo de madre cuarentona, ¿qué se puede esperar de eso?

Los muertos no importan, iré junto a sus hijos y esposa. Les diré, estoy junto a ustedes, soy del mismo equipo perdedor. Los que lloran a sus muertos.

¿Su virtud principal? No sé, la verdad, los Bogado somos 90% defectos y el resto nambré. Su altanería, engreído al pedo ante los otros, todos, inútiles. Siempre vi la vida así, nosotros, los Bogado de Guailandia, superiores al resto, del barrio al menos.

Tomaba muy poco alcohol, enseguida se empedaba o caía en dolor de cabeza.

Mandió Chaco era su marcante en el colegio. Se llamaba Arsenio Dolores. Nació en Félix Pérez Cardozo, como toda mi familia, menos yo, que fui el único que soltó su vagidito legionario en la Cruz Roja de la Capital (al menos la landscape del Parque Caballero celestegrafió mi infantocerebro).

Fue todo lo que yo no pude. Admiro hasta la eternidad sus actitudes ante la puerca vida.  Murió mi hermano, sí, es como si hubiera medio muerto yo mismo ayer. Le envidio todo, hoy, menos la muerte. Prometo, yo que soy traidor nato, acercarme a sus deudos en su duelo y nueva realidad.

Tengo una teoría. Si uno muere, todos deberíamos morir simultáneamente. En honor a esa falla esencial.

Hermano, te cuento que la vida es una mierda sin ti, sigue tan mierda como vos la veías cuando tomábamos tereré un domingo de mañana pre-pandémico.

Nuestra madre y nuestro padre murieron a los 80 años para arriba con todos sus achaques crónicos.

Murió y no nos reconciliamos.

Se murió, esta ok, ya vivió el esplendor de la vida, lo vi anoche en una foto enviada por un hada benéfica, yo lo sé, fui testigo. El resto es nada.

Fue superior a mí en casi todo, y yo sigo vivo. Seduciendo mujeres, laburando, jugando futbol (jugó por el club Presidente Hayes), ganando plata. Yo, en cambio, perdedor eterno, inútil hasta las heces, sin club ni yiyi. Vivir es llorar a los mejores.

Hermano, ¡te espero en mis últimos sueños!

¡Prometo mañana –en lo que me queda de vida– construir un mundo en el que no mueran los buenos! Hay algo que la muerte nunca va a exterminar, ¡la belleza y el mal carácter de este Bogado hijo de puta!

Era tan cangüero que le bajaba la caña a todo el mundo, a Stroessner, a los políticos, como todos los paraguayos. ¿Querés saber la visión de la muerte de mi hermano, ahora muerto? Pues, positiva. Igual, soy hoy menos que ayer. Ah, recuerdo que asido de su mano (con la que se ganó todo siempre el sudor de la frente bíblica de su corta vida) hice mis primeros pasos al prescolar de Santo Domingo, cruzando el pasillo de los Ortiz (hoy tapiado, lamentablemente). El hermano-padre de la tradición parawayensis. Así que de algún modo le debo las letras que acosan mi cabeza. Ah, era de otra época, pre-smarxphone. Una culpabilidad imperdonable es la del cerebro subnormal que concibió este mundo horripilante para la muerte, este campo de concentración en ralentí.

 

 

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