César Zapata presenta la tercera parte de su ensayo sobre la cotidianidad en los tiempos de la pandemia, analizando la manera en que se transforma el domicilio, el trabajo, la intimidad y el aprendizaje.
Ilustración de portada tomada de vivebienamigo.blogspot.com/
En realidad no tenía planeado leer el libro entero, bueno eso era lo ideal, pero el tiempo me jugaba en contra, mucho trabajo, una familia, dos criaturas, el reloj vigila y castiga, el drama de la clase media sudaka: si no alquilas todo tu tiempo no vives, y en verdad no sabes cómo vives, eres endeble, precario, la pobreza está ahí mirándote a los ojos, ni tú ni alguien de la familia se puede enfermar, tampoco puedes perder el trabajo, de lo contrario la miseria material te espera, por eso eres sensible a ella. Pero sos sudaka, ya estás acostumbrado, como pez habituado a un estanque con poco oxígeno, pero con mucha solidaridad, no faltará la pollada que como bombero voluntario acudirá en tu ayuda. Países sudakas teletonizados, a fuerza de desgobiernos y oportunismos, realidad que solo en la literatura se vuelve mágica, porque en las calles, andá a bancarte el día a día.
Huida y retorno: la danza de la consciencia
No tenía planeado detenerme demasiado, pero la verdad es que el libro de Franz Brentano, me atrapó, a pesar del deslavado pdf digital, que me negué a imprimir. Nunca me imaginé que iba a contener una cantidad de discusiones acerca de cómo distinguir entre un hecho psíquico y un hecho físico, cómo diferenciar lo que ocurre en la cabeza y lo que está fuera de ella. La lectura me atrapó y leí con fruición. Brentano, en su libro Psicología desde el punto de vista empírico, plantea la in-existencia intencional de los hechos psíquicos, esto significa que todo lo que ocurre en la psiquis está en directa relación con lo que habita fuera de ella. Mi profesor: «el mono», Enrique Muñoz, demostraba esto de manera genial (aunque en relación a Aristóteles, que por lo demás es uno de los referentes de Franz), invitaba a alguien a la pizarra y le pedía que dibujara algo que nunca había visto, en pocos segundos el interpelado se daba cuenta que le era imposible, pues desde el momento que hacia una línea estaba frito, pues ya había visto previamente una línea y si dibujaba ojos, olvídalo. Simplemente no puedes dibujar algo que carezca de algún componente de un objeto anteriormente conocido a través de una experiencia perceptual, es imposible, pues lo interior es en relación a lo exterior, o dicho de otro modo la consciencia, se hace tal porque percibe algo, de lo contrario no estaría consciente de que es una consciencia.
Pero, Husserl, uno de los cerebros en cual anida esta idea, piensa que la consciencia a pesar de estar siempre intencionada al fenómeno que capta, puede abstraerse y poner la realidad entre paréntesis, esto significa que puede dejar todos sus prejuicios, emociones, esquemas mentales o preconcepciones y aprehender el fenómeno (lo que está fuera de ella) sin involucrarse ella misma en aquello que capta, es decir puede y debe captar el fenómeno en su aparecer genuino, menudo deseo de objetividad. Su discípulo, Heidegger lo increpa diciendo que esto es imposible, o a lo sumo no es lo originario, pues la consciencia al estar correlacionada con el mundo, no puede sustraerse de él, ya que éste es su horizonte de posibilidades: mundo y consciencia se coopertenecen.
El espacio es la habitación del tiempo
Giannini piensa que esto no es suficiente, el humano no está arrojado al mundo, pues mundo es un concepto demasiado general. El humano necesita una guarida, un hogar, una materialidad protegida para hacer frente a este horizonte de posibilidades. El hogar no es cualquier cosa, es una propiedad pero no de adquisición, sino de algo previo a ello: es la interioridad quien necesita desplegarse desde un soporte material. Expresado de otra manera: para Ser en el mundo (In-der-Welt-Sein) es requisito indispensable domiciliarse, Estar en un mundo “mas acá”, pues esto constituye la posibilidad posibilitante que nos proyecta hacia un horizonte de prerrogativas o al mundo, en toda la amplitud que nos pueda ofrecer.
El filosofar latinoamericano y en general el filosofar hispano, desde hace mas de 50 años ha puesto en el tapete el concepto de «estar». Personalmente tuve un acercamiento a dicho concepto de la mano de Rodolfo Kusch, el brillante filósofo y antropólogo autodiáctica, de los largos y gloriosos «60» en Latinoamérica, que desde un estremecimiento existencial intenta profundizar en la cosmovisión del antiguo imperio del Tahuantinsuyo (Incas) y llega a la conclusión, entre muchas otras, que a diferencia de la cultura del otro lado del mar, el indígena habitaba la realidad desde el Estar del espacio, y no desde el Ser del tiempo.
El tiempo europeo es complejo, pero hay una idea gruesa perfectamente visible respecto a su devenir (ir pasando), esta es que su despliegue es lineal, acompañándose en su marcha hacia delante de una noción de progreso, de evolución. En cambio, la cultura del Tahuantinsuyo (acaso toda América prehispánica) tiene una noción cíclica del tiempo, una rueda que pasa siempre por el mismo lugar, el lugar no cambia, el espacio puede transformarse pero se mantiene, él es la habitación del tiempo, el tiempo está subordinado al espacio, el tiempo trae los cambios, la incertidumbre, pero el espacio es mismidad, protección, raíz, adhesión, domicilio, guarida hogar. En el mundo se está, se está domiciliado en un espacio convertido a protector. Casi con toda seguridad, Giannini no tiene en primera fila a Kusch, pero según mi opinión es posible establecer un paralelo entre el domicilio y el Estar.
El silencio de las plataformas
A partir de aquí, de la condición ontológica del Estar domiciliario, pensemos entonces nuestra segunda prototesis, anunciada después de dos partes previas:
«El espacio tiempo para sí mismo del domicilio fue violentado por el espacio tiempo hacia los otros del trabajo, dicha violencia queda expuesta en la tendencia por apagar las cámaras durante el desarrollo de la educación por plataformas».
Suspender las clases presenciales, fue una medida adoptada por casi todos los países del mundo en esta pandemia, pero como ello significaba congelar la educación en todos los niveles, se acudió a un recurso ya existente que no había sido tan explotado: la virtualidad a través de plataformas. En Latinoamérica el asunto fue particularmente complejo dado nuestra asombrosa y tenebrosa desigualdad social, la gran mayoría no tenía acceso a un dispositivo y mucho menos a Internet, por otra parte el mundo adulto de los profesores en su mayoría tampoco manejaba esta virtualidad, estos problemas fueron y son importantísimos pero no es ahí a dónde queremos apuntar.
Nuestro problema comienza cuando la intimidad de nuestro domicilio es obligada a ceder un tiempo espacio a la disponibilidad para los otros del trabajo. Los estudiantes, sobre todo los niños y jóvenes, no logran esta resignificación.
El trabajo, en este caso la escuela, supone un espacio aparte, acondicionado para aprender, incluida una disciplina mínima y la mas mínima de todas es la presencia, es estar en una sala de clases o en los jardines de Epicuro o acompañando a los adultos al monte para convertirse en un arandú. Que un estudiante aprenda, se forme, se eduque, pasa por cumplir esta mínima condición de estar presente, pero ahora la plataforma da la posibilidad de suplantar el estar por un ícono, un “no estar del todo”. Podemos dejar en lugar de nosotros una especie de fantasma sordo y mudo (no escucha ni responde al profesor) que en definitiva representa a alguien que se niega a trasladar su cotidianidad domiciliaria al trabajo de estudiar. El hogar es “para nosotros”, ahí nos ponemos la máscara mas cómoda, la identidad que no tiene que rendir cuentas al mundo exterior, no podemos ni queremos dejar entrar la vigilancia de “los de afuera” en nuestro hogar, pues en él, únicamente nos dejamos presionar por “los domiciliados conmigo” que por lo demás tampoco quieren a los de afuera ahí adentro. El terror de prender cámaras y micrófonos, cotidianamente se vive porque no queremos extender una invitación obligada a nuestra casa. La única estrategia es dejar un afuera, una oficina, una habitación de la casa como sala de trabajo, aún así para la mayoría de los estudiantes (niños y adolescentes) si no existe la exposición obligada de la presencia les cuesta lograr atención y concentración. La invisibilidad les da la posibilidad de hacer cualquier otra cosa, y esto se vuelve en gran medida inmanejable por los docentes.
Atención y concentración se fueron al carajo en esta pandemia y una de las aristas de este deterioro fue el desajuste en la cotidianidad.
Personalmente creo que la virtualidad de las plataformas continuará, pero necesariamente tendrá que replantearse con un proceso disciplinario, algo muy parecido a cuando los infantes de la primera mitad del siglo pasado tenían que estar sentados en el pupitre de lo contrario se les golpeaba. Pero hoy eso no es la solución, entre otras cosas porque el instrumento para ejercer esta disciplina es remoto y quiere intervenir en donde por definición no puede llegar: el domicilio.
Hay todavía algo más profundo en todo esto: la virtualidad amenaza con transformar el trayecto cotidiano, piense un poco y vuelva a leer los topos del trayecto cotidiano descritos en la primera y segunda parte de este ensayo y evíteme largas explicaciones, pues casi sin darnos cuenta nuestra cotidianidad va quedando secuestrada en las fauces de la virtualidad, pronto un computador va a ser el domicilio, la calle y el trabajo de una buena parte de la población humana. Pero reflexionar acerca de este cambio es de largo aliento.