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domingo, noviembre 24, 2024

El personaje

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Derian Passaglia escribe sobre la centralidad que le cabe a la noción de personaje en la literatura, más allá del intento por reducirlo a una función del texto como de la crítica al realismo imitativo.

 

Por: Derian Passaglia.

 

La vanguardia malinterpretó las posibilidades expresivas del recurso literario del personaje en la literatura. Había que vaciar de psicología a los personajes, suprimir cualquier elemento que no se correspondiera con la simple y llana literatura. El personaje fue visto como un eslabón más de la representación imitativa del realismo, y no como una función del texto. O mejor: para la mejor literatura del siglo XX el personaje debía ser vaciado de cualquier carga moral, ideológica, de complejidades, de matices, debía volverse una figurita, una estampa, algo plano y sin desarrollo.

Se trata de un prejuicio. Los grandes escritores, los que querían escapar del realismo, ningunearon al personaje, salvo Borges. Para Borges, los personajes cifran su destino en un solo hecho de su vida por el cual puede explicarse la totalidad de su destino. No por nada sus relatos duran diez páginas y no por nada casi que lo primero que viene a la mente cuando se piensa en Borges, además de su universo, es en las criaturas que lo habitan: Pierre Menard, Carlos Argentino Daneri, Emma Zunz, Funes, el mismo Borges y su fiel ladero Bioy Casares. Otros, como Proust, hicieron de sí mismos un narrador que cuenta la historia de su vida a través de un único y gran personaje.

El personaje estaba ligado a las malas novelas psicologistas, a los thrillers, a esos relatos en que la explicación de las acciones hay que ir a buscarla a un flashback que recupera los huecos de la historia. Son relatos convencionales, es cierto, tenía razón César Aira cuando decía que estos personajes en general están llenos de miseria, y que por eso mismo sus personajes eran sus marionetas y el narrador su ventrílocuo. Se divertía cuando escuchaba declarar a los escritores en entrevistas sobre sus personajes como si fueran personas reales.

Un personaje con sus complejidades no puede escapar del realismo, pero de ahí a que una de las grandes invenciones de la literatura decimonónica sea propiedad exclusiva de la estética realista, hay un paso, un trecho grande, un puente enorme que cruza de lado a lado bajo el vacío entre dos montañas. Una forma de oponerse al realismo era la de inventar personajes superficiales, que fueran meras funciones del texto, dotando de realismo al medio. ¿Pero qué pasaría si una persona real, es decir, un personaje, funcionara en un medio de imaginación explosiva, donde nada es lo que parece, donde lo que parece es sueño, donde el sueño muestra trazos difuminados sobre un fondo como en una pintura impresionista?

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