Paranaländer, admirador de Forrest Gump y Basho, grandes caminantes, rescata a un filósofo circumperipatético de la época de Thomas de Quincey y Wordsworth, se trata de John “Walking” Stewart.
Por: Paranaländer
John Stewart (1747-1822), conocido como Walking Stewart, esto es, Caminante Stewart, fue un filósofo y viajero escocés, amigo de William Wordsworth y de Thomas de Quincey.
En Londres, por quince o veinte años, fue el más interesante de todos sus amigos Thomas de Quincey. Le contó que en la escuela fue considerado un tonto invencible, una cabeza inexpugnable para todas las enseñanzas y todas las impresiones que pudieran transmitirse a través de libros. Fue a Bengala como sirviente de la Compañía, a título civil, y, durante algún tiempo fue visto como un joven aspirante y de gran promesa: pero, de repente, fuertes escrúpulos de conciencia con respecto al modo de administración de la Compañía de indias Orientales, hizo que abandonara el Servicio de la Compañía, y entró en el de un príncipe nativo, Nawaub de Arcot: le sirvió en la oficina de secretario. Y, finalmente, al abandonar este servicio también, comenzó ese largo recorrido de peatón mundial que a partir de entonces ocupó los años activos de su vida: desde los 23 hasta los 58 o 60 años. Un navegante que ha realizado el periplo del globo, lo llamamos circunnavegador; y, por paridad de razón, podríamos llamar a un hombre en las circunstancias de Stewart, que ha caminado alrededor del mundo, desde Kamtschatka hasta Paraguay, y de Paraguay a Laponia, un circumperipatético, (o, si el lector se opone a este tipo de tautología en la circun y el peri, un circumambulator).
Ninguna región, permeable a los pies humanos, excepto, creo, China y Japón, dejó de ser pisado por Stewart en este estilo filosófico; un estilo que obliga a un hombre a moverse lentamente por un país y compartir continuamente con los nativos de ese país en un grado mucho más allá de lo que es posible para el viajero en carruajes y palanquines, o montados en caballos, mulas, o camellos.
En ninguno de estos países bárbaros, sin disposiciones policiales u organismos de cualquier tipo para la protección de la vida humana y la propiedad, nunca había conocido un ejemplo de violencia.
Walking Stewart fue, en la conversación, el más elocuente hombre. Wordsworth, el poeta, recuerda sus arengas al hablar de la política sobre la época de la Revolución Francesa. Aparentemente, leyó poco o nada más que lo que él mismo escribió; libros que tratan del hombre, su naturaleza, sus expectativas y sus deberes, en un estilo desganado; mezclando una filosofía muy profunda con muchas teorías de fisiología absurdas o caprichosas, o hipótesis igualmente quiméricas de la salud y los modos de preservarlo. Comida de origen animal o vino nunca consumió; apenas la brahmánica dieta de leche, fruta y pan. Suficiente para disfrutar de buena salud. En sus días finales, su único placer era la música, justo cuando se estaba volviendo extremadamente sordo. Este defecto de audición lo remedió parcialmente comprando un órgano de tamaño y potencia considerables.
Walking Stewart, unos pocos años antes de su muerte, ganó una demanda importante contra la Compañía de las Indias Orientales. Esto apresuró su muerte; rompió su sencilla vida. Nunca existió un hombre más templado, ni un hombre en todos los aspectos de hábitos más filosóficos. Murió en Londres donde no tenía parientes. Sus libros están llenos de extravagancias sobre todos los temas; y, a las personas religiosas, les son especialmente repugnantes, por su desprecio de todos los credos por igual: cristiano, mahometano, budista, pagano. De hecho, era un ateo deliberado y resuelto como pocos.
Estaba medio loco entonces. De sus libros, que son incontables, deberían sacarse una antología de sus más bellos pensamientos, purgados de las especulaciones excéntricas con que con demasiada frecuencia se entrelazan. Estos libros contienen, además, algunas sugerencias prácticas muy sabias, particularmente en cuanto al modo de guerra adaptado por la Nación británica. Y por conocimientos de carácter nacional él era absolutamente inigualable.