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sábado, noviembre 23, 2024

Estados alterados de la literatura

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Derian Passaglia comenta «Estados alterados» de Rodolfo Fogwill (Blatt&Ríos, 2021), un libro donde se plantea que la corrupción es un género literario que tiene su lugar por excelencia en los medios de comunicación.

Conviene leer Estados alterados (Blatt&Ríos, 2021) tal como lo pide el narrador en sus páginas: son notas sobre literatura, literatura misma que se muestra como otra cosa, un ensayo escrito a pedido para la revista El porteño que nunca se publicó. Fogwill interviene en la realidad por medio de la ficción, y se encarga de repetir la forma en que quiere ser leído. Al escribir sobre temas coyunturales de una época determinada que al lector de hoy casi que no le van ni le vienen (salvo que sea un sociólogo como él, o esté al día con la información de actualidad), Fogwill tematiza el medio, y convierte a los dispositivos por los cuales se transmite la información en literatura.

“¿O acaso el discurso sobre la corrupción, aunque acotado en la prensa, no es un género literario como el Pacto de Olivos? Si está escrito en algún lugar, puede ser una pieza literaria”. Esta es una de las afirmaciones más contundentes del libro, porque vincula la realidad misma de la palabra, cualquiera sea su origen o contexto, a la literatura.

Fogwill piensa la ficción como un medio, y los grandes medios de comunicación se vuelven entonces la ficción de la ficción, metaliteratura en el que los discursos no pertenecen más que a géneros determinados. Hay que tener una sensibilidad especial para aislar las noticias sobre corrupción en diarios y noticieros y convertirlos en un género más de la literatura. Siguiendo el desarrollo argumentativo de Fogwill, la opinión pública sería otro género literario, y la realidad misma se convertiría en un pastiche posmoderno donde la verdad no está en ningún lado. Estados alterados es como si Philip Dick hubiera nacido en una Buenos Aires cyberpunk y menemista.

El prólogo de Silvia Schwarzbock contextualiza y tira un par de conceptos para pensar el sistema político y literario que Fogwill tiene en la cabeza. Según Schwarzbock, Estados alterados debe leerse en contra del progresismo de la época, esas conciencias de buenas intenciones, contra el “pensamiento benevolente”. También califica a la obra de Fogwill como una cruza entre comedia y terror, que remite como casi toda gran literatura de finales de siglo XX y principios del XXI en Argentina a Osvaldo Lamborghini. De fondo, como una sombra siniestra, Lamborghini es la risa trágica  que provoca y deslumbra.

Schwarzbock enfatiza que Fogwill se propuso dejar de colaborar en los medios, y subraya la palabra colaborar, como si se tratara de una decisión estética. Desde ese momento, Fogwill se dedicó a predicar su lucha contra la profesionalización de la escritura, desde cualquiera de sus formas vendibles al capitalismo: traducciones, docencia periodismo, congresos y hasta talleres literarios, que es quizá una de las salidas laborales del escritor que en los últimos años da de comer a familias enteras. Pero Fogwill no tiene en cuenta que hay personas que no pueden vivir siendo escritor o escritora y darse el lujo de renunciar a un trabajo. Hay que comer. En todo caso, podría ser una buena expresión de deseo: ojalá podamos vivir leyendo y escribiendo las veinticuatro horas del día sin tener que preocuparnos por pagar el alquiler. Fogwill reproduce y perpetúa un estereotipo de clase.

El tema del relato entonces es el progresismo. El narrador nunca lo llama por su nombre, siempre está de fondo, sobreentendido. Tres virtudes de este ensayo no convencional, a la manera borgeana: su actitud combativa, de oposición; el recurso habitual de decir y desdecirse de lo anteriormente dicho, explicarse, leerse y aclararse, comentarse a sí mismo; y la dedicación de un apartado entero a desmitificar la figura de Saer, en realidad no es una desmitificación porque entiende que Saer, como yo también sospechaba, no creó su propio mito de escritor, que es la forma de explicarle a la historia las funciones de un autor.

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