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domingo, noviembre 24, 2024

Una lectura testimonial de «El jardín de las maquinas parlantes». Parte 19

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«Laiseca practica una verdadera literatura popular, la que le gusta a la gente, es chabacano, torpe, se ríe y el lector se ríe con él». Por: Derian Passaglia

¡Aparece Borges! ¡Cualquiera! Aparece Borges en una escena totalmente descontextualizada, porque sí, porque Laiseca puede hacerlo, porque en su mundo cabe todo. Laiseca es expansivo, como el universo, y su literatura secretamente se opone a esa otra literatura que se contrae, que suprime, que escamotea información. En el fondo, se trata de dos grandes estéticas que dominaron el siglo XX: una supone que el lector debe reponer lo que falta (la teoría del iceberg, lo no dicho, etc), la otra tensa los límites de la representación hasta hacer explotar por el aire el lenguaje; una es mezquina, celosa de sus palabras, la otra es festiva, celebratoria, solidaria.

Las referencias en Laiseca siempre son directas. No hay citas ocultas, no hay nada que deba ser desentrañado, no es literatura para intelectuales que gozan con el descubrimiento de un pasaje que pueda atribuirse a un filósofo alemán del romanticismo, Laiseca practica una verdadera literatura popular, la que le gusta a la gente, es chabacano, torpe, se ríe y el lector se ríe con él. Por eso Borges es un personaje, no necesita oponerse al más grande de todos como hacen otros escritores, no lo quiere sepultar, no se le opone por la diferencia, lo incorpora a su sistema y lo ridiculiza de la manera más tonta posible. Poner a Borges como personaje es una idea tan simple que seguramente se le habrá ocurrido, en algún momento de la vida, a todos los escritores, pero la habrán desechado así como llegó. ¿Cómo iban a practicar una literatura tan poco compleja, tan ramplona para la decodificación de la crítica, preocupada por los intertextos y la aplicación hermeneuta de los dispositivos teóricos a los dispositivos literarios?

A Laiseca no le importa la teoría ni la crítica, y esa es su gran enseñanza: escribir con la mayor libertad posible por gusto propio y para la diversión personal. Para nada más. ¿Qué otra cosa podría hacer Borges como personaje sino es pasear por las calles de su barrio de Recoleta? Sotelo y De Quevedo lo ven pasar por la vereda. Así nomás. Laiseca enseguida le imprime su marca: Borges no camina solo, lo sigue una sombra o enjambre de máquinas mágicas, y Borges no nota nada, claro, porque es ciego.

¿Cuál es el sentido de esta inclusión paródica que el lector sabe no tendrá ninguna consecuencia en la novela? Las máquinas le hablan al oído y le susurran: “Nobel, Nobel. El Nobel es importantísimo”. Laiseca no ilumina zonas oscuras del mito borgeano, no trae lecturas nuevas sobre el escritor del que ya se han escrito tantas cosas; Laiseca usa el estereotipo público más conocido con un desprejuicio admirable, porque no tiene miedo de usar las figuras de la cultura enraizadas en el imaginario colectivo. Sin haber leído a Borges, el ciudadano común conoce estos tres datos: Borges pertenece al centro de la Ciudad de Buenos Aires, Borges es ciego, Borges no ganó el Nobel. No le otorga características nuevas al personaje, lo rodea de su mundo, lo vuelve parte de la magia que practica, como si fuera un ingrediente más que Laiseca tira en su sopa secreta.

 

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