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viernes, noviembre 29, 2024

Una lectura testimonial de El jardín de las maquinas parlantes. Parte 21

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«¿Cómo atrapar el lenguaje y las emociones sin volverlo todo un realismo mimético que apunta al efecto catártico del lector? Laiseca es casi un escritor anti humano, la máquina se anuncia desde el título mismo». Por: Derian Passaglia

El lenguaje de mis amigos rosarinos me sorprende cada vez que visito la ciudad. Es como si el mío quedara desactualizado año a año, y las expresiones fueran cambiando tan rápido que es difícil correr atrás de ellas, por eso son sorprendentes, y porque solo valen en el contexto. “Hoy toca Miranda”, “Viviana”, “Más vago que el cuñado de Rocky”. La literatura de frases escuchadas al azar me hacen pensar en Hebe Uhart y en Fabián Casas, dos escritores que se revelan contra el automatismo vanguardista y apuestan por lo humano. Es difícil desarrollar una escritura cuya forma esté puesta en lo humano y que no resulte conservadora. La humanidad, en la literatura, conduce a una tragedia cada vez más chata, íntima y personal. Hebe Uhart escapa de esa tragedia porque lo humano es la capacidad del lenguaje de transformarse en literario.

¿Cómo atrapar el lenguaje y las emociones sin volverlo todo un realismo mimético que apunta al efecto catártico del lector? Laiseca es casi un escritor anti humano, la máquina se anuncia desde el título mismo. El automatismo proviene de las vanguardias históricas y la popularización de la escritura automática, el fluir de la conciencia, la no racionalización de la palabra. Cada vez menos se diferencia del algoritmo, de un sistema que se define por su opuesto y se realiza en sus variantes. Escritura humana y escritura máquina podrían llamarse momentáneamente, dos formas que la literatura viene desarrollando desde los griegos. La escritura humana (salvo algunas excepciones a las que se podrían agregarse los nombres de Marcel Proust, Karl Ove Knausgard o Hemingway) se ata a su referente real y subordina la literatura a un elemento externo a ella; la escritura automática, en cambio, persigue su propio desarrollo histórico, es autónoma.

La combinación de estos dos tipos de escritura producirá una nueva, pero se ve que hasta el día de hoy a nadie se le ocurrió juntarlas. Laiseca se aproximó, su esfuerzo por una síntesis dialéctica entre la estructura y la materia, el significante y el significado, lo humano y lo autómata se resuelve a través de la novela de aprendizaje. Sotelo aprende la magia esotérica, De Quevedo es el maestro que enseña. En uno de los tantos videos de Youtube que vi, Laiseca explica que una vez vivió en una pensión, y los personajes con los que se cruzaba entonces le daban consejos sin que él lo pidiera, le decían cómo tenía que vivir, qué hacer, dónde ir. Él sufría en silencio, porque no quería saber nada con que lo aconsejen.

Es extraña una novela de aprendizaje en la que el personaje principal no aprende por sus propios errores, no se equivoca y se vuelve a levantar, no saca sus propias conclusiones a partir de lo vivido, no proyecta un axioma general de la existencia en base a su experiencia personal, que es quizá la forma literaria en que la escritura humana se volvió conservadora. De Quevedo sabe todo sobre magia, la tiene clara como un taxista, como un tío al que solo vemos en cumpleaños y fiestas, como políticos y gurúes, como instagramers, como influencers. De Quevedo enseña y a Sotelo no le queda otra que aprender, y si no aprende con él no va a aprender con nadie.

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