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sábado, noviembre 23, 2024

Zona sur a todo ritmo

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“Perdido en el barrio de Barracas, Borges se da cuenta del sentido de la eternidad en el Sur, sorprendido por las calles de tierra humilde, las puertas cancel, los paredones”. Por: Derian Passaglia

Crecí escuchando por las noches, antes de dormirme, mientras buscaba el sueño, la bocina del tren de carga. A veces era como si el tren se me metiera adentro, y como si su paso en la madrugada, a una hora puntual, me dijera: «bueno, a mimir, mañana de vuelta a la escuela». Mi papá le hacía creer a Milton que si tocaba un botón del tablero del Renault 12 se levantaba la barrera del tren. Y Milton, todo emocionado, miraba cómo subía la barrera parado en el asiento de atrás, el pelo lacio del corte taza casi que le tapaba los ojos. Esto pasó hace muchos años en la Zona Sur.
El Sur es un concepto abstracto para Borges, que a veces adopta la forma de un lugar específico. Juan Dahlmann viaja al Sur en tren. Más que las miguitas de pan que le tira un compadrito en un bar de mala muerte, lo que me gusta es que Juan Dahlmann no puede leer en el tren porque se distrae con el paisaje. Eso es porque Juan Dahlmann no viene nunca para el Sur, y solo viaja en sueños.
Perdido en el barrio de Barracas, Borges se da cuenta del sentido de la eternidad en el Sur, sorprendido por las calles de tierra humilde, las puertas cancel, los paredones. Borges siente placer de idealizar el Sur, de sentir que la vida que se vive acá es más genuina, más real. Está bueno, yo también lo siento.
No sé si Borges habrá visto alguna vez a un pibe pálido, con la mirada vacía y el cuello degollado, la sangre cayendo en hilos por el cordón, mientras otro pibe le sostenía la cabeza para que se mantuviera erguida. Esto también pasó en el Sur, en el Sur de allá, este de acá. Lo lindo del Sur es que es feo y lindo al mismo tiempo. La belleza de los palos borrachos blancos y rosas florecidos al lado de un carro con trastos viejos a la sombra se mete en el espíritu como la bocina del tren a la madrugada. Los vidrios rotos de la Fábrica de Alpargatas abandonada. El nene que vuelve del jardín y mete la cabeza adentro de sus ventanales oscuros. El obrero que se paró con las manos en la cintura y dijo: «está buena tu bici». En el fondo de casa, mi mamá le contesta a los bichosfeos en su idioma («bichofeo, bichofeo», los insulta) porque dice que la pelean.
En un prólogo del 51 al libro «Buenos Aires en tinta china», de Atilio Rossi, Borges enumera ciudades que considera Barrio Sur: «Montevideo, La Plata, el Rosario, Santiago del Estero, Dolores». El Sur es la platónica de Borges, la que le clava el visto, la que ama en secreto, la que quiere tener y no puede. El 3 de junio de 2022, el Noba iba con su motito, la trucha, por las calles de Florencio Varela, se le cruzó un auto que no lo vio y lo mató. El Sur, como para Borges, puede ser un sentimiento, pero también una voz, la voz del Noba cantando: «Zona Sur a todo ritmo, eh», «es el Noba y te resuena / para que lo mueva, lo mueva». El Noba tenía 25 años y había comprado un terreno para construirle la casa a su hija.

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