César Zapata presenta los grandes temas de la filosofía utilizando el registro de la narración literaria.
Aproximación a la ontología de las ficciones en la narrativa de Eugenio Peters
1. La transformación
En un tiempo muy lejano, cantidad de estrellas y planetas en el futuro, infinitas horas y segundos en el presente, o sea un tiempo antes del tiempo y fuera del tiempo, existió (y vuelve a existir de vez en cuando) un duende experto en alquimia que cierta vez logró convertir un teléfono celular Samsung A7 en un ser humano. Específicamente en un infante varón de 7 años, al cual le dio el habla y la compresión de todas las palabras que un niño de 7 años puede manejar, pero no pudo fabricarle un pasado, una historia.
El niño tenía el pelo ondulado, era moreno y agradable a la vista. Apenas abrió sus ojos se observó largamente a sí mismo, tocó sus piernas, sus brazos, tocó su boca, su nariz, todo su cuerpo. Después miró al duende, y le preguntó quién era, que hacía aquí, por qué estaba junto a él, quién era él mismo, por qué estaba aquí, y quienes eran esos iguales a él que se veían caminar a lo lejos.
El duende, Eugenio Peters, se echó a reír con una carcajada que asustó al mismo Dios, pero no al pequeño, por el contrario aquel estruendo le resultó simpático y cariñoso, y en un segundo largo comprendió todo, no fue necesaria ninguna explicación, abrazó a Eugenio Peters, y le dijo:
-¿Cuándo ya no quiera ser un ser humano puedes convertirme de nuevo en celular?
-Claro que sí, mi niño, lo que tú quieras. Respondió el duende con una ternura que sorprendió al mismo Diablo.
-Anda, vete con los otros y cuando me necesites yo volveré. Le dijo Peters y desapareció en el diminuto parque de la ciudad.
2. La inserción
El infante caminó hacia los demás y se encontró con dos niñas un par de años mayor que él, no pudo dejar de mirarlas, hasta que una de ellas le preguntó cómo se llamaba.
Él, guardo silencio un instante y respondió: Eugenio Peters, me llamó, Eugenio Peters.
Jugaron, rieron, saltaron, corrieron, hasta que llegó la hora de almorzar para las niñas, que estaban de visita donde sus tías, lo invitaron a su mesa, comieron, conversaron, en eso, se hizo tarde y Eugenio les dijo que no tenía donde ir. Acto seguido se acercó a las tías, y les contó que él era un celular y un duende lo había convertido en niño.
Las señoras se emocionaron con su testimonio que calificaron como esquizofrénico, y de ahí en adelante lo legalizaron en el sistema como su hijo, lo matricularon en la escuela, lo amaron y lo formaron como un adulto buena persona. Una era trabajadora social y la otra psicóloga, y casi sin ponerse de acuerdo poco a poco le fueron inventando un pasado, una historia, una familia y juntos fueron y eran felices, en la medida de lo posible.
El niño se convirtió en joven, luego en adulto, estudió arquitectura y luego filosofía, se enamoró y tuvo dos hijos, su vida era feliz, dentro de lo posible.
Cierto día, alguien tocó el timbre de su casa, abrió la puerta su hija de 7 años, y le dijo: papá, papá, aquí hay un señor viejo, que dice que se llama igual que tú, y te quiere ver.
Eugenio, llega a su puerta, mira al señor y éste le dice.
-Soy Eugenio Peters, y quiero que me digas si ya has luchado muchas batallas.
-El otrora niño, después de un largo segundo se echó a reír y abrazó al extraño sintiendo un cariño enorme. No entendió nada, pero no le interesó, lo invitó a pasar, le presentó a su familia y le ofreció café.
Toda la familia y el extraño charlaron y se divirtieron hasta muy tarde con las travesuras de los niños, ese cálido día sábado. De pronto, el duende se levantó y dijo que debía marcharse. Eugenio lo acompañó a la puerta.
-No recuerdas nada, verdad. Le dijo el duende, Eugenio Peters, al tiempo que lo abrazaba.
-Tú tampoco recuerdas nada. Le contestó el humano Eugenio Peters.
Se produjo un silencio, tan profundo como la noche.
3. El constante olvido
Después de ese silencio, se despidieron afectuosamente.
-Qué pasó después Dadá, me pregunta mi hijo Arandú de 7 años. Dadá, es cómo me dice cuando después de todas la riñas diarias, nos mimamos el uno al otro.
-No sé, hijo.
Ya eran cerca de las 22.00 h, mañana nos levantamos a las 05 00 am, no podía seguir inventando demasiado, por mas inspirado que estaba contándole su cuento de buenas noches.
-Tal vez, Eugenio Peters, adivinó que era el duende o simplemente se olvidó.
-Para mí que se olvidó, Dadá.
-Sí, hijo, pa mi que no quiso acordarse, es que a veces es bueno olvidar.
-Sí Dadá, cuando uno se olvida, se le quita todo el enojo, en la mañana me enojé con mi hermanita, y ahora se me olvidó y ya no estoy enojado. Dadá, ¿Cómo se llamaba el país donde vivía Eugenio Peters, era Paraguay?
-Cuál, Eugenio Peters, el duende o el humano.
-Mmmm, los dos, Dadá.
-Ese país se llama la Vaca Multicolor[1], hijo.
Le contesté así, porque se me vino a la mente, Zaratustra, que señalaba al creador (otra máscara del humano superado o súper hombre) como a un niño que no arrastra arrepentimientos ni culpas, pues es un permanente olvido, un olvido terapéutico que pone al espíritu en actitud de constante creación, no se trata de bloquear el paso de la historia que se cristaliza a través del recuerdo, sino de redimir a nuestro recuerdo y a nosotros mismos de una manera de valorar determinada por el dolor o el éxito, una manera de valorar enclaustrada en algo demasiado humano, que no logra entender a la vida, como una fuerza o un costal de fuerzas, que está mas allá del bien y el mal. Con la vida, con nuestra vida solo resta ser afirmativos, recuerda que vas a morir le susurraba al oído del vitoreado pretor romano aclamado por el pueblo después de su victoria en la guerra, su compañero estoico, para recordarle que la totalidad de los acontecimientos concurren hacia la aniquilación, que no deben ser medidos desde una trascendencia ultraterrena que les da la posibilidad de ser buenos o malos, sino desde una inmanencia afirmativa, que los recibe con aceptación, con total aceptación. El pasado no queda como peso, sino que se encastra en el presente como renovación, como posibilidad para crear en el futuro próximo, en un tiempo del Eterno retorno.en el presente como renovación, como posibilidad para crear en el futuro próximo, en un tiempo del Eterno retorno[2].
Se pueden decir muchas cosas de Nietzsche, pero nadie puede negar que fue un padre guasú[3], enorme, cariñoso, lleno de amor para derramar, igual que Sócrates que quería hacer virtuosos a los jóvenes atenienses.
-Que nombre raro, Dadá.
-Sí, hijo, ahora a dormir, sabes que eres mi vida. ¿Verdad?
-Te quiero Dadá.
Referencias
[1] Ciudad donde predica Zaratustra. En el libro Asi habló Zaratustra de Friedrich Nietzsche.
[2] https://eltrueno.com.py/2021/04/04/el-eterno-retorno-de-lo-mismo-en-el-pensamiento-de-nietzsche/ https://eltrueno.com.py/2021/04/11/el-filosofar-moral-del-eterno-retorno-de-lo-mismo-segunda-parte/
[3][3]En Guarani: grande, inmenso.