Derian Passaglia escribe una crónica de su infancia en la ciudad de Rosario de Argentina, durante los años finales de la década de los 90.
Cuando volvía de fútbol en la trafic naranja y blanca papá escuchaba música a todo lo que da, como si quisiera que todo el barrio se enterara de sus gustos, o convertirse más bien en el dj de los vecinos. Era sábado por la tarde. El piso a granito verde de casa estaba impecable porque mamá había estado baldeando, y el contraste del blanco con el verde producía un efecto óptico brillante, como si el piso se moviera.
Mamá todavía andaba con las botas de goma puestas, las que usaba para baldear; papá tenía la cuchilla en la mano y salía al cantero y se apoyaba en la puertita de rejas blancas para recibirme. Escuchaba esos discos coleccionables de rock nacional que venían con la tapa amarilla, y que a veces veo en puestos de ferias de libros y revistas de usados; también escuchaba Celia Cruz, Elvis Crespo, Donato y Stéfano, Marcela Morelo. Gustos eclécticos y extravagantes a los que nunca les encontré un sentido. Creo que le daba vergüenza escuchar Celia Cruz por ejemplo.
-¿Compraste otro disco? -decía mamá.
Papá siempre andaba comprando discos y no quería decirle a mamá para que no le hinche los huevos con el tema de la plata.
-Me lo prestó un amigo -decía papá, como si fuera el meme del hombre araña que dice: “me anotó un amigo”.
Y yo me lo creía, mamá no sé. Pero el tiempo pasaba y pasaba, y Celia Cruz seguía sonriendo en la tapa del disco, con su peinado retrofuturista y su maquillaje denso y pesado. Nunca se sabrá si papá compró el disco de Celia Cruz, y estaría bueno ir a preguntarle ahora. Mamá escuchaba pocas veces música. Sus gustos eran selectos y acotados a dos o tres discos: un compilado de Sandro y Silvio Rodríguez y Pablo Milanés en vivo en la Argentina. Yo volvía hambriento de fútbol y le preguntaba a papá:
-¿Qué hay de comer?
-Ya te vas a enterar -decía.
Me daba una bronca. ¿Qué le costaba decirme? Después aparecía en la pieza y me traía un pan mojado con salsa para que pruebe. ¡Qué rico cocina! ¿Por qué no le gustaba revelar lo que cocinaba? Aprendió viendo Utilísima. ¿Y Milton qué andaría haciendo mientras estuve en fútbol? Capaz mirando la tele o jugando con Aquiles en el fondo. La tele seguro que no miraba, porque papá ponía el minicomponente tan fuerte que era imposible concentrarse en algo que no fuera su música.
Más tarde, un rato antes de la hora de la comida, prenderían la tele. Y veríamos Sábado Bus, con Nicolás Repetto, o alguno de los clásicos que pasaban en Canal 5 con doblaje latino: La Roca, Con Air, Máxima Velocidad… Esas sí que eran verdaderas pelis de acción. Y ese momento me gustaba, estábamos todos juntos viendo la tele y papá apagaba la luz y subía el volumen para que parezca un cine.
El dueño de la trafic se llamaba Sergio y estábamos como una hora dando vuelta por todo Rosario, centro y sur, hasta que me dejaba en casa. A veces yo llegaba de muy mal humor, porque hubo una época en que llevaba a un colorado que jugaba en una categoría más grande, en cancha de once, y era un hijo de puta. Te pasaba la mano gomosa y blanca por toda la cara y te la hacía oler, una mano que parecía un molusco muerto en el fondo del mar. Colorado desgraciado, ojalá se te rompa una pierna y no puedas caminar más. O la mano, mejor, que se te rompa la mano.
Había algo que me calmaba cuando llegaba a casa así de desahuciado: el disco de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. ¿Cómo es que tenían estos nombres tan comunes y cantaban esas canciones que me dejaban en un estado de paz interior, sintiendo el atardecer de un sábado más? Ellos dos, saludando al público, aparecían en la foto de tapa del disco. Se vestían también como personas comunes y corrientes, y la remera a rayas de Silvio Rodríguez me hacía acordar a una que tenía papá, y los anteojos de Pablo Milanés a los anteojos de papá. ¿Qué querían decir esas canciones? ¿Por qué tan misteriosas? “Mi unicornio azul ayer se me perdió / pastando lo dejé y desapareció…” O las que cantaba Pablo Milanés: “Yo pisaré las calles nuevamente / de lo que fue Santiago ensangrentada…” Por alguna razón, me hacían sentir bien, que era fin de semana y que no tenía que ir a la escuela al otro día. Todo estaba bien e íbamos a comer rico.