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miércoles, noviembre 27, 2024

¿Sueñan los chicos de provincia con rollingas eléctricos?

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El punk es un gesto, una actitud, es decir que se reconoce por las acciones. Como todo gesto, se vuelve vanguardia, mímica del siglo XX que resiste a las imposturas y las imposiciones dominantes de la cultura. Por: Derian Passaglia.

Cuando me mudé a Buenos Aires tenía 19 años. Había visto poco del mundo, porque prácticamente no había viajado a ningún lugar, salvo algunas vacaciones que pasé en Río Cuarto o Las Toninas con toda la familia. Por eso me sorprendí cuando vi por primera vez paseadores de perros en la ciudad, hombres o mujeres de miradas seguras, atados a correas en la cintura, llevando perros, como si fueran dioses urbanos domésticos. Lo otro que me sorprendió fue un tipo de persona particular que existía específicamente en el conurbano, en los bordes de la ciudad: el rolinga. En Rosario nunca había visto un rolinga, seres mitológicos de piel blanca, flequillo negro, zapatillas de tela y remeras desteñidas de Los Ramones. Era como si todo ese tiempo hubiera existido un universo paralelo, con otro tiempo, con otras leyes físicas, que de repente desintegraba el mío.

Por el libro Flema es una mierda, de Diego Vecino, que se publicó por aquellos años en digital, llegué a la banda de punk rock Flema. El libro hablaba de todo eso que yo había ignorado, hasta ese momento, por cuestiones geográficas y quizá culturales: en Rosario escuchábamos cumbia santafesina, cumbia villera, cuarteto, Queen, Guns and Roses, esa onda. El punk era otra cosa. Ricky Espinosa, el cantante de Flema, se había suicidado tirándose de un edificio, por la ventana abierta, mientras estaba en un departamento con sus amigos. No le había avisado nada a nadie, tomó carrera y se tiró. Se pintaba la cara de blanco, y en las pocas entrevistas que hay en Youtube, se lo ve con el pelo largo, sucio, burlándose de las preguntas del entrevistador. Pienso ahora, no en ese momento de iluminación, que si yo hubiera nacido en el conurbano habría sido rolinga.

El punk no existiría sin las camperas de cuero negras, y quizá sea ese su elemento esencial. Una moto y una campera de cuero, chicos rebeldes por las carreteras de Los Ángeles, caños de escape furiosos en busca de problemas, un cuchillo plateado en su vaina que brilla al sol. En germen, el punk no nace en los setenta, ya se vislumbraba en esos chicos que no aceptaban el sistema tal cual se presentaba, con sus sueños de grandeza, y se desplazaban por los márgenes, hacia los márgenes de la sociedad. ¿Habrá sido James Dean, muerto como un mito también, en un accidente, mientras manejaba su Porsche, el primer punk de la historia?

La expresión punk más salvaje explota en los años ochenta. Ahora hay hasta una miniserie de Sex Pistols. El punk, en su inocencia, es salvajemente tierno. Está siempre en oposición al sistema, por fuera del sistema, y ese ideal lo lleva a la muerte. Antes que los hippies, los últimos idealistas fueron los punks, porque pensaban que el mundo era una mierda, y que no iba a cambiar, entonces debían destruirlo, debían cambiarlo ellos. Tener un ideal y llevarlo hasta las últimas consecuencias es hermoso, porque es algo que ya no se ve. En They live, de John Carpenter, el protagonista encuentra unos anteojos en un callejón que le hacen ver la realidad diferente. Cuando se los pone, las personas que mira en realidad son alienígenas, y los carteles en la calle y las publicidades se le aparecen con mensajes ocultos que dicen: ¡consume! ¡compra! ¡consume! John Carpenter es uno de los últimos punks.

Al escritor Philip Dick lo perseguía la policía, el FBI y la CIA. Varias veces lo fueron a buscar a la casa. Tenía miedo del gobierno de Nixon. El miedo, la pobreza en la que vivía y el consumo de alucinógenos hicieron que Dick se volviera un paranoico. Esto lo llevó a dudar de la realidad, a pensar que este sistema en el que vivimos es ficticio, que quizá haya otras realidades, de otros universos, que permanecen ocultos por conveniencia. Los mundos que Philip Dick creó en su literatura se desintegran, como en Ubik. Joe Chip encuentra un mensaje de su jefe muerto en un paquete de cigarrillos que compra en el kiosco. ¿Es posible que exista otra realidad, y que puedan comunicarse? Este sistema no da para más, y Dick sabe que la realidad en que vivimos se está desintegrando.

El punk es un gesto, una actitud, es decir que se reconoce por las acciones. Como todo gesto, se vuelve vanguardia, mímica del siglo XX que resiste a las imposturas, las convenciones y las imposiciones dominantes de la cultura. El punk construye su propia cultura, y por eso es independiente, libre de todo sistema de valoración ideológica previo. Otro de mis punks favoritos es el poeta argentino Daniel Durand, que en la década de los noventa publicó sus propios libros y los libros de sus amigos en ediciones artesanales de tiradas cortas. No a las grandes editoriales, no a las corporaciones, parecía decir Durand, no a los poetas viejos, no a la cultura anterior, nosotros somos lo nuevo: ¡hágalo usted mismo!

El último punk es un gordito fumanchero de Canadá que la pegó en Hollywood. Seth Rogen escribe, dirige, actúa, hace películas con sus amigos sobre la marihuana, y siempre está metido en situaciones incómodas, y le gusta Jeff Goldblum porque lo vive mencionando. Seth Rogen destruye el sistema desde adentro, porque él sabe que no se puede salir del sistema, tumbarlo desde los márgenes es una ilusión, como la que le provoca la marihuana, y sabe que tiene que alimentar a su familia, y pagar el psicólogo o la cuota del jardín de los chicos. Además, el mejor amigo de Seth Rogen es James Franco, que es un capo. Al principio de una película, Seth Rogen interpreta a un chabón cualquiera que trabaja como secretario de jueces, está harto de su trabajo, tiene una novia de 18 que quiere presentárselo a sus padres, y mientras va en el auto fumando faso llama por teléfono a la radio y dice: «Si en cinco años no legalizan la marihuana no me va a quedar más fe en la humanidad, y punto. A todos les gusta fumar hierba. Lo han hecho por miles de años. No se van a detener en un corto plazo. Hace que todo sea mejor. Hace más rica la comida. Hace más agradable la música. Hace que el sexo se sienta mejor, por Dios santo. Hace buenas a las películas malas, sabías?».

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