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domingo, noviembre 24, 2024

Maximilien Sad y los ángeles negros

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“…hablaba en sus poemas de ángeles negros que vendrían a buscarlo, de crepúsculos y noches, de tristezas y jinetes del apocalipsis.” Por: Derian Passaglia

Había una página en la internet de antes, esa internet más inocente y también caótica, de avatares no tan anónimos ni tan crueles, la de las amistades a largas distancias… Era una página a color crema, con algunos bordes celestes, donde los usuarios, las personas solas en sus casas con inquietudes más o menos literarias, subían sus escritos. Y ahí fue donde subí mi primer poema, uno de mis primeros poemas, porque la profesora nos había mandado a hacer un trabajo práctico que consistía en escribir cinco poemas propios, y recolectar cinco poemas de amigos, cinco poemas de autores famosos y cinco letras de canciones. Y cuando la profesora me llamó para devolverme el trabajo práctico me preguntó:

-¿Esto lo hiciste vos o te lo copiaste de internet? Decime la verdad…

Y a mí la verdad, la verdad que ella quería escuchar, me rompió un poco por dentro, porque no me creía que yo había escrito esos poemas, pensaba que me los había copiado… ¡Una vez que hacía un trabajo práctico! ¡Una vez que andaba inspirado por la casa pensando en el trabajo práctico de la de Lengua y la de Lengua me pegaba así, con el desprecio que se le tiene a los irrecuperables! Pero el trabajo práctico lo había hecho yo, y la profesora no me creía… ¿No confiaba en mis capacidades o no pensaba que alguien como yo, alguien que andaba con la cabeza en Narnia toda la clase, pudiera alcanzar su momento de gracia, su redención?

-Lo hice yo -le dije, y me fui a sentar a mi banco, algo triste…

Y esos poemas que había escrito, uno que era sobre la pobre vaca que habían matado para tener el bife que mamá cocinaba en la sartén, y otro que era sobre Hitler, sobre si alguien le había preguntado a Hitler si lo que hacía estaba bien o estaba mal, y esos primeros poemas que había escrito inspirado para un trabajo práctico, el primer trabajo práctico que hacía con ganas, los subí a una página de internet, aquella internet de fondos azules y negros, con barras deslizantes a los costados, con píxeles enormes en las imágenes… Y eso fue muy loco de ver, porque un poema mío, una creación mía, estaba del otro lado, en otro mundo, en la pantalla…

¿Era yo un poeta? ¿Era entonces alguien que podía transformar las palabras en un objeto virtual que aparecía con su forma de versos y enters en una página de internet con usuarios de todo el mundo hispanohablante? Y así seguí escribiendo, por convención, porque publicar era adictivo, publicar y publicar cada día, y recibir comentarios lindos, halagos y flores y besos, de gente que no conocía, y de gente que no me conocía, y para eso tenía que seguir escribiendo, publicar para seguir escribiendo…

Y así fue como conocí la poesía de “Maximilien Sad”, un usuario que escribía unas cosas raras, y a mí me encantaba porque no era igual a los otros, no hacía rimas ni versos medidos, su arte era el de la oscuridad… Y hablaba en sus poemas de ángeles negros que vendrían a buscarlo, de crepúsculos y noches, de tristezas y jinetes del apocalipsis. ¿Y por qué escribía así, Maximilien Sad, con versos largos que ocupaban todo el ancho de la pantalla, o versos cortos a veces de una sola palabra, con estrofas de dos o tres versos, diferentes a los sonetos, diferentes también a las cuartetas? ¿Y de dónde había sacado ese nombre, ese nombre de lágrima negra, ese nombre que traspasaba la pantalla como un eco frío en un aljibe húmedo y abandonado en un pueblo rural de provincia?

-El próximo año me voy a estudiar a Rosario… -me escribió Maximilien.

¡Y yo iba a empezar la facultad, iba a empezar la carrera de Letras con Maximilien Sad, el poeta de las tinieblas! Papá me llevaba hasta la facultad a primera hora de la mañana, y como todavía no habían abierto la puerta, porque me dejaba muy temprano y después él se tenía que ir a trabajar, me cruzaba hasta el bar de enfrente, y ahí leía y tomaba café con leche con dos o tres medialunas. Y sonaba “Sencillamente” de Bersuit Vergarabat en la tele del bar o en la radio, y era un momento lindo, porque cada mañana esperaba el “Sencillamente” a la misma hora, antes de entrar a la facultad, con el café con leche, un libro entre las manos y las medialunas.

Maximilien Sad, ¿por qué se vestía todo de negro, y delineaba los ojos de negro, y en su departamento alquilado de un ambiente tenía un sable con su funda que había comprado por internet? Y comimos sánguches de jamón y queso con pan de molde, y me dijo:

-Hay gente que unta la mayonesa, a mí me gusta así.

Entonces agarraba el paquete de Hellmann’s o Natura y lo apretaba para que salieran chorros de mayonesa sobre el pan, y dibujaba círculos yuxtapuestos de mayonesa sobre el pan, porque a Maximilien no le gustaba untarla… Después caminábamos hasta la facultad, todo por la peatonal Córdoba, y le iba poniendo puntajes a las mujeres que veía por la calle, y así me enseñó a puntuar a las chicas que veíamos: esa era un 6, y aquella otra un 8, y la de más allá un 2… Puntaje a las desconocidas, juzgando cada una de las partes de su cuerpo en su integridad, como un Baudelaire del frío sur, porque Maximilien había nacido en Ushuaia…

Y un abril o mayo, una media mañana fría en el centro de Rosario, la gente iba abrigada por la calle, pero Maximilien no, Maximilien venía del frío, y esos doce o trece grados no eran nada para él, porque estaba acostumbrado al dolor, la soledad y el frío… Sentía como una novela de intrigas conspiranoicas la vida, y viajaba con la mente hacia otros mundos, hacia otros lugares de la historia, terribles y sangrientos, y escribía él su propia novela, una novela oscura, de muertes y ángeles negros, ángeles negros que venían a buscarlo por las noches…

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