Se llamaba Comunicaciones el equipo de tus amigos, y tenían una camiseta parecida a la del Milan, roja y negra a bastones, y jugaban en cancha de once, en una cancha de pastito amarillo, con algún que otro pozo… Por: Derian Passaglia
Mi viejo me pide, cada vez que me lee me pide, como si fuera un regalo que tuviera que conceder a pedido, ¿una atención quizá? ¿Qué será? ¿De dónde vendrá esta necesidad profunda de sentirnos representados? ¿De figurar, de aparecer, de mostrarnos? Mi viejo me pide: “escribime algo, ¿cuándo me vas a hacer protagonista de algo que escribas?”. Y yo le digo: “¿pero no viste que apareciste en lo último que escribí?”. Pero él no se conforma, mi viejo no se conforma, el “loco Cacho”, como le dicen los amigos, no se conforma, quiere aparecer como protagonista, quiere una porción de fama de este mundo mezquino o generoso, y yo no sé qué escribir, no sé qué escribirle, porque siento que cuando se trata de mi padre ya lo dije todo…
Y él me vuelve a decir: “escribí sobre cómo te crié”, y yo me río, realmente está loco el loco Cacho, porque su ambición desmedida lo lleva a pensar un nuevo género literario de propaganda, donde el “yo” sea alabado por un tercero, sea celebrado y enaltecido. Mi viejo pretende inventar un nuevo género autobiográfico con las herramientas del realismo socialista de Stalin, o quizá con los recursos de la literatura autocelebratoria más miserable, esa rama de la clase media que canta las desgracias menores y cotidianas, como un accidente, un robo, una hermana paralítica o un tío abusador. ¿Cómo puedo escribirle, entonces, literatura de propaganda a mi viejo, a pedido de mi propio viejo?
Entonces me acordé, anoche me acordé, cuando me llevabas al fútbol de los sábados o los domingos a la mañana, siempre en el fitito o ya después quizá en el Renault 12, porque jugabas a la pelota con tus amigos, el loco Cacho era arquero. Y era un arquero chicato, para peor, porque usabas lentes y sin lentes no veías un carajo. ¿Qué seguridad daría el loco Cacho en el arco cuando tuviera que enfrentar a un 9 gordo, pasado de asados y vino, que quedaba solo con la pelota enredada entre las piernas? ¿Qué seguridad daría si, paradójicamente, el loco Cacho no veía un choto sin los lentes? Y achinabas los ojos en los córners, y también en los tiros libres cuando acomodabas la barrera, ¿y qué verías en ese momento? ¿Verías la pelota o solo manchas verdes de césped, amarillas de sol y blancas de nubes como en un cuadro de Van Gogh? ¿O quizá, al modo romántico, como en un cielo gris difuminado de Turner?
Y yo no puedo hablar, no puedo decir nada porque ahora me reconozco en aquel gesto, cuando entro a la canchita de fútbol 5 y me saco los lentes, porque no quiero jugar con los lentes puestos como hace alguna gente, y veo figuras danzando sobre el césped sintético, y mis compañeros de equipo no son más que dos o tres colores que identifico de antemano… Y achino los ojos, también, porque no veo un carajo, pero veo sí la blancura de los tres palos, y veo la red, y veo esa frase de Maradona que decía: “los arqueros son todos boludos”, y el loco Cacho era arquero…
Se llamaba Comunicaciones el equipo de tus amigos, y tenían una camiseta parecida a la del Milan, roja y negra a bastones, y jugaban en cancha de once, en una cancha de pastito amarillo, con algún que otro pozo, y una vez ganaron un trofeo, porque llegaron a salir terceros o cuartos, y yo me aburría atrás del arco, esperando que terminara el partido, o jugaba con Joan, el hijo de Alberto, también a la pelota hasta que nos aburríamos. Y después te miraba flexionar las rodillas, el loco Cacho se preparaba para tapar una pelota o para recibir un puntín al ángulo, se la mandaron a guardar, y a sacar del medio.
Y cuando volvíamos a casa parábamos en un kiosco de diarios porque yo quería una colección de muñecos que venía con alguna revista, eran dinosaurios, y me gustaban porque eran animales flasheros, de largos colmillos, de gruesas colas, de amenazantes miradas y brazos en miniatura. Volvíamos, sí, ya para el mediodía, para dormir la siesta con Santa Isabel, mi vieja… Y el loco Cacho se había hecho estampar una camiseta verde de arquero con el número “14” en vez del “1” tradicional de arquero, porque el “14” representaba en la quiniela al borracho, y a él le gustaba tomar, tomaba hasta arrastrar las palabras en la boca o quedarse dormido sobre la silla, y estaba orgulloso con su camiseta de arquero número “14”, y arriba de la camiseta, en la espalda, también se estampó “Santa Isabel”, el nombre de una etiqueta de vino.
Pero era también el segundo nombre de mi vieja, Isabel, Elsa Isabel, y era también el nombre de un vino, y esa doble significación enorgullecía a mi viejo, porque en la espalda la llevaba a mi vieja y al vino… ¿Habrá atajado algún penal el loco Cacho? ¡Se muere por responder estas preguntas! ¡Se muere por leer viejas peripecias de viejas épocas a sus amigos, con un Santa Isabel de por medio, o quizá, ahora que está separado hace ya años, con alguna marca de otro vino. ¡Qué fines de semanas aquellos! Jugaba el Puma, y jugaba Alberto, jugaba Niki que siempre caía en una camioneta ploteada con el oso Bimbo, y jugaba también Juan Carlos, Mussi también jugaba, y jugaba Fabián el cartero, Omar y el Pelado… Ellos, y algunos otros más, perdonen el olvido, formaban el once titular de Comunicaciones.