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lunes, noviembre 25, 2024

Judo en la vecinal de barrio Irigoyen

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Fuimos en banda, porque era la novedad, judo en la vecinal del barrio Irigoyen, y había que ponerse un traje especial, blanco o azul, ajustado por un cinturón de distintos colores, según el rango… Por: Derian Passaglia

Todo mentira, era todo mentira lo que se decía, la información que llegaba desde la dirección de la vecinal del barrio, cuando hicieron correr el rumor, cuando a alguien se le ocurrió difundir la idea, que llegó a nuestros oídos, llegó a los oídos de los chicos del barrio. “Van a construir una canchita de fútbol 5 en la vecinal”, decían, “cuando gane el nuevo intendente, el que ayer anduvo por estas calles, van a construir una canchita de fútbol 5 en la vecinal”. Eso se decía por aquellos tiempos, y la ilusión crecía, y la imaginación volaba, porque íbamos a dejar de jugar en el campito de la esquina de Alzugaray y Dragones del Rosario, íbamos a olvidarnos de correr entre astillas de vidrio en las piedras y el polvo de la tierra, para pasar a no lastimarnos ya más las rodillas en las baldosas blancas del patio de la vecinal cuando construyeran la canchita de fútbol 5.

Y yo me ilusionaba también con aquella cancha que nunca existió, y pensaba en el momento cuando tuviera la pelota bajo los pies, y le pegara con precisión al arquito de la nueva canchita de la vecinal, un arquito que sería chiquito, porque el patio de la vecinal no era muy grande, sería una canchita como para no más de ocho jugadores, donde correríamos sin parar durante toda la tarde, y si es que nos dejaban, si es que no cerraba la vecinal, hasta que el sol cayera del otro lado de las casas, pasando la cúpula barroca de la capilla Santa María de los Ángeles, con su forma triangular de cemento.

Los años pasaban, los inviernos, los dorados otoños en las hojas de los paraísos, otro verano más de vacaciones en la calle, pasaban los años como si nada, y la canchita de fútbol 5 en la vecinal no se construía, y los chicos seguían jugando a la pelota en el campito radiante de la esquina, y a veces, cuando nos aburríamos de la pelota, jugábamos al “bate”, una variante del béisbol que se jugaba con una rama de árbol y una pelotita de tenis, y a veces también las pelotitas de tenis se perdían en los patios de los vecinos, porque alguno le pegaba de lleno con el bate y la pelotita cruzaba las copas y los canteros, los techos y los paredones, y se hundía en la boca de algún perro echado en su cucha…

“Dijeron que en algunos meses la cancha iba a estar lista”, decía alguno que le habían dicho en la vecinal, pero la cancha al final no se construyó nunca, y así quedamos, esperando, esperando siempre sorbiendo un jaimito en el cantero, o masticando semillitas con los pies estirados en una zanja seca, y mientras tanto las promesas quedaban en la nada… ¿Cuánto presupuesto se hubiera necesitado para marcar con pintura roja un par de líneas en las baldosas del patio de la vecinal? ¿Y cuánto para comprar en la ferretería unos caños y una red y construir un par de arquitos? Era esa nada más la inversión que se necesitaba, porque el lugar, el patio de la vecinal, ya estaba listo para recibir a los jugadores que se entrenaban cada mañana y cada tarde en el campito de la esquina.

Pero era todo mentira, y nunca construyeron la canchita de fútbol 5, pero sí vinieron unos cuantos instructores de judo, o profesores, o senseis, algo así como Maestros Roshis pero de los bajos fondos, y ofrecían clases para aprender judo. Fuimos en banda, porque era la novedad, judo en la vecinal del barrio Irigoyen, y había que ponerse un traje especial, blanco o azul, ajustado por un cinturón de distintos colores, según el rango y el nivel que alcanzara el aprendiz, y el combate se practicaba descalzo en una colchoneta. Como mínimo, era simpático, así que fuimos en banda a aprender judo, y como no teníamos esos trajecitos caros que se ponían los profesores, nos recomendaban que fuéramos con ropa holgada. Unos pocos pesos costaba la clase, quizá tres, tres pesos que pagábamos con monedas, con probar no perdíamos nada… Y así fue como solo duré una o dos clases en la práctica de judo, porque lo mío era el fútbol, la pelota y no la pelea de técnicas imposibles en el movimiento del cuerpo, acostumbrado a festejar goles y correr a cielo abierto, bajo el viento arremolinado del atardecer.

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