Pensé que el mijo, en mi desconocimiento, y por una deformación, tendría que ver con “mi hijo”, con la clásica expresión “m’ hijo”. ¿De eso se trataba?… Por: Derian Passaglia
“¿Y qué sería el mijo?” me preguntaba yo cuando algún indio del barrio decía: “¿sabés cómo es el olor a mijo?”. Era una pregunta que nada tenía que ver con nada, y que nada hacía parecer que tuviera sentido, porque el sentido estaba oculto, o se revelaría después, con una respuesta que todos sabían de antemano, y por eso las risas y las carcajadas, todos sabían menos yo, menos al que se le preguntaba: “¿sabés cómo es el olor a mijo?” ¿Y cómo iba a saber? ¿Y a qué curioso estúpido podría importarle cómo es el olor a mijo?
Era una pregunta que se hacía antes de jugar a la pelota en el campito de la esquina, donde pasaban los días, las tardes y las noches, los inviernos, los veranos, los otoños y las primaveras, los dolores, el cansancio, el talento, el hambre, el sufrimiento, la esperanza, la alegría, la diversión, el aburrimiento, los chicos del barrio, donde se soñaba con un futuro que no llegó igual al que se soñó. En el campito de la esquina, en aquel baldío muerto donde el Osvaldo llevaba a pastar sus caballos, donde la niebla flotaba redondeada en las mañanas como una cápsula del tiempo que nos llevara a otra dimensión en la que solo se jugaba a la pelota con arcos imaginarios y zanjas de agua podrida como único límite de la cancha.
¿Y qué era el olor a mijo? ¿Y por qué tanta insistencia en averiguar algo que a nadie le importaba? Ahora sé que es un cereal, que la pregunta quizá haga pensar en grandes campos del interior, quizá en Córdoba o en Santo Tomé, en las grandes extensiones fértiles de la Argentina, en el paraíso de oportunidades para la tierra que hay en Latinoamérica, en la explotación de la tierra y la especulación financiera a base de la siembra de soja, en el mercado interno y externo, en divisas extranjeras, o quizá, más románticamente, en una noche de estrellerío desprendida de un cielo violeta, en la Luz Mala y las leyendas autóctonas, o en un peón que se arrastra bajo su transpiración, o en un patrón con un escarbadiente en la boca y una camisa rosa apretándole la panza.
Todo eso podría ser el olor a mijo, todo eso y más. Como yo no sabía lo que era el mijo, porque tendría once años, ¿o más? ¿Tendría nueve o doce? Como yo no sabía lo que era el mijo asocié la expresión a una cosa abstracta que necesitaba, después de la pregunta, conocer su respuesta, para así tener una sabiduría que no se adquiere en las aulas o en los claustros de educación formal, sino precisamente en aquel campito de colores caquis. Pensé que el mijo, en mi desconocimiento, y por una deformación, tendría que ver con “mi hijo”, con la clásica expresión “m’ hijo”. ¿De eso se trataba? ¿El olor a mijo sería el olor a cualquiera de nosotros, cualquiera de los chicos de la cuadra, de esta cuadra, Dragones del Rosario, y de aquella otra, Pago de los Arroyos, y de la otra, Blandengues, y de la otra también, Alzugaray, cualquiera de esas calles por las que nos movíamos y jugábamos y comíamos semillitas y peleábamos y volvíamos a jugar?
Pero era rara la pregunta, porque no era justamente algo que uno se estuviera preguntando a las once de la mañana, con el cuerpo preparado para patear una pelota durante dos horas, hasta la hora de la comida, no era algo que se necesitaba saber pero cuando la pregunta surgía era como si la necesidad de conocer, el espíritu y el hambre de conocimiento hubieran sido más grande que lo absurdo del planteo. ¿Quién quiere saber cómo es el olor a mijo cuando se está preparando para jugar a la pelota en el campito de la esquina? ¿A quién le interesa lo que es el mijo y por qué el que lo pregunta se está riendo? Quizá porque la respuesta sería también absurda, como en un diálogo de Alicia con los animales del país de las maravillas. La curiosidad, otra vez, mató al gato. Y el lector se estaría preguntando, como aquel nene inocente que no sabía nada, y todavía no sabe, lo que es el olor a mijo. Entonces, caía uno, el Berti, y preguntaba:
-¿Sabés cómo es el olor a mijo?
Y yo, poco lúcido para las respuestas, para la viveza criolla:
-No.
Y el Berti acercaba el dedo a la nariz para que uno admirara y conociera de primera mano el olor a mijo, el olor que salía del centro de su culo, porque no era más que eso: una mala broma pesada que divertiría en complicidad a otros. Y mientras tanto otro preguntaba:
-¿Y? ¿Qué olor tiene?
Era verdadero olor a culo, culo de niño sin bañarse quizá por días. Y las carcajadas estallaban, y uno quedaba vencido ante tanta sabiduría, ante tanto poder. El olor a mijo de la infancia, como el de una magdalena proustiana, sobrevuela lo más íntimo de la memoria, y libera al mundo.