Ningún cuento de Cortázar es como “Axolotl”. Por: Derian Passaglia
Lo bueno de esta nota es que Cortázar no necesita presentación. Todos conocemos su nombre, como el de García Márquez, como el de Roa Bastos. Más que escritores de una nación, son ya el símbolo de un continente, de una tierra, de una época. Volví a releer un cuento de Cortázar, Axolotl, y me pareció el mejor cuento que escribió. Tiene muchos cuentos clásicos, y libros que son parte de la cultura. Es difícil volver a leer algo como si fuera la primera vez, lo mismo pasa con las películas, y con el arte en general. Solamente los clásicos admiten este tipo de lecturas: al volver a ellos, son otros, porque nosotros también.
Ningún cuento de Cortázar es como “Axolotl”. Lo que resulta original es el motivo del cuento, donde encontramos un personaje y narrador que se obsesiona con los axolotes en el acuario de un museo. Este personaje, sabemos desde el primer párrafo, se convirtió en un axolotl, o es un axolotl, no queda claro. Al releerlo pareciera que quien cuenta la historia siempre fue un pez, y esa condición complejiza el cuento, lo llena de capas y de signos de pregunta. ¿Cómo puede, entonces, narrar un pez? ¿Cómo puede un pez contar una historia? No se trata de cualquier pez, se trata de un axolotl: el animal acuático más parecido al ser humano. “No eran animales”, dice el narrador, tenían “caras aztecas”.
La descripción de los axolotls bordea el surrealismo y la pesadilla, lástima que solo dure dos páginas y media. Están vistos en sus partes, como en el estudio paleontológico de un resto fósil que se descubre por casualidad, el detalle los deforma, los vuelve una cosa completamente desconocida y ajena. ¿Pertenecen a este mundo? ¿De dónde provienen estos seres? El ser humano, reflejado en los ojos del axolotl, puede ser visto también como un bicho raro salido de una pecera redonda, en un planeta del sistema solar, de una galaxia perdida del universo.
Franz Kafka late en la pecera de los axolotls cuando el narrador cree ser un pez, o es un pez, convertido, transmigrado ya en otro ser, que lo único que puede hacer es bucear en esa jaula de agua. La condición humana o animal como una condena, un sufrimiento que no cesa, reiterativo, eterno… El axolotl humano, o el humano axolotl, no puede hacer otra cosa que pensar hasta el fin de sus días en la pecera, una vez que toma conciencia de la terrible existencia. En el final del documental La cueva de los sueños olvidados, Herzog filma unos cocodrilos albinos mutantes que nacen antinaturalmente por las condiciones climáticas tropicales en Francia, causadas por una central atómica. Nada es real, nada es cierto, dice Herzog. ¿Serán reales estos cocodrilos albinos, se pregunta después, o serán el reflejo imaginario del vidrio que los contiene? Se lee acá.