Mario Levrero nació en Uruguay en 1949 y murió en 2004. Alcanzó a espiar el siglo XXI, pero no a ver publicada la que se consideraría su obra maestra, La novela luminosa... Por: Derian Passaglia
Hay dos formas para el género fantástico, dice Borges: una, la onírica, practicada por ejemplo por escritores como Franz Kafka; la otra, la científica, que juega con los futuros y la especulación, como Orwell o Philip Dick. Mario Levrero usa estas dos formas, y a veces las combina para crear relatos extraños y de géneros indefinidos, donde el fantástico reviste una nueva y tercera forma, la forma Mario Levrero. Su fantástico a veces es onírico, a veces científico y otras veces grotesco o policial o parapsicológico, o todas esas cosas juntas.
Mario Levrero nació en Uruguay en 1949 y murió en 2004. Alcanzó a espiar el siglo XXI, pero no a ver publicada la que se consideraría su obra maestra, La novela luminosa. Vivió en Montevideo, en Burdeos un año, en el centro de Buenos Aires, en Colonia. Además de escritor fue dibujante de cómics, humorista, librero, creador de crucigramas y juegos de ingenio y autor de un manual de parapsicología. Un tipo raro y único. Sufría de agorafobia y de extrañas visiones y contactos con el más allá.
¿”La calle de los mendigos” es un cuento fantástico? ¿De ciencia ficción? No tiene sentido encasillarlo, y mejor es que lo averigue el lector. Su argumento, su punto de partida es muy simple: un personaje que quiere fumar un cigarrillo, y el encendedor no le funciona, entonces se propone arreglarlo. Hasta ahí todo bien, el problema empieza cuando intenta desarmarlo. Sin darse cuenta, sin saber cómo, el personaje termina metido adentro del encendedor, en una calle donde hay mendigos.
Su escritura es obsesiva y nerviosa, interrumpida por una puntuación que persigue un ritmo personal. La clave del cuento está en los detalles y en la perspectiva: las tuercas y los tornillos, los orificios y los conductos, se van magnificando, como si fuera un mecanismo inentendible que adquiere una forma monstruosa. El narrador se pierde, como los narradores de Kafka, por un dispositivo que no comprende. Pero este dispositivo no es el Estado y la burocracia, sino un simple pero complejo encendedor. Se lee acá.