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sábado, noviembre 23, 2024

La sociedad de la nieve y los héroes colectivos

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Antopofagia, vanguardias americanas, el mito americano precolombino, José Martí, Roberto Bolaño y Turner. Todo cabe en La sociedad de la nieve, la película estrella de Netflix del verano. Por: Derian Passaglia

En 1928, el poeta brasileño publica el “Manifiesto antropófago”, una declaración de principios que tomaba su modelo de las vanguardias históricas europeas. La diferencia con estas vanguardias es que la cultura indígena americana, y en particular la brasileña, se tomaba como modelo ético de literatura: si los indios tupíes se comían a sus enemigos para apoderarse de su espíritu, lo mismo debería hacer el escritor. Así, por un lado, se combatía la idea de originalidad y se daba espacio para que la literatura fuera un amplio campo colectivo donde unos se comen, se influencian, se roban a otros. “Tupí or not tupí -dice el Manifiesto-: esa es la cuestión”.

La antropofagia es quizá una de las razones esenciales de la cultura precolombina, la resistencia al colonizador, todo aquello que fue arrebatado, además del oro, a estas tierras, y que sobrevive como mito. Tal vez por eso La sociedad de la nieve no solo actualice una tragedia que ya fue filmada en Viven!, la clásica película de los noventa que trata el mismo tema, sino que además vuelve a fundar el mito americano desde un lugar propio. Se trata de una versión autóctona, si se quiere, una versión local: hablada en castellano, con actores uruguayos que dicen sus clásicas muletillas: “bo”, “vamo arriba”, lo que cualquiera quiere escuchar de un uruguayo.

Pero esa diferencia impone otra fundamental. Si en Viven! los héroes son siempre individuales, como desde los orígenes de la cultura Occidental, en La sociedad de la nieve el héroe es el conjunto, es el grupo humano, son todos. Antes de morir, Numa deja escrito un papelito que dice: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. La frase, si bien bíblica, vuelve a la idea de una América unida, como la quería José Martí, como la quería Bolívar, como la quería José de San Martín, y muestra que antes que uruguayos o chilenos somos latinoamericanos. “Yo soy latinoamericano”, responde el escritor Roberto Bolaño cuando le preguntan por su nacionalidad. No se trata del valor progresista de la “Patria Grande”, sino de unir semejanzas y diferencias, todas convertidas en una sola, para sentar el lugar propio que se ocupa en el mundo.

Más documentada, menos espectacular, menos sensacionalista, La sociedad de la nieve se pregunta por la tragedia, no la da por sentada, quiere conocer lo que implica que un hecho sea trágico. Los personajes no se mueren porque sí, durante el transcurso de los días, de una infección o frío, cosa que pasaba en la versión gringa: no quedaba más que esperar la muerte ante el paso de los días. En esta versión hispanoamericana, los personajes se cuestionan la vida y la muerte, se preguntan por las razones de vivir, tienen dilemas éticos y morales sobre si comer o no la carne de sus familiares y amigos. El existencialismo no es barato, porque tiene el único fondo romántico que podría tener una situación así: blancas montañas silenciosas, nieve interminable en el horizonte, el sol como una promesa de vida, el viento, las madrugadas heladas, la tempestad inglesa de Turner y lo dolorosamente sublime de Schiller y Goethe.  

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