“Es la hora de la siesta, y la avenida San Martín duerme con sus criaturas maltrechas caminando pajueranas por la vereda…”
Por: Derian Passaglia.
¡Cómo quema el sol! Baja en este mediodía de enero y baila entre las sombras de las hojas en el asfalto caliente. Viaja el sol como esos autos con pachorra a las dos de la tarde, una tarde de enero en la avenida San Martín, con todos los negocios cerrados, o casi todos. Hay una panadería abierta y otra cerrada y otra más cerrada, y otra. Y el sol baja y se sostiene en los toldos, en las paredes de persianas bajas, pesado, corpulento, ¿anunciando quizá una lluvia que no llegaría? ¿O que llegaría en forma de dos o tres gotas sobre un cielo gris que no traería más que la desesperación por la falta de alivio?
Es la hora de la siesta, y la avenida San Martín duerme con sus criaturas maltrechas caminando pajueranas por la vereda… Dos señoras sobre el fondo de la enorme estructura metálica del PAMI, un hombre con su mochila a cuestas, y otro que sale de una heladería chupando una cucharita plástica con sus restos, y dos chicas, una con la del canalla puesta, que se suben a ese 140 con aire acondicionado… Un hombre fumando en la esquina, y otro que manda audio arriba de una moto estacionada en el borde del cordón, en mitad de la calle, como si la calle fuera también suya, un pedazo de la avenida San Martín le pertenece, y será suyo por siempre. Como será también mío este recuerdo, de esta tarde, en la que viajo por avenida San Martín cuando no hay nada ni nadie en la calle, quizá por el calor, quizá por el verano, quizá porque no hay nada que hacer más que dormir la siesta…
¿Y ese hombre sentado, con las piernas abiertas, delante de una verdulería, con un cochecito de bebé esperando que algo le den? No todos duermen, algunos tienen que comer, y se la rebuscan. Un nene sale de la verdulería, y era el papá quien lo esperaba ansioso, con el cochecito estacionado en la vereda. Sale el nene con una bolsa de frutas y agarra dos bananas y se las pone en las orejas, simulando que llama a alguien por teléfono. Y desde la ventanilla del colectivo, desde el centro de la avenida San Martín antes de boulevard Seguí, antes de Uriburu también, porque de allá venimos, todo parece más triste o costumbrista que un cuadro rural con una plantación de girasoles o de hortalizas, aunque hoy habría que decir de soja…
Cerrado el kiosco de Juan por la siesta, cerrado el super chino de la vía por la siesta, con sus persianas bajas también está la florería Susi, única florería de la avenida, y también la tintorería Oriente, única tintorería de la avenida, y “La casa del bolso”, tienda donde se venden bolsos, pero no la sanguchería Mamina, porque “cuando mamá no cocina llamamos a Mamina”, con las luces bajas y oscura el bar Las Heras, donde dos o tres parroquianos miran para afuera, por los grandes ventanales, la siesta que se está pegando la avenida. Una mujer baja del 103 rojo y sin esperar nada de nada ni de nadie ahí nomás se descalza, y se va caminando así, de vuelta del trabajo a casa, en patas. Hasta las cuatro, cuatro y media, tal vez las cinco, cuando la actividad lentamente empiece a desordenar los sentidos, dormirá la avenida San Martín su necesaria, su estricta siesta.