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viernes, noviembre 22, 2024

Una relectura de «Estrella distante», de Roberto Bolaño

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¿Por qué Estrella distante es mejor que la adolescente y juguetona Los detectives salvajes? Por: Derian Passaglia

 

Por encima de la adolescente y juguetona Los detectives salvajes, llena de los peores vicios del boom latinoamericano, esa cosa que se creía vanguardista en la década del sesenta como los saltos temporales en la narración, está esta otra novela de Bolaño, Estrella distante, publicada unos años antes, en 1996. En esta novela, como desde la primera que escribió, ya estaban los temas que lo iban a hacer famoso: los protagonistas poetas y escritores, la búsqueda de personajes, un narrador que actúa como detective sin serlo (en 2666 eran críticos literarios), el exilio y la dictadura, Chile y México y Barcelona, tres lugares claves en la geografía de sus libros.

¿Qué tiene Estrella distante que no tenga la famosa y multripremiada Los detectives salvajes? En su brevedad, menos de doscientas páginas, concentra una forma de narrar que lleva el estilo único de Bolaño, y que ese estilo se vuelve exquisito o adictivo en la medida que se acerca más a Borges y se aleja de Cortázar, dos de sus escritores favoritos. Si en Cortázar el estilo es empalagoso, recargado de “florituras” (palabra que le gusta usar a Bolaño), en Borges el estilo es parco y cargado de referencias literarias, intelectuales y sesudas. Bolaño suaviza esa parquedad borgeana en el estilo, pero no abandona las referencias: en Estrella distante aparecen Jorge Teillier y Enrique Lihn y otros poetas chilenos y surrealistas franceses y viejas revistas literarias y nazis, siempre nazis.

“Narrar por narrar”, leí por ahí que llamaba Francisco Bitar a la escritura de Bolaño. Quizá sea una forma de verlo: nada más que la pura y gracia divina de la narración que arrastra, que hunde, somete al lector a sus caprichos en la inercia febril de la palabra. Con sus obsesiones y preocupaciones y agenda de temas calientes al día, tal vez no haya otro escritor, otra escritora en el mundo, que narre por narrar en la segunda mitad del siglo XX, o tal vez sean muy pocos, y entre ellos está Bolaño. Narrar por el placer de narrar, porque es una actividad que solo puede conectarse con un mundo perdido de otro tiempo, donde no había preocupaciones detrás de la narración, ni fórmulas de éxito.

La novela transcurre en los años de la dictadura chilena, de los setenta en adelante. Hay dos talleres de poesía en una ciudad de provincia chilena, Concepción, donde hay dos talleres literarios que rivalizan el uno con el otro. A uno de esos talleres asiste Alberto Ruiz-Tagle, aunque la primera página ya nos aclara: Alberto Ruiz-Tagle en realidad es Carlos Wieder, un agente militar que hizo desaparecer personas en la dictadura. Pero por otro lado, como si las cosas fueran más complejas de lo que uno cree, Wieder es también poeta, y por eso adopta una identidad distinta a la que asiste al taller de poesía de Juan Stein. En el momento más poético y recordado de la novela, Alberto Ruiz-Tagle, o Carlos Wieder, sobrevuela los cielos chilenos y escribe poesía con un avión a chorro en el aire.

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