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viernes, noviembre 22, 2024

¿Cómo son las manos de un vidriero?

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 Se debe agarrar el vidrio con respeto pero sin miedo, ¿así debería ser con todo, no? Con respeto pero sin miedo. Por: Derian Passaglia

Gordas, gordas, muy gordas, parecieran hinchadas de tanto esfuerzo, acolchonadas por haber levantado peso, por llevar con cuidado el vidrio todavía en crudo a la mesa de cortar, y la palma grande, enorme, más grande que los dedos, como los de un anfibio obrero que necesita la precisión de sus yemas tanto como la de un pianista en el silencio de un teatro, antes de empezar el adagio… Cruzan las cicatrices a lo largo y a lo ancho de las manos, y se confunden con las líneas de expresión propias de la edad y la persona. Esas cicatrices fueron cortes, y esos cortes fueron producto del trabajo, y el trabajo fue el producto de la necesidad… Manos también engrasadas, pero no tanto como las de un mecánico, manos que empuñaron una pistola con silicona, y quedaron con restos entre las uñas, restos de silicona transparente y gomosa en los nudillos.

Se debe agarrar el vidrio con respeto pero sin miedo, ¿así debería ser con todo, no? Con respeto pero sin miedo, quizá fuera también la forma de agarrar el vidrio una enseñanza que me daba papá, sin decirlo como una moraleja, porque del vidrio no me enseñó nada, todo lo que pude aprender lo aprendí mirando… Quizá no quería que fuera vidriero como él, y por eso no me trasmitía su sabiduría, esa que está desapareciendo en Rosario, la de los vidrieros de la familia Passaglia… ¿Qué otro seguirá el legado que ni Milton ni yo nos preocupamos por continuar? ¿Alguno de los hijos de Ramón? ¿Los nietos o los tatarientos de Milton? ¿Algún primo perdido con el que no tengo contacto desde hace décadas? Y pensar que Milton trabajaba en la vidriería con las manos en los bolsillos, y yo pensando en cuándo me iría a otra ciudad, y papá con la cabeza, como le gusta decir para no decir que no agarra un vidrio, trabaja “con la cabeza”.

Quedaron secas las manos de tanto polvillo de obra, agrietados de no usar cremas ni productos rehidratantes… Las máquinas, como la amoladora, largan mucho polvillo y si no se usan guantes la piel y los pulmones sufren. Papá agarraba la amoladora, o el tío José agarraba la amoladora, y para hacer más rápido se tapaban la nariz con la remera, como si fueran manifestantes que cortan la 9 de Julio, como si se prepararan para asaltar un banco y hacerse millonarios de la noche a la mañana, sin tener que trabajar, ah, qué placer sería, sin tener que trabajar ya nunca más y vivir tirado en una reposera bajo el sol de una playa al otro lado del mundo…

Manos con sus venas verdosas y sus secretos, con sus puntos provocados por un corte profundo, un corte inesperado. El filo del vidrio abre la carne en dos, fácil y limpiamente, un corte del que uno no se da cuenta hasta que se ve lo blanco de la carne magra del pulgar, y la sangre que aparece tímidamente, hasta que baja en chorros y gira por el brazo y el codo. Se debe agarrar el vidrio con respeto pero sin miedo, apretando fuerte con la punta de los dedos, la presión debe ser la de una víbora que asfixia a su presa, y dejar un huequito en la palma para que el filo no la toque… Con la otra mano lo mismo, y si el vidrio es pesado, si tiene más de dos metros, se agarra entre dos, uno de una punta y otro de otra. ¿Y en qué estaba pensando cuando agarré el vidrio sin respeto y con miedo? ¿Ya con la cabeza en otro lugar, con otros rumbos, en otra dimensión? Y así fue como me hice esta cicatriz, una cruz en el pulgar, la que hubiera querido tener un personaje orillero, pendenciero y borrachín de Borges o de Arlt…

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