El escritor argentino Derian Passaglia inicia en El Trueno su ciclo de ensayos sobre tópicos relacionados con la temática del bosque. Aquí analiza el célebre relato «Caperucita Roja», cuyas versiones más conocidas fueron las de Charles Perrault y los hermanos Grimm.
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Por: Derian Passaglia
La primera cosa que llama la atención es la distancia. Somos, como se dice, bichos de ciudad. Aun en el campo y en el pueblo la ciudad está presente, ya sea por una calle asfaltada, una hilera de luces de alumbrado público o una casa. Tal vez puede estar presente como contraposición, como una huella de lo que no está: ni en el campo ni en el pueblo se vive como en la ciudad. El bosque queda lejos, lejos de todo. De la ciudad, del pueblo, del campo. Para llegar hay que tomarse colectivos de larga distancia o aviones. A menos que uno viva en Bariloche, en Noruega, en Canadá, en Alemania…
En la distancia hay una primera distinción que nos permite sentir al bosque como un todo, con sus propias leyes y particularidades, donde la naturaleza resiste virgen y misteriosa de cualquier rastro humano. Esa distancia nos permite imaginar un recorrido. No se puede acceder a los secretos del bosque, su corazón se nos aparece vedado, oculto detrás de árboles inmensos, de vegetación viva, de bichos y animales que jamás vimos o vamos a ver cara a cara.
Para que el ser humano pueda acceder a una imagen del bosque necesita domesticar la naturaleza, y en esa domesticación florecen los caminos y los cuentos. En Caperucita Roja el camino indicado por la madre conduce a casa de la abuelita. Caperucita tiene que recorrer un kilómetro con una cesta en la que lleva un pastel y una botella de vino, la abuelita está muy enferma y no puede moverse de la cama. Esa premisa es la que impulsa la máquina del relato y genera el misterio que ya se puede intuir. Los elementos son simples: una niña debe cumplir el recado de su madre y para esto tiene que atravesar el bosque, internarse en él. Si Caperucita Roja se escribiera hoy en día no le faltaría ningún condimento para plantear una historia de género de terror. Hay una niña sola que camina por el bosque, que sigue un sendero con un objetivo, ignorando los peligros que la acechan. Su inocencia es el germen del tono siniestro del relato, porque el lector sabe que lo profundo de un bosque es insondable, cualquier maravilla o amenaza puede esconderse detrás de un árbol, oculto en la naturaleza salvaje.
Como Caperucita conoce el recorrido no siente ni un poquito de miedo. Tal vez la eficacia del cuento radique en ese punto de vista al que accedemos desde las primeras oraciones, situándonos en el lugar de la madre. Como lectores sustitutos del lugar de la madre en el relato, queremos cuidarla de los peligros y advertirle sobre el lobo. Un extraño lobo que habla, ¿no le parece extraño un lobo que habla? Para ella, un lobo no es un animal de temer sino un elemento más del bosque.
Las descripciones están ausentes del cuento y resultan innecesarias desde el momento en que Caperucita da por sentado las formas, colores y objetos que pueblan su mundo. No se trata de un bosque romántico, ese en la que el sujeto vislumbra la expresión maravillada de su interioridad, Caperucita no tiene una expresión interior sino apenas una misión que cumplir, esquemáticamente podría decirse que tiene que llegar del punto A al punto B.
Si bien al entorno no se lo describe, de los personajes conocemos algunos rasgos. La protagonista es conocida por llevar siempre una caperuza roja; del lobo sabemos, a través del diálogo en casa de la abuelita, el tamaño de cada una de las partes de su cabeza. Los ojos y las orejas, los brazos y la boca. Todo es enorme en el lobo, su figura causa una impresión monstruosa, hiperrealista, desesperante. Es el momento en que Caperucita siente miedo.
El bosque de Caperucita se reconoce en un sendero, único espacio por el que el humano puede circular libremente en la naturaleza, pero también en las flores, que ella corta distraídamente para su abuelita, en los rayos de sol entre los árboles, por supuesto en el lobo, y con la versión del cuento de Perrault podrían agregarse avellanas y mariposas. Un bosque hermoso, feliz, ideal; un paraíso en la Tierra.
Esta idea de un bosque estéticamente perfecto, encantador por donde se lo mire, donde las mariposas corretean distraídas entre los árboles, contrasta de manera radical con los hechos que se narran. El bosque en el que se pierde Caperucita, inocente y ajena a los males, es la balanza donde se mide el terror y se diluyen los peligros, lejos del lobo. Los hechos que cuenta el cuento son despiadados y horribles, pero el lugar donde transcurren en apariencia es hermoso. ¿Será entonces que la función de este bosque es la de ocultar secretos siniestros, la de ser el hogar de una bestia traicionera, inescrupulosa, que es capaz de tragar de un solo bocado abuelitas indefensas?
Por un segundo, la imaginación me lleva a pensar cómo sería Caperucita en la ciudad. El motivo del terror, lo que propulsa la acción del relato cambiaría. Un lobo no tendría nada que hacer en una gran ciudad, y quizá se lo podría cambiar por cualquier desconocido, un anónimo que pulula en la calle, una persona sospechosa, etc. De chicos, como a Caperucita, los adultos nos advertían: “no hables con extraños en la calle”. Así, el lobo del bosque simbolizaría a esos desconocidos sobre los que nos alertaban cuando nuestros padres nos mandaban a hacer algún mandado o volvíamos de la escuela.
Parece difícil, por otro lado, encontrar flores y mariposas bajo los cielos cargados de smog en la ciudad. Hay que ir hasta algún parque tal vez, y aún así, cuesta imaginar la escena para alguien acostumbrado a baldosas y frenadas de colectivos en cada esquina. En la ciudad sería difícil representar la pureza que emana del bosque de Caperucita porque la lógica de una ciudad no corresponde al espíritu de una niña sola que lleva alimento a su abuelita enferma. Si bien no resulta la expresión de su interioridad, ya que eso lo convertiría en un relato de otra época, el bosque parece ensamblarse a la perfección con la inocencia que puede leerse en el personaje de Caperucita.