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sábado, mayo 4, 2024

Firdusi, el hombre del paraíso

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En su columna diaria, Paranaländer trae algunas informaciones llamativas y versos de “El libro de los reyes”, del célebre escritor persa Firdusi.

 

Por: Paranaländer

 

Firdusi, poeta criado en el país del duraznero y la rosa, filósofo de la fugacidad de la juventud y la vida, pero ardoroso defensor de la fama, que da, sobre todo, la poesía. Y él lo logró con su extenso poema persa, escrito ya bajo dominio árabe, “El libro de los reyes”, comparable en ambición y envergadura solamente al Ramayana y al Mahabarata.

La edición francesa, de Jules Mohl, de “El libro de los reyes”, obra del poeta persa Firdusi, empezó en 1848, y el tomo 7 recién pudo imprimirse en 1878 (ya muerto su erudito editor alemán), pues el gobierno, que se había comprometiendo con su financiación, quiso hacerse el oso. Son 7 tomos glamorosos reseñados, en su momento, por un entusiástico Sainte-Beuve en sus míticas Causeries du Lundi. Uf, en cambio, ha caído en mis manos la magra edición española (“El libro de los reyes. Historias de Zal, Rostam y Sohrab”, Firdusi, Alianza editorial, 2015, 2 ed.), que, de 7 tomos, 50 mil versos, ha pasado a solo 269 páginas y, para más inri, en prosa sosa. Idioma de esclavos, siempre lo digo, es el español. O, para actualizarnos, de videogamers. Bueno, en compensación, se nos dice que la edición española está basada en la edición crítica de Moscú (1960, en 9 tomos), superior a la de Mohl, que no tenía aparato crítico y usó fuentes secundarias tardías (Aunque hay una última edición, la de Djalal Khaleghi-Motlagh, superior a la de Moscú, iniciada en 1990 y cuyo último tomo, el octavo, salió en 2008).

Este poema monumental es, además de una joya literaria, un tesoro en cuanto a fuente de las leyendas iranias. En la guerra, se recitaban fragmentos para exhortar a los soldados. Los naqqal o rapsodas, acompañándose de grandes retablos, lo han ido recitando a lo largo de los siglos. Escrita en métrica masnaví, versos de 10 y 11 sílabas partidos en dos hemistiquios, que riman entre sí, siendo independiente cada verso uno de otro.

Cuando terminó de escribir “El libro de los reyes” (Shahname), en un persa casi puro, con muy pocos préstamos del árabe, dejó escrito:

“Con versos he consolidado un alto palacio,

que no dañarán vientos ni tormentas.

Mucho me he esforzado en estos treinta años:

Ya no moriré, viviré, desde ahora, para siempre

pues he sembrado, de la palabra, la simiente”.

 

Su vida está llena de leyendas. Las que cuenta, a veces, Sainte-Beuve no coinciden con las de Clara Janés (coautora de la versión de Alianza). Firdusi nació en Tus (hijo de un jardinero según Sainte-Beuve, terrateniente noble de pura cepa iraní, un deqhan, según Janés, entre el 932/935-1020/1025). Su nombre, por ejemplo, lo ganó literalmente en un desafío con poetas de la corte: el sultán se lo otorgó y significa “hombre del paraíso”, hombre que hace de la tierra un paraíso por el encanto de su palabra o la magia de sus versos. La leyenda dice que cuando acabó su magna obra se dirigió a la corte de Mahmud esperando una prometida recompensa: una moneda de oro por cada verso escrito. Pero dado que el poema era un canto a los persas, persa era su héroe Rostam, y los enemigos, los turanios (turcos de Asia Central como el mismo Mahmud), no salían muy bien parados, el sultán, en vez de monedas de oro se las dio de plata. Según otra versión, Mahmud acabó por arrepentirse y envió al poeta, a Tus, la suma prometida, pero cuando los emisarios llegaron a la ciudad, él ya había muerto y estaban sacando de su casa el ataúd. Aquí añade Sainte-Beuve, que además de una hija, que despreció las tardías monedas del sultán, tenía una hermana, y ésta recordó que su hermano había deseado desde niño construir un dique de piedra para contener las avenidas del río Tus, haciendo así un beneficio público de memoria duradera.

La historia más famosa del Shahname, la del héroe Rostam que mata a su hijo Sohrab sin reconocerlo: “Estaba escrito: yo debía morir a manos de mi padre. Vine como el rayo y me voy como el viento”, nos remiten a otras muertes parecidas, como la de Hipólito en manos de Teseo, o más actualmente, en uno de los relatos de «Cuentos violentos» (2016) de Arístides Ortiz, «Un asunto de trabajo», donde el sicario Tañykã no reconoce a su padre. Solo que la elán persa está penetrada de un fatalismo invencible, el destino ya está escrito en algún proto-libro celestial, y en él las vidas y las muertes de los terrenales es apenas narración y registro puntilloso.

 

 

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