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miércoles, mayo 1, 2024

¿Por qué Los pichiciegos es la mejor novela latinoamericana del siglo XX?

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Derian Passaglia escribe sobre la relación entre guerra y literatura, desde Homero, pasando por Hemingway hasta el escritor argentino Rodolfo Enrique Fogwill.

Por: Derian Passaglia

La temática sobre la guerra está en el origen de la literatura cuando Homero vuelve el enfrentamiento entre dos pueblos en la ira de un héroe al que le mataron su mejor amigo y busca venganza: la cólera del Pélida Aquiles, el de los pies ligeros, cantado por las Musas en hexámetros yámbicos. La guerra está en el corazón del siglo pasado y hasta hace treinta años los nenes crecían jugando con soldaditos de plástico. Había muchos modelos y colores: beige, verdes, cremitas. Estaban los que tiraban una bomba con la mano alzada, los que sostenían una bazooka, los que sostenían el auricular de un teléfono, los que apuntaban al vacío con una pistola, los que iban cuerpo a tierra (esos no servían para nada y eran los primeros en morir).

La guerra comprende una serie de elementos que en cada época, en cada lugar y en cada autor son bien diferentes. Los elementos son los que se disponen como una escenografía, y se sabe que el argumento es siempre el mismo: algunos mueren, otros ganan, otros se vuelven locos, es el resultado de la tiranía de los gobernantes, sufren inocentes, es cruel, hay flechas, bayonetas, taparrabos, caballos, drones, petróleo, selva, Remington, .38, espadas, fortines, helicópteros, ambulancias, extranjeros. Esos elementos se organizan a través de un significado que puede ser la ira, como en Homero, o el descenso lento y sostenido a la locura surrealista como en Coppola.

Un clásico que se ocupó de escribir la guerra fue Hemingway. Estuvo en España durante la guerra civil en el 37, en el Desembarco de Normandía, en la Liberación de París en agosto de 1944. Hemingway está atravesado por la guerra mediante la aventura, a la que busca como si fuera el sargento surfer de Apocalypse Now, quien se lamenta por los bombardeos en una isla de Vietnam: así no va a poder sacar la tabla de surf. La guerra es tiránica, egoísta, inhumana, y afecta a las subjetividades, las transforma. Es el escenario de mayor realidad posible, donde la realidad finalmente es Real. En el frente, en la trinchera, no hay escapatoria, la muerte ronda muy cerca.

Mientras que Hemingway iba a la guerra como un turista yanqui de binoculares y bermudas caqui, Rodolfo Enrique Fogwill jamás participó de un enfrentamiento bélico y escribió en siete días, entre el 11 y el 17 de junio de 1982, la mejor novela latinoamericana del siglo XX. En el medio, el 14 de junio, “el comandante de las fuerzas terrestres británicas Jeremy Moore -dice Wikipedia- aceptó la rendición del general argentino Mario Benjamín Menéndez; ambos bandos declararon un cese de las hostilidades”. Fogwill no es un aventurero que busca el contacto de fuertes emociones para después contarlas como si fueran una anécdota. La gente cree que vivir es “haberlas pasado”, tener cosas que contar, una experiencia de vida que permita el saber autorizado sobre determinado tema.

Encerrado en su departamento, en el momento mismo en que se producía la guerra de Malvinas, Fogwill intenta capturar el presente por medio de la escritura. Esa es su propia declaración de guerra literaria: “el autor hizo imprimir la advertencia -se lee en la contratapa de mi edición escrita por el mismo Fogwill- de que no era una novela contra la guerra, sino contra las modalidades dominantes de concebir la guerra y la literatura (…) Estaba escribiendo sólo acerca de mí, de la revolución, la contrarrevolución, el amor, el comercio, la democracia que sobrevendría”. Fogwill no escribió una novela realista, ni siquiera una novela sobre lo real, sino que inventó una forma en la que el presente puede leerse desde el pasado y también desde el futuro.

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