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sábado, mayo 18, 2024

Kíkieuháide o muerte

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Paranaländer columbra en este libro cómo Oleg Vysokolán, desde Mbachio (Lambaré) o Mbatovi (Paraguari), rememora sus incursiones en pos de esa alquimia hovy, porãite, de un tiempo de los colibríes antes que el de los asesinos rimbautianos que es el tiempo negro de los juruas.

 

Por: Paranaländer.

 

“Las crónicas del colibrí” (2021, Asunción), de Oleg Vysokolán es un bric-à-brac de textos de ficción breve o cuentos, ensayos de denuncia de la sitú indígena, poema, lista o fraseología de citas anti-indios, apuntes autobiográficos o memorialísticos, posteos de Facebook y hasta de -lo que podríamos calificar así con el perdón correspondiente- docu-ficciones, género dentro del cual se encuentra mi preferido.

En realidad, son 3 los textos que me gustaron de este libro de 246 páginas, con dibujo de tapa e ilustraciones de interior con colibrís en blanco y negro del poeta Douglas Diegues. El docu-ficción -ja’ e chupe- titulado “La palabra prohibida o los infortunios del don”, la disquisición anti-platónica “El asalto a la fortaleza” y, por último, la rememoración épica de “El tiempo de los colibríes”.

El primer texto cuenta la historia del discípulo de Lucien Sebag, un tal Antoine Duprat (no nos enfrascamos en Wikipedia o Google para corroborar la existencia real de tal autor), quien -a caballo de una tesis doctoral que prepara sobre el malogrado etnógrafo judeo-franxute- viene al Paraguay de 1978. Su Sebag es el Sebag que entre setiembre de 1963 a febrero de 1964 visitó a los ayoreos del Chaco, ese preocupado por el concepto maussiano del don (una circulación eterna de intercambios de bienes y servicios, equivalente a nuestros jopoi, mba’e pepy, polladas, ollas populares, etc.), por eso se interna en ese gran desierto pasando por Fortín Félix Bogado, los bosques de Chovoreca, la laguna de Yperova, Fortín Torres. Allí encuentra a Casado-í, antiguo guía de Sebag. Pero el gran tema es “la palabra prohibida”, puyak en ayoreo, y otro, kíkieuháide: “los malditos relatos y cantos míticos de sus primeros orígenes”. “Kíkieuháide se canta solamente en la anormalidad; en la anormalidad está siempre el ejercicio de la virtud; en la normalidad, siempre lo perjudicial; por eso solo se canta o se cuenta cuando es necesario”. Actores secundarios en esta historia son el general Alcides Brítez Borges, lo pelagatos (cazadores conchabados en la exportación de cueros silvestres), el indio Ikiebi -primer ayoreo selvícola que enlazado fue adoctrinado y cristianizado en la misión católica María Auxiliadora en los años 50-, Judith Bataille, Althusser, el Mercedes de Lacan, el perro de Casado-i que ha sido maldecido por la sangre …

El segundo texto es más bien un excurso platónico que salta de Cratilo a la poesía guarani de Gregorio Gómez Centurión, pasando por Darwin y Chomsky. El lenguaje como simple convención entre los ciudadanos es, según Vysokolán, refutado por su poesía guaraní. En ella la palabra que se inventa no tiene valor, ella nace muerta desde el nacimiento. No tiene vida, es desalmada. Porque para el sabio de Guazú Corá, el alma-palabra se halla alojada en el ñaneãme, en esa cavidad donde confluyen las fosas nasales, el extremo superior de la garganta, el oído y el cerebro.

El tercer texto sugiere en su título una inversión del tiempo de los asesinos rimbautiana. Aquí se celebra a una serie de colibríes, es decir, protectores de los indios del Paraguay. El colibrí (Maino, alimentador divino de Ñamandu), de hecho, para Clastres es luego un avatar o desdoblamiento del dios primero Ñamandu. Colibríes son Cristóbal Ortiz, Balbino Vargas, Emilio Caballero, Bejarano, Gustavo González, Chase Sardi, etc. Podemos leer sus bellos perfiles civiles durante los años 70. Y, sobre todo, el momento -en una cueva de gitanos- en que el autor del libro también se metamorfosea para siempre en colibrí.

 

 

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