20.4 C
Asunción
sábado, mayo 4, 2024

Una lectura testimonial de El jardín de las máquinas parlantes. Parte catorce

Más Leído

El lector de Laiseca tiene que olvidarse de que existe la literatura, y olvidarse de las cosas que existen en el mundo, y hasta tiene que olvidarse de que existe el mundo.

 

Por: Derian Passaglia.

 

Dice Piglia, poco generoso y dolido porque Laiseca no lo apoyó cuando tuvo un problema con el premio Planeta: “Laiseca es un gran escritor pero no es Saer, no es Puig; es decir, para que su prosa funcione el lector tiene que ser incondicional, un fanático”. Laiseca lleva al lector a un extremo, lo violenta y le exige. No hay lugar para tibios en su literatura. Un fanático no razona, se entrega a su fe, vive de acuerdo a sus creencias. No hay lugar para otras visiones del mundo en el fanatismo. Construye la realidad a su manera, y aunque sabe que hay otras formas de verla, niega toda otra forma de realidad, porque necesita imponer la suya. Los lectores de Laiseca, para Piglia, tienen que ser talibanes. El jardín…, Los Sorias, serían libros sagrados donde la única lectura posible es la literal.

La única posibilidad de fanatismo está en la lectura literal de la obra del Maestro. La ciudad de Guatimotzín, Tollan, existen en algún lugar del universo, o en otro universo que no este y que se le parece. Isidoro es un astrólogo que puede predecir situaciones y comportamientos, Sotelo es un escritor manijeado por chichis, De Quevedo es un mago que conoce los trucos de magia para desmanijearse. Hay que creer para seguir leyendo, no pensar en la narración como una construcción de la realidad, sino como el descubrimiento de un nuevo mundo que se mira con ojos maravillados.

Laiseca obliga a cambiar el foco. La pregunta no es: “¿cómo es posible que exista este lugar con estos seres?”, porque supone que ese lugar podría no existir y las ochocientas páginas desaparecerían en un instante. La pregunta debe ser: “¿dónde queda este lugar con estos seres?”. Toda la novela se trata de esa búsqueda.

Piglia me obliga a preguntarme por el lector en Laiseca. Sotelo no lee, solo escribe, y los únicos que parecían lectores, o relacionados a la literatura, eran los intelectuales que escuchaban los textos recitados por Sotelo en el bar La Termitera. La máquina usina de Alarico Alaralena, la que escribe obras de teatro, es escritora y lectora a la vez, porque plagia a Shakespeare, pero no procesa lo leído y su escritura parece simple reproducción de las grandes obras universales de la humanidad.

¿Dónde están los lectores de Laiseca? ¿Quiénes son? Además de La hija de Kheops, leí Su turno y Matando enano a garrotazos, pero no me acuerdo de nada, ni tramas ni argumentos ni climas ni una sola palabra. Llegué a El jardín… por Damián Ríos, que siempre de esta novela con mucho cariño. En vida, Laiseca se quejaba porque no era traducido, de manera que sus lectores se circunscriben al idioma castellano. Los alumnos de sus talleres, muchos de ellos escritores publicados hoy en día, lo cargaron en un auto con música y cerveza y lo llevaron  un día a Camilo Aldao, el pueblo donde creció.

El lector de Laiseca tiene que olvidarse de que existe la literatura, y olvidarse de las cosas que existen en el mundo, y hasta tiene que olvidarse de que existe el mundo. El mismo concepto de un mundo desaparece ante un libro como El jardín…, que inventa la vida y el universo desde cero, como si nunca hubiera existido, y por eso la fe poética de Coleridge, la suspensión de la credulidad se transforma en una experiencia total de abandono, en la pérdida del ser en la escritura de Laiseca. En algún sentido se produce una comunión, como pasa cuando se toma la hostia, uno deja de ser uno y se vuelve Literatura.

Artículo anteriorKíkieuháide o muerte
Artículo siguienteE-paper 13 de diciembre 2021

Más Artículos

Últimos Artículos