Derian Passaglia escribe sobre el libro Niño del río (editorial Iván Rosado) de la artista argentina Inés Marcó.
Inés Marcó es una artista entrerriana que vuelve a su pueblo natal, Concordia, para escribir un libro sobre el Niño Pescador (Niño del río de la editorial Iván Rosado), una escultura del artista Lucio Fontana que está en el centro de la plaza principal, rodeado por una fuente. La idea me hizo acordar a los registros documentales, y en especial al Sans Soleil de Chris Marker, donde el documentalista también viaja y recorre el mundo para preguntarse por la memoria. La palabra “memoria” no aparece en el libro, pero aparece el objeto, una obra de arte de un artista de reconocimiento internacional perdido en un pueblo de provincia. ¿Cómo llegó ahí? ¿Qué sentidos guarda? ¿Cómo se relaciona con la identidad del pueblo y la identidad nacional?
El río es el fondo sobre el que se proyecta la escultura. Además de artista, Inés Marcó es nadadora, y su escritura es el puente entre el río y el Niño Pescador. Como Juan L. Ortiz, Inés quiere convertirse en río, ser atravesada por el agua, pero termina convirtiéndose en el Niño Pescador para hacerlo hablar, mediante una operación de identificación. Lo observa durante días, lo mira desde distintos puntos, en días lluviosos y de calor agobiante, describe la gente que pasa por la plaza, los enamorados y los extranjeros, el espíritu de siesta de los concordienses.
El punto de vista se convierte progresivamente en el del Niño. Marcó se pregunta si toda esa agua que cae de la fuente no terminará lastimándolo, si el óxido estropeará la obra hasta volverla irreconocible; se pregunta si el Niño sabe nadar, si no sería más lindo a la vista sin esas rejas feas que seguro montó la Municipalidad alrededor de la escultura. Está herido en la rodilla como si sangrara, “sus males están a la vista pero nadie los ve, han naturalizado su presencia en esa plaza”. Por dentro, el Niño Pescador sufre, implora un mejor trato, como si la plaza principal de Concordia no mereciera su belleza clásica, indefinible y extraña.
Lucio Fontana es un artista de vanguardia al que todos recuerdan por sus telas recortadas, pero que nadie recuerda por obras de temas clásicos que produjo en Argentina. Son las obras, dice Marcó, que la Historia del Arte prescindió. Vuelve al artista un personaje terrenal, contradictorio, complejo, un artista que produjo un arte no lineal y más inclasificable de lo que se creía, porque fue capaz de producir obras populares. Pasaba lo mismo con Borges en otro sentido: alguien que podía publicar notas en diarios populares o revistas para amas de casa pero al mismo tiempo citar a la gran tradición, a Shakespeare, a Cervantes, a la filosofía inglesa y alemana del siglo XVIII.
Este es uno de los mejores párrafos: “la hipótesis de un Fontana camaleónico con el medio argentino es afín a la construcción del arrebatado personaje vanguardista; Lucio Fontana, el gran artista internacional, sería el que produjo las pinturas con tajos, el que trascendió el plano, el que encontramos en cualquier libro de Historia del Arte; el otro, el que hacía esculturas de temas clásicos y cerámicas era un artista menor, un provinciano, uno más entre muchos. Las diferencias entre uno y otro cuerpo de obra ayudan a construir un personaje disociado: un Fontana mayor y claramente italiano, en contraposición a uno menor y argentino. Al fin y al cabo, no fue el artista quien eligió con qué obras pasar a la posteridad sino la voluntad de otros. Existe un Lucio Fontana que no nos queda tan lejano y con los pies más hundidos en el barro”. El barro en el libro es importante, más que el barro el sedimento, porque es lo que está debajo del río, lo que sostiene el río, lo que funda el río.